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“No tener fe en el cambio, el mayor freno a la filantropía cívica”
Javier Martín Cavanna ha dedicado buena parte de su trayectoria profesional a impulsar el compromiso social desde distintos frentes. Como director general de la Fundación Codespa promovió durante ocho años proyectos de cooperación al desarrollo y, desde hace dos décadas, impulsa la transparencia, el buen gobierno y el compromiso social a través de la Fundación Haz, de la que es fundador y director. Dos causas de naturaleza muy distinta, para las que los donantes se comportan de manera diferente.
Acaba de publicar el ensayo En busca del donante cívico: invertir en democracia, invertir en la verdad, en el que distingue entre los donantes de causas sociales o asistenciales de su primera etapa y la ausencia, en nuestro país, de un movimiento de filantropía cívica capaz de implicarse activamente en la defensa de la democracia y la verdad, relacionado con la actual.
En esta entrevista, Cavanna analiza la situación de la filantropía cívica en España y la compara con la de Estados Unidos, incluidos los incentivos fiscales, con una inversión de tres mil millones de dólares (Vid. Filantropía cívica: por qué los donantes españoles ignoran las causas democráticas); señala los retos pendientes e invita a todos —desde las élites y grandes empresas hasta la ciudadanía— a “meterse en política”, porque, como él sostiene, “la única forma de revertir la situación actual, con democracias debilitadas y una sociedad civil poco movilizada, es con más compromiso, no con menos”.
Muchas personas y empresas consideran que apoyar causas cívicas —como la defensa de la democracia, la transparencia o el periodismo independiente— es ‘meterse en política’ y prefieren evitarlo para no exponerse a controversias o conflictos. ¿Cómo se puede superar ese miedo o esa reticencia y animar a más donantes a implicarse en causas cívicas?
Creo que es fundamental aclarar qué entendemos por ‘meterse en política’, porque es una expresión que puede tener muchos matices y, a menudo, se utiliza de forma equívoca. En realidad, todos tenemos un compromiso político, en el sentido más profundo del término. El ser humano, como decía Aristóteles, es un animal político por naturaleza: crece y se realiza participando en la construcción de su comunidad. Quien no participa en la vida pública se autoexcluye de la vida en común.
Otra cosa muy distinta es utilizar la política en beneficio propio, instrumentalizarla para intereses particulares o de grupo. Ese es un riesgo real, y lamentablemente muy extendido en nuestra sociedad actual. Pero no debemos confundir el legítimo compromiso cívico —apoyar la democracia, la transparencia o el periodismo independiente— con la manipulación partidista. Implicarse en causas cívicas no es ‘meterse en política’ en el sentido peyorativo, sino ejercer la responsabilidad ciudadana que nos corresponde a todos. Superar ese miedo o esa confusión es clave para que más personas y empresas se animen a apoyar causas que, en última instancia, benefician a toda la sociedad.
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En los últimos años, el miedo a posibles represalias por apoyar causas cívicas parece haberse agudizado, especialmente en contextos donde los gobiernos muestran tendencias más autocráticas o intervienen en sectores estratégicos y medios de comunicación. Lo hemos visto en Estados Unidos con la administración Trump, que ha impulsado investigaciones regulatorias y demandas millonarias contra medios críticos, ha expulsado periodistas de la Casa Blanca y ha presionado a jueces y abogados, pero también en España con decisiones polémicas como la toma de control de Telefónica, los intentos de influir en el grupo Prisa o la consulta pública sobre la OPA del BBVA. ¿Hasta qué punto cree usted que este clima de presión o temor puede estar desincentivando la filantropía cívica y la participación ciudadana? ¿Qué se puede hacer para proteger a quienes deciden implicarse?
Me parece muy pertinente esta pregunta porque identifica amenazas graves a la democracia, a la división de poderes y al abuso de autoridad, fenómenos que lamentablemente estamos viendo tanto en democracias consolidadas como en países donde las instituciones son más frágiles. Estas amenazas solo pueden contrarrestarse o frenarse con una postura clara y valiente por parte de la sociedad civil.
Frente al temor, solo cabe el coraje: el coraje de manifestarse públicamente, de intervenir en la escena pública y de hacer constar nuestra opinión, incluso cuando eso puede acarrear represalias. Rotundamente sí, existe el riesgo de sufrir consecuencias por adoptar una postura cívica activa, pero ese no puede ser motivo para adoptar una posición pasiva o de silencio. Si estamos como estamos, con democracias debilitadas y una sociedad civil poco movilizada, es precisamente porque hay poco compromiso cívico. La única forma de revertir esta situación es con más compromiso, no con menos.
“La única forma de revertir la situación actual, con democracias debilitadas y una sociedad civil poco movilizada, es con más compromiso, no con menos”.
En este sentido, resulta muy significativo que, aunque la filantropía cívica en Estados Unidos sigue siendo marginal, entre 2017 y 2022 la financiación para causas democráticas creció entre un 42% y un 61%. Este dato demuestra que, cuando la sociedad civil se siente amenazada, reacciona buscando nuevas formas de implicación y defensa de los valores democráticos, un ejemplo a tener muy presente en España y Latinoamérica.
Precisamente en Iberoamérica se suele argumentar que la menor filantropía, en comparación con Estados Unidos, se debe a un régimen fiscal menos favorable para los donantes. ¿Hasta qué punto cree usted que la fiscalidad explica esta diferencia y qué otras barreras son más determinantes?
Aunque suele atribuirse la fortaleza de la filantropía en Estados Unidos a la generosidad de su régimen fiscal, esta explicación resulta simplista y parcial. En primer lugar, el sector filantrópico estadounidense es sumamente heterogéneo, abarcando desde grandes fundaciones privadas hasta pequeñas organizaciones comunitarias, cada una sujeta a normativas y límites fiscales distintos.
Además, las desgravaciones fiscales para donaciones surgieron en 1917 y, en sus inicios, solo beneficiaban a una minoría de contribuyentes; su extensión y consolidación no se produjo hasta varias décadas después. Por otro lado, aunque en España el límite de deducción general es menor, los porcentajes de deducción pueden acercarse en algunos casos a los EE. UU.
En última instancia, la vitalidad de la filantropía estadounidense se explica sobre todo por la fortaleza histórica de su sociedad civil y la cultura de participación ciudadana, factores que trascienden el mero tratamiento fiscal y que no encuentran un equivalente directo en el contexto español. Es decir, los incentivos fiscales pueden ayudar, pero no son el motor principal: lo fundamental es la existencia de una sociedad civil fuerte y organizada.
¿Qué papel deberían jugar las élites económicas y empresariales en la defensa de la democracia y la verdad? ¿No es necesario también implicar a una base mucho más amplia de ciudadanos y profesionales?
Sin duda, las élites económicas y empresariales deberían desempeñar un papel relevante, incluso de punta de lanza, en la defensa de la democracia y la verdad. Históricamente, siempre ha sido así: desde la Grecia clásica, pasando por el Renacimiento, hasta la edad de oro de la filantropía a principios del siglo XX, los grandes avances en la vida cívica y social han contado con el impulso decidido de quienes tenían más recursos y capacidad de influencia.
“Es fundamental democratizar la filantropía. Hay cientos de miles de ciudadanos y profesionales bien formados y con una situación económica holgada que también tienen que dar un paso al frente y comprometerse.”
Ahora bien, tampoco debemos poner toda la responsabilidad ni el foco exclusivamente en las grandes fortunas. Como subrayamos en el informe, es fundamental democratizar la filantropía. Hay cientos de miles de ciudadanos y profesionales bien formados y con una situación económica holgada que también tienen que dar un paso al frente y comprometerse. No es infrecuente encontrarme con grandes profesionales que, pese a tener recursos, han caído en el cinismo y la apatía. Su principal barrera para ayudar no es la falta de medios económicos, sino la falta de fe en que se puedan cambiar las cosas.
Por eso, el reto es doble: por un lado, que las élites asuman su responsabilidad y lideren con el ejemplo; por otro, que la filantropía cívica se abra y se democratice, para que cada vez más ciudadanos se sientan parte activa del cambio y recuperen la confianza en que su implicación, por pequeña que sea, puede marcar la diferencia.
Hablando de esa necesidad de democratizar la filantropía, ¿cuáles cree que son las claves para que la filantropía cívica llegue realmente a la base de la pirámide y se convierta en un movimiento social amplio y plural?
El primer reto es superar el cinismo y la apatía que conducen a la parálisis. Muchas personas no se implican, no por falta de recursos, sino porque dudan de que su aportación pueda marcar alguna diferencia. Por eso, es fundamental mostrar resultados, aunque sean modestos: demostrar que la suma de pequeñas acciones puede generar cambios reales y tangibles.
En este sentido, es clave dar visibilidad a ejemplos inspiradores de personas y colectivos que, con recursos limitados, han conseguido impulsar transformaciones concretas en su entorno. Estos casos ayudan a romper el escepticismo y muestran que la acción colectiva es posible y efectiva, animando a otros a sumarse.
Para que esto ocurra, es imprescindible facilitar la participación, eliminando barreras y poniendo a disposición de los ciudadanos plataformas y mecanismos sencillos que permitan donar o implicarse de forma ágil y transparente. Y, por supuesto, la transparencia y la confianza son esenciales: los donantes, grandes o pequeños, deben poder conocer el destino y el impacto de sus aportaciones. Solo así se puede romper el círculo vicioso de la desconfianza y la inacción, y transformar la filantropía cívica en un movimiento verdaderamente plural y participativo.
“Existen ejemplos inspiradores que demuestran que la acción colectiva, incluso con recursos modestos, puede tener un impacto real.”
¿Existen realmente ejemplos inspiradores, tanto en España como en otros países, de personas o colectivos que hayan conseguido impulsar cambios cívicos relevantes con pocos recursos? ¿Podría compartir algún caso concreto que ayude a romper ese escepticismo y demuestre que la acción colectiva sí puede marcar la diferencia?
Sin duda, existen ejemplos inspiradores que demuestran que la acción colectiva, incluso con recursos modestos, puede tener un impacto real: el Observatorio de Medios e Información Responsable en España ha impulsado la autorregulación y la transparencia en el sector de la comunicación; Legisla Brasil ha mejorado la calidad legislativa y la rendición de cuentas en el Congreso brasileño; Chequeado en Argentina se ha consolidado como referente en la verificación de datos y la lucha contra la desinformación, y la Sunlight Foundation en Estados Unidos ha sido pionera en la apertura de datos públicos y la vigilancia de la actividad política. Estos casos muestran que, cuando se combinan la voluntad colectiva, la creatividad y la transparencia, es posible romper el escepticismo y generar cambios reales.
Estas iniciativas cívicas, aunque exitosas y transformadoras, siguen siendo poco conocidas para el gran público y para los potenciales donantes. ¿Por qué persiste esta asimetría de información sobre las causas cívicas y sus resultados? ¿Cuáles serían las claves para visibilizar mejor estos proyectos y conectar a quienes quieren ayudar con quienes están impulsando el cambio?
La asimetría de información sobre las causas cívicas y sus resultados persiste porque muchas iniciativas carecen de recursos para comunicar su impacto y los medios tradicionales suelen dar más visibilidad a grandes campañas o causas asistenciales. Además, la fragmentación del sector y la falta de coordinación dificultan la creación de narrativas potentes y el acceso de los donantes a información fiable. Para superar esta situación, es fundamental profesionalizar la comunicación, invertir en transparencia y crear plataformas colaborativas que permitan descubrir y seguir la evolución de distintas iniciativas. En definitiva, se trata de construir puentes entre quienes quieren ayudar y quienes están impulsando el cambio, apostando por la transparencia, la colaboración y la innovación en la comunicación.
Si una persona o un gran donante, que hasta ahora solo ha apoyado causas sociales o asistenciales, le pidiera consejo para dar su primer paso en la filantropía cívica, ¿qué acción concreta le recomendaría y por qué?
Lo primero que recomendaría es informarse y reflexionar sobre qué significa realmente la filantropía cívica: no se trata solo de donar dinero, sino de comprometerse con la defensa de valores fundamentales como la democracia, la transparencia o la libertad de información. Luego, el primer paso concreto sería identificar una causa o una organización fiable en estos ámbitos y empezar por una colaboración modesta pero sostenida, que permita conocer de cerca su trabajo y sus retos. Es importante implicarse no solo como donante, sino también como aliado, participando y compartiendo la causa en el entorno personal y profesional. La clave está en dar el primer paso, aunque sea pequeño, y hacerlo de manera consciente y comprometida.
“El apoyo filantrópico al sector de los medios de comunicación es fundamental porque el periodismo independiente es uno de los pilares de cualquier democracia sana.”
El informe señala que, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, en España y en la mayoría de los países latinoamericanos la filantropía apenas apoya al sector de los medios de comunicación. ¿Por qué es tan importante que existan donantes cívicos en el ámbito mediático y cuáles son las consecuencias de su ausencia para la calidad democrática?
El apoyo filantrópico al sector de los medios de comunicación es fundamental porque el periodismo independiente es uno de los pilares de cualquier democracia sana. Los medios libres y rigurosos no solo informan, sino que también vigilan al poder, destapan abusos y contribuyen a la formación de una opinión pública crítica. Sin recursos suficientes y sin independencia financiera, los medios corren el riesgo de depender en exceso de intereses comerciales, políticos o publicitarios, lo que puede afectar su integridad editorial y su capacidad de servir al interés general.
En países como Estados Unidos, la filantropía ha jugado un papel clave en el sostenimiento y la innovación del periodismo, permitiendo la existencia de medios y proyectos de investigación que difícilmente sobrevivirían solo con ingresos comerciales. En cambio, en España y en la mayoría de los países latinoamericanos, la ausencia de donantes cívicos en el sector mediático limita la pluralidad, la innovación y la capacidad de los medios para investigar en profundidad temas de interés público.
La consecuencia de esta falta de apoyo es una mayor vulnerabilidad de los medios frente a presiones externas y una menor capacidad para cumplir su función democrática. Por eso, es urgente que la filantropía cívica asuma también el reto de fortalecer el periodismo independiente, entendiendo que sin información libre y de calidad, la democracia se debilita y la sociedad pierde una herramienta esencial para defender sus derechos y exigir rendición de cuentas.
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