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Sonrisas sinceras
Una de las cosas que más me ha asombrado de mis viajes por África es percibir que, a pesar de los problemas que cada día millones de ciudadanos deben afrontar simplemente para sobrevivir, no se quejan. En realidad no tienen a quien quejarse; saben que sería inútil y no gastan sus energías, muchas o pocas, en quejarse a un Gobierno, la mayoría de los casos inexistente o autista a su realidad.
Han aprendido a vivir por ellos mismos, con su paso y su luz. Los niños juegan con lo que tienen, se hacen una rueda con un alambre, hacen barcos de papel imitando el modelo que alguien les enseñó (cuando sus quehaceres domésticos se lo permiten), sonríen y disfrutan de la vida con plenitud.
Cuando regreso a la sociedad de consumo y al estado de bienestar, noto las carencias; esas promesas banales y en muchos casos falsas que los partidos políticos nos ofrecen por doquier, falsificando nuestra realidad cotidiana, transformándonos lentamente en seres dependientes.
Ni el estado de bienestar, ni la sociedad de consumo pueden darnos lo que a nosotros nos falta: sobriedad, espíritu de sacrificio, solidaridad y respeto a los mayores. La sonrisa de los niños africanos es mucho más sincera que la nuestra, por ejemplo.