Este sitio web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuaria/o posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestro web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de este sitio web encuentras más interesantes y útiles.
 
                La triatleta invidente Susana Rodríguez, guiada por Sara Pérez, ganó el oro en triatlón en los Juegos Paralímpicos de París. Foto: Comité Paralímpico Español.
Deportistas guía: los ojos que hacen posible lo imposible
De los atletas guía se habla muy poco, pero sin ellos, las proezas de los deportistas invidentes (o con parálisis cerebral) no serían posibles. En 2015, el Consejo Superior de Deportes reconoció a los guías como deportistas de alto nivel. No obstante, el número (desconocido) de guías es escaso y, según la Federación Española de Deportes de Ciegos (FEDC), en parte se debe a que no se puede vivir del deporte paralímpico. Cuando compiten, la FEDC abona a los guías alrededor de 40 euros por día, además del alojamiento, manutención y transporte. También reciben los premios si ganan, pero no las becas que tienen los deportistas a los que guían.
Los guías deben tener un nivel deportivo superior al de los atletas que acompañan, además de trascender su individualismo y ser sus ojos allá donde vayan juntos. Los equipos que forman incluyen convivencia, confianza ciega y emociones ante las victorias y las derrotas que valen por dos.
Sara Pérez Sala (Barcelona, 37 años) empezó a competir a los 6 años. A los 16 fue nadadora olímpica en los Juegos de Atenas en 2004 y hace cinco años se convirtió en triatleta. Su apetito competitivo y su capacidad de superación –desde hace años Sara lidia con una enfermedad inflamatoria intestinal crónica– le han llevado a competir a nivel internacional ganando en 2023 el Triatlón de Zarautz y en 2022 el The Championship Challenge Samorin, entre otros títulos.
Una dedicación total a su carrera deportiva hizo que cuando años atrás Susana Rodríguez (37 años, Vigo), triatleta invidente, le propuso ser su guía, no aceptara. Hasta que en el Campeonato de España de 2024 el guía de Susana no pudo acudir y Sara se ofreció para ser ella. Desde entonces han competido juntas. Ese mismo año ganaron el oro en triatlón en los Juegos Olímpicos de París.
Sara vive en Madrid y Susana en Vigo, lo que les impide entrenar juntas, pero se reúnen con tiempo para preparar las grandes competiciones. El triatlón incluye correr, bicicleta y nado. En la carrera, Sara y Susana van unidas por una cuerda que ambas agarran de los extremos. Cuando nadan, una cuerda de unos 50 centímetros conecta el muslo izquierdo de una con el derecho de la otra. Para la bicicleta, ambas se montan en un tándem que conduce Sara.
NOTICIAS RELACIONADAS
 – Deporte inclusivo: la suma de todos para alcanzar la integración
 – Los ‘influencers’ que normalizan la discapacidad
Cada una de estas disciplinas requiere distintas habilidades físicas, pero todas ellas necesitan una fuerte compenetración entre las atletas que implica conocerse bien y una comunicación muy precisa. Saber con antelación cómo es el circuito, si hay partes conflictivas, si hay giros, si hay algún badén o lados esquinados, es muy importante para los atletas invidentes. El guía debe informarles de cada detalle que pueda afectar su ejecución. La tarea es clara pero difícil porque requiere un nivel de empatía al que en general no estamos acostumbrados.
“Las personas videntes damos por hecho adaptar la carrera a los diferentes tipos de asfalto. Pero para los invidentes el cambio de asfalto puede ser un problema. Si tiene raíces, por ejemplo, se pueden tropezar”, comparte Sara en una entrevista online desde Dubai.
Fijarse en todos los detalles y comunicarlos con precisión requiere mucha concentración por parte de los guías. Para prepararse, una psicóloga aconsejó a Sara entrenar con antifaz. “Cuando lo hice me di cuenta de que todos los detalles importan. No es lo mismo un badén de plástico pequeño, que un badén con una pequeña cuesta”, comparte.
Entre los deportistas y sus guías tiene que existir una fuerte compenetración, que implica conocerse bien y una comunicación muy precisa. En la imagen, las triatletas Susana Rodríguez y Sara Pérez (guía). Foto: Comité Paralímpico Español.
Sara se dio cuenta de que ser guía es un trabajo mucho más complejo de lo que parece. Lo mismo le sucedió a Diego Folgado (Coslada, 25 años), atleta, estudiante de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y guía de Alba García (Alcalá de Henares, 23 años), atleta paralímpica en velocidad y salto de longitud.
Empezaron a trabajar juntos para el Mundial de París de 2023 en la prueba de 100 metros lisos, aunque la carrera de Diego como atleta comenzó hace doce años. Destacó en las categorías sub-18 y sub-20, en esta última logrando ser subcampeón de España. Cuando entró en la categoría sub-23 las lesiones le impidieron avanzar. Buscó una nueva oportunidad en Estados Unidos gracias a una beca para competir por Queens College, Nueva York. Cuando volvió a España estuvo a punto de dejarlo, hasta que por medio de su entrenador conoció al de Alba. Decidió probar como atleta guía. Le encantó y recuperó la motivación para volver a ser competitivo como atleta individual.
Para Diego, el deporte paralímpico era un mundo totalmente desconocido. “Al principio llegas un poco asustado porque no sabes cómo lo tienes que hacer. No hay ningún curso para ser guía”, comenta desde la pista de atletismo de San Sebastián de los Reyes donde entrenan.
Cuando Diego vio a Alba ponerse en el taco de salida de espaldas a la meta en una de las primeras competiciones juntos, se dio cuenta de que no bastaba con decir “ahí está el taco”, había que describirlo todo. O cuando la noche antes de una competición Alba chocó contra la puerta en el hotel donde se alojaban, produciéndole un chichón, Diego aprendió que la puerta hay que dejarla cerrada o abierta del todo, no en medio. Ahora se ríen recordándolo.
Diego y Alba entrenan a correr de manera sincronizada agarrados de una cuerda tres días a la semana. Ello requiere por parte de Diego adaptar su zancada proporcional a sus 1,90 metros de altura a la zancada de Alba, de 1,65 metros de altura. El guía tiene que poder correr más que el invidente pero siempre tiene que ir al lado o un poco por detrás, nunca tirando de él o ella. “Al principio te descuadras pero con entrenamiento todo se consigue”, dice Diego.
Tanto el guía como el atleta invidente necesitan adaptarse. Así lo testifica Alba, “al inicio es complejo porque igual te llega una persona que no ha guiado nunca.” Para superar esta dificultad se requiere una mente abierta, ganas de hacer lo que sea necesario y llevarse bien.
Alba García y Diego Folgado (guía) entrenando en la pista de atletismo de San Sebastián de los Reyes.
En la carrera, los atletas van unidos por una cuerda que agarran de los extremos. La confianza es un elemento esencial para el trabajo en equipo.
El deporte individual elevado al deporte en equipo
El atletismo y el triatlón para ciegos convierten lo que originalmente son deportes individuales en deportes en equipo. Esto requiere una nueva mentalidad por parte de los atletas guía porque ya no compiten para sí mismos.
Los guías destacan que la responsabilidad y la presión es mucho mayor. “La primera vez que me subí al tándem con Susana sentí una responsabilidad inmensa porque tú eres la herramienta que ellos necesitan para que puedan mostrar de lo que son capaces. Tengo que hacerlo todo lo más perfecto que pueda para que ella pueda brillar”, comparte Sara. Una equivocación o una mala decisión pueden repercutir en el resultado e incluso llevar a un accidente.
El trabajo en equipo requiere, además, tener una relación sincera que a veces también implica discutir. “Hay que tener la confianza suficiente para decirse mutuamente lo que se ha hecho mal y ser constructivos para seguir mejorando”, dice Sara. La buena compenetración ayuda cuando hay que hacer correcciones. “Cuando corremos, Susana se tensa mucho y tengo que recordarle que relaje el brazo. Cuando nadamos a veces tengo que decirle que se concentre y deje de atizarme”, comparte.
Otro elemento esencial para el trabajo en equipo es la confianza. Para Sara, la confianza existe porque no hay otro remedio. Eso no quita que no haya que trabajarla. Eso fue todo un aprendizaje para Alba y Diego. Alba reconoce que al principio le costó aceptar que Diego le dijera por dónde tenía que ir. Varias farolas y escalones de por medio después, ambos aprendieron a guiar y a ser guiada. “Si no confías en la otra persona fuera de la pista, dentro tampoco lo vas a hacer”, comparte.
Tener un buen estado mental es clave para todos los deportistas. En los equipos de guías e invidentes, el apoyo mutuo sirve para tener la mentalidad adecuada. Cuando Alba se siente frustrada, Diego aporta una posición más objetiva sobre lo que está bien y mal, lo que le ayuda a centrarse y seguir. Diego tiene fama de “no callar” cuando corren, para, además de dar las indicaciones necesarias, animar a Alba.
Otro de los aspectos que más transformación requieren por parte de los guías son las victorias y las derrotas. El principal objetivo de los guías no es ganar, sino ayudar al atleta invidente a que gane. Cuando le pregunto a Sara cómo se siente en esas situaciones, contesta “con Susana he aprendido a sentir de manera altruista. Cuando ganamos, ver que le he ayudado a conseguir sus sueños me hace sentir algo más que alegría, como cuando tu hijo consigue las cosas”.
El principal objetivo de los guías no es ganar, sino ayudar al atleta invidente a que gane.
Sara no lo siente como una victoria individual, sino como una victoria del atleta invidente. “Yo soy parte del equipo (formado también por el equipo técnico), pero para mí ella es la que gana. Si ella corre menos de lo que corre, por mucho que yo sea su guía, no conseguiría los mismos resultados. La rivalidad es entre los atletas ciegos, y ellos hacen la competición”, nos recuerda.
Para Diego, cuando ganan se siente igual, pero cuando pierden se siente más. “Te pones triste, aunque intento animarle y ser un apoyo positivo”. “La victoria y la derrota es de los dos. Aquí no hay culpables. Es un trabajo en equipo y somos dos para todo”, añade Alba.
Fútbol para ciegos
“¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Tienes uno delante! ¡Regatea! ¡Defiende! ¡Ataca! ¡Chuta!” Son las indicaciones de los guías a los jugadores de sus equipos en un partido de fútbol para ciegos. El guía de la defensa, que es el portero, y el guía de los delanteros del equipo contrario, situado detrás de la portería contraria, dan las indicaciones al mismo tiempo por lo que los jugadores tienen que saber reconocer a quién pertenece la voz. Las indicaciones se hacen en espejo –desde la posición del jugador no del portero– a la velocidad de una jugada. A medio campo están los terceros guías que son los entrenadores. En total son tres guías por equipo colocados en las tres áreas que dividen el campo. “¡Voy, voy, voy!” se oye cada vez que un jugador se mueve por el campo sin el balón. Decirlo es una obligación para evitar choques entre los jugadores y se considera falta si no se cumple. El que lleva el balón no lo dice porque este ya suena cuando lo mueven.
En España hay equipos de fútbol para ciegos en Tarragona, Granada, Sevilla y dos en Madrid. Cada equipo lo forman ocho jugadores –cuatro son titulares–, dos porteros y uno o dos entrenadores. Es un fútbol muy poco conocido y “que tiende a desaparecer porque, gracias a los avances científicos, cada vez hay menos personas ciegas”, comparte Javier Martínez Braña (Madrid, 53 años), entrenador del Madrid Fútbol Ciegos.
Javier empezó como portero pero debido a una lesión en la mano pasó a ser entrenador. Lleva vinculado a este equipo desde el año 2016 y empezó con la mezcla de incredulidad y sorpresa que todos sentimos cuando oímos que hay fútbol para ciegos. Conoció a José Rodríguez, uno de los jugadores, en uno de los partidos de waterpolo en el que jugaban los hijos de ambos. Cuando José mencionó que jugaba al fútbol, Javier no lo podía creer: “¡¡¿Qué tú juegas al fútbol ciego?!!” Un día fue a verles y no dudó en querer involucrarse.
Las reglas del fútbol para ciegos son las del fútbol sala con algunas adaptaciones. Los balones tienen un cascabel en su interior y seis chapas colocadas de tal manera que no le impidan rodar y que lo hacen más duro de lo normal. Se juega mucho cerca de las vallas que rodean el campo y que sirven para evitar que el balón salga fuera y para que los jugadores se agarren. Una jugada típica es cuando un jugador está en valla y llega un compañero diciendo “apoyo”. “Como se conocen las voces saben que le puede lanzar el balón pero si se mete un jugador del equipo contrario por delante, ellos muchas veces lo notan intuitivamente y se avisan”, comparte Javier.
En el fútbol son necesarios tres guías por equipo, que se colocan en las tres áreas que dividen el campo. Foto: Madrid Fútbol Ciegos.
Dado que todos los jugadores no tienen el mismo grado de ceguera, están obligados a ponerse un antifaz para estar en igualdad de condiciones. Los porteros y los entrenadores son los únicos videntes y guías voluntarios. No reciben una formación especial con excepción de los entrenadores.
Para las faltas, el portero coloca la barrera compuesta por dos o tres jugadores, y le informa al delantero de su posición y la de los postes de la portería golpeándolos para emitir ruido. De esta forma el jugador puede hacerse una idea de dónde está colocado él y el portero. Para que el portero no tenga ventaja sobre el delantero se le reduce el área de la portería a dos metros de ancho (en fútbol sala son tres metros). Si no fuera así, sería prácticamente imposible meterle gol. “Son muy buenos porteros y muy rápidos, porque tienen que tener la habilidad suficiente de parar el balón dentro de ese espacio tan pequeño”, afirma Javier.
Los porteros del Madrid Futbol Ciegos son Alberto García (Las Rozas, 23 años) y Miguel Úbeda (Madrid, 24 años), sobrino de Javier. Los dos compaginan su voluntariado como guías con la finalización de sus estudios y el trabajo. Miguel, estudiante de un grado de Acondicionamiento Físico, se unió al equipo en 2019 porque necesitaban a gente y su tío le animó a probar. Alberto jugaba al fútbol pero lo dejó y estaba buscando qué hacer para compaginar con sus estudios de Ingeniería Mecánica. Buscando en las redes y contactando a gente encontró el fútbol para ciegos.
Una de las cosas que les enganchó es ver de lo que son capaces las personas invidentes. Javier destaca el compromiso de los jugadores por su puntualidad en cada cita y asistencia a todos los entrenamientos. Entrenan tres días a la semana y algunos de los jugadores van desde lugares alejados como el Álamo. “Viendo eso yo no puedo decir un día que no vengo”, comenta Javier.
Al entrenamiento que asisto, el portero golpea los postes indicando cuál es el derecho y cuál es el izquierdo para practicar penaltis. Toca el turno de las jugadas con tiro a puerta. Los jugadores esperan en fila agarrados a la valla. Javier lanza el balón contra esta cuyo impacto emite un sonido y lo hace rebotar al centro del campo mientras el primer jugador sale corriendo a su encuentro. La velocidad y confianza con la que corren los jugadores siguiendo las indicaciones de Javier y del portero es admirable. “¡3, 2, 1!” grita el portero indicando los metros hasta la portería.
A Miguel lo que más le costó fue perder miedo al balón ya que las chapas que lleva pueden hacer daño y, sobre todo, no olvidarse de dar las indicaciones a los jugadores. Para Alberto, lo más difícil es convencer a los jugadores de mejorar su condición física. Los jugadores no pasan ninguna prueba para ser seleccionados. El que quiera jugar juega ya que no hay suficientes candidatos. Eso hace que sea un equipo muy diverso, con jugadores de distintas edades y estados físicos.
Para Javier, el mayor desafío es que no se choquen entre ellos y que no se hagan daño. También que sigan activos y que no pierdan la competitividad. Como entrenador, su objetivo es que aprendan a manejar los pies y el balón, y entrenar mucho el oído. “Lo que nosotros hacemos con los ojos ellos lo hacen con el oído”, afirma.
Javier Martínez, entrenador del Madrid Fútbol Ciegos, señala que una de las cosas más bonitas es la unión y tiempo compartido con todo el equipo.. Lo define como una familia que se apoya .
Deporte y convivencia
El trabajo de guía de deportistas invidentes también tiene lugar fuera de las pistas y del campo de juego. La independencia que tienen estos deportistas en su entorno conocido desaparece cuando viajan para competir en otras ciudades. Si bien dar este apoyo surge de manera natural, los guías reconocen que acordarse de darlo continuamente puede ser complicado. “Yo no había caído en que en un bufé necesitas ir con ellos y decirles esto no lo cojas que tiene mala pinta”, comenta Sara.
Para los guías, también supone darse cuenta de las muchas barreras que tienen que enfrentar las personas invidentes. “Un bache en la calle, una puerta que se abre de cierta forma, huecos estrechos… hay cientos de estos obstáculos”, comenta Diego.
El vínculo y convivencia entre los guías y los deportistas invidentes se multiplica en un equipo de fútbol. Para Javier, además de ver a sus jugadores jugar, una de las cosas más bonitas es la unión y tiempo compartido con todo el equipo. Él lo define como una familia que se apoya. Antes de un viaje, ayudan a los jugadores que viven solos a meter en la maleta las camisetas del color correcto mediante una videollamada. Y “cuando alguien está lesionado se encargan de que siempre haya alguien que llame para preguntar por él”, comparte Javier.
Una nueva mirada
Los atletas guía coinciden en que ser guías les ha abierto los ojos a lo que el ser humano es capaz, llevándoles a replantearse viejas percepciones sobre las personas con discapacidad. “Aprendes que cuando algo trágico pasa en tu vida no te puedes quedar en pobrecito lo que me ha pasado. Una persona en silla de ruedas puede ser feliz y hacer cosas extraordinarias”, dice Sara. Para ella, Susana es tan buena porque es ciega y ha tenido que esforzarse para demostrar lo brillante que es.
Ardem Patapoutian, nobel de Medicina en 2021, nos recuerda que tenemos sentidos como la propiocepción, que consiste en sentir dónde están nuestras extremidades en el espacio. Este sentido hace que podamos caminar, correr, jugar al fútbol o tocar el violín con los ojos cerrados. Ello puede explicar en parte cómo se manejan los deportistas invidentes, pero es con los guías cuando su potencial se multiplica y alcanzar lo extraordinario es posible.







