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Las bibliotecas son espacios comunitarios que prestan semillas a agricultores, huertos urbanos o particulares, y fomentan la sembrada, el cultivo y su devolución. Foto: Red de Semillas de Cantabria.
Bibliotecas de semillas: guardianas de la biodiversidad
Hace muchos años, en los fértiles valles de Castilla, crecía una pequeña fruta llamada perilla roja de Almazán. Era dulce como la miel, con una piel finísima y un aroma tan intenso que bastaba una cesta para perfumar toda la cocina. Durante generaciones, los agricultores de la zona cuidaron con mimo sus árboles, injertándolos a mano y recogiendo sus semillas como si fueran oro. Pero con la llegada de variedades comerciales más resistentes y uniformes, la perilla fue cayendo en el olvido. Uno a uno, los árboles desaparecieron, y con ellos, un sabor único e irrepetible. Hoy, ya no queda ni rastro de ella, salvo en algún cuaderno amarillento de recetas antiguas. Es por historias como esta que las bibliotecas y los bancos de semillas se convierten en guardianes silenciosos del pasado, protegiendo lo que podría perderse para siempre.
Recuperar semillas locales no solo protege la biodiversidad, sino también una forma de vida rural y una cultura agrícola que se está desvaneciendo. Los guardianes de semillas son quienes mantienen viva esa herencia transmitida durante generaciones. Cada semilla cuenta una historia de adaptación y supervivencia. Son un legado. Un recurso invaluable para garantizar la soberanía alimentaria y enfrentar un futuro incierto.
Lucía De la Rosa Fernández, científica titular del Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos (INIA‑CSIC), explica por qué desde la agroecología es fundamental preservar variedades locales y tradicionales frente al predominio de semillas comerciales o transgénicas. “Teniendo en cuenta que la FAO define la agroecología como la corriente que optimiza las interacciones entre plantas, animales, personas y medio ambiente, y que uno de sus principios es la agrobiodiversidad, es evidente que se debe preservar y poner a disposición de los agricultores tanto las variedades locales como sus parientes silvestres y plantas silvestres de uso alimentario. Pero no solo es importante conservar y aportar las semillas, también hay que disponer de información de caracterización de estas variedades, y que junto con las semillas se conserve el conocimiento tradicional asociado a ellas”, nos indica De la Rosa.
Según el Tercer Informe sobre el estado de los recursos fitogenéticos vegetales para la alimentación y la agricultura publicado este 2025 por la FAO, el 60% de los alimentos a nivel mundial se obtienen de solo nueve cultivos dominantes. Además, señala que un 6% de las variedades tradicionales de semillas están en riesgo, y en algunas regiones (como África Austral y Asia Occidental) esta cifra supera el 18%. En total, se conservan poco más de 5,9 millones de accesiones en bancos de germoplasma, de los cuales un 41 % ya está duplicado como reserva de seguridad.
Actualmente la conservación de semillas se lleva a cabo en los bancos de germoplasma y en las bibliotecas de semillas. No son lo mismo, cada uno tiene un propósito distinto y complementario.
La diversidad agrícola es clave frente al cambio climático, y aquí los bancos y redes de semillas juegan un papel fundamental. “Los bancos de germoplasma se centran en la conservación a largo plazo, mientras que las redes de semillas, que también incluyen bancos, están más enfocadas en la promoción de su utilización por los agricultores. Ambos tipos de instituciones conservan y utilizan una amplia diversidad vegetal, resultado de la selección natural y de la selección realizada por los propios agricultores a lo largo de generaciones. En estos materiales se encuentra la información genética necesaria para responder a las necesidades de producción y para obtener productos con alta calidad nutricional”, apunta De la Rosa.
El 6% de las variedades tradicionales de semillas están en riesgo, y en algunas regiones de África y Asia Occidental esta cifra supera el 18%.
Los bancos de germoplasma (o bancos de semillas) preservan material genético en condiciones controladas, asegurando que esté disponible para usos futuros (investigación, recuperación de variedades, mejoras genéticas, emergencias). De nuevo según datos de la FAO, desde 2009 hasta 2019, la conservación de semillas en bancos genéticos aumentó en un 8%, y actualmente existen alrededor de 867 bancos (nacionales, regionales e internacionales) que gestionan casi 6 millones de accesiones. La duplicación de seguridad (seed backup) ha crecido del 15 % en 2014 al 41% en 2022, representando un salto en resiliencia ante emergencias. Además, más de 300.000 muestras de parientes silvestres de cultivos se conservan como recursos genéticos valiosos para futuras mejoras agrícolas .
En España existe el Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos (CRF‑INIA), en Alcalá de Henares, que conserva decenas de miles de accesiones de semillas, muchas de especies tradicionales fuera de uso. También funcionan bancos universitarios como el de Germoplasma Vegetal de la UPM en Madrid o el Banco de Germoplasma Vegetal Andaluz en Córdoba, entre otros. Forman parte de redes europeas como Ensconet, que coordinan la conservación de semillas nativas a nivel continental.
Maialen Arrieta Aseguinolaza, trabajadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y una de las coordinadoras del Banco Vasco de Germoplasma Vegetal (BVGV) perteneciente a la Diputación Foral de Gipuzkoa, explica que los bancos de germoplasma son centros que tienen como finalidad la recolección, tratamiento y conservación de germoplasma (semillas, polen, esporas, propágulos) de manera que pueda ser mantenido de forma indefinida o reintroducido en el medio natural para asegurar la conservación de las especies. En las últimas décadas, los trabajos ex situ, se han convertido en uno de los instrumentos más importantes para la conservación de la biodiversidad vegetal. “De hecho, las actuaciones ex situ no deberían ser un objetivo final sino depender de las actuaciones in situ (distribución de especies en áreas naturales) y coordinarse mediante planes específicos de recuperación o gestión de especies amenazadas”, explica.
Desde su creación en 2006, el objetivo principal del BVGV es la conservación ex situ (fuera de la distribución natural de las especies) de las especies incluidas en el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas de la Vegetación y especies de flora silvestre amenazadas, endémicas y de hábitats de interés comunitario. Como resultado de los trabajos realizados en los últimos 19 años, se han conservado casi 1.200 accesiones (colecciones) de más de 480 especies diferentes.
A diferencia de las bibliotecas de semillas, los bancos de germoplasma actúan fuera del campo, en laboratorio, y garantizan la reserva genética a largo plazo mientras que las primeras fomentan la sembrada y cultivo. Foto: Banco Vasco de Germoplasma Vegetal.
Maialen Arrieta nos explica cómo funciona un banco de germoplasma: “En el caso del BVGV, llevamos años dedicadas a la labor de la conservación de especies amenazadas y catalogadas en general. Entre las especies catalogadas, identificamos aquellas que, por diversas razones —como poblaciones reducidas, poblaciones únicas y aisladas en nuestro territorio, o problemas de reproducción— son aún más vulnerables a los cambios ambientales, por lo que su conservación adquiere especial relevancia”.
“Para la conservación del germoplasma (polen, esporas o semillas), empleamos distintas técnicas de deshidratación y criocongelación, según el tipo de germoplasma. Existen semillas ortodoxas y recalcitrantes, y en función de su capacidad de deshidratación, se aplican unas técnicas u otras. En el caso de las esporas y el polen, que son muy sensibles a la deshidratación, se requieren técnicas más complejas. Dado que trabajamos con especies amenazadas o poco comunes, continuamos investigando cuáles son las técnicas idóneas para garantizar su conservación ex situ a largo plazo”, añade Arrieta.
Mientras que los bancos de germoplasma actúan ex situ —fuera del campo, en laboratorios y controlando la seguridad—, las bibliotecas operan in situ: dentro de la comunidad, estimulando el cultivo y conocimiento de las variedades. Las primeras garantizan la reserva genética a largo plazo; las segundas, su uso vivo, adaptativo y cultural.
Las bibliotecas de semillas son espacios comunitarios que prestan semillas a agricultores, huertos urbanos o particulares. No conservan germoplasma en frío ni compiten con los grandes bancos, sino que fomentan la sembrada, el cultivo y la devolución de semillas. Es decir, permiten que una variedad local viva y evolucione con cada cosecha.
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En un mundo donde la agricultura industrial ha homogeneizado los cultivos, las bibliotecas de semillas emergen como arcas de biodiversidad. Estos espacios, a medio camino entre el banco genético y la tradición campesina, funcionan como centros vivos de intercambio donde las semillas no se comercializan, sino que circulan bajo un sistema de préstamo y devolución. El modelo es sencillo pero revolucionario: los agricultores pueden llevarse variedades tradicionales para cultivarlas, con el compromiso de devolver después una parte de las semillas obtenidas. Así se asegura su conservación para futuras generaciones.
Estas iniciativas van mucho más allá de la mera conservación. A diferencia de los grandes bancos genéticos internacionales, que almacenan semillas en cámaras frigoríficas, estas bibliotecas mantienen las variedades vivas y en constante evolución, adaptándose a los cambios ambientales y a las necesidades locales.
La historia de las bibliotecas de semillas está íntimamente ligada a la resistencia frente a la uniformización agrícola. Durante la llamada Revolución Verde de los años 60, la industrialización del campo trajo consigo la sustitución masiva de variedades tradicionales por cultivos estandarizados de alto rendimiento. Según datos de la FAO, este proceso provocó la desaparición del 75% de la diversidad genética agrícola que existía a principios del siglo XX. Frente a esta erosión genética, comenzaron a surgir movimientos campesinos que buscaban preservar las semillas autóctonas.
En España, este movimiento tomó forma en los años 90 con la creación de la Red de Semillas “Resembrando e Intercambiando”. Como relata María Carrascosa, miembro de la red, esta coordinadora estatal, que reúne a más de 25 redes locales, trabaja desde hace más de 20 años en reintroducir prácticas tradicionales como la autoproducción de semillas, reivindicando la soberanía alimentaria y el control colectivo sobre estos recursos frente a las patentes, los transgénicos y la propiedad intelectual. Denuncian que el actual sistema intensivo ha convertido a los agricultores en dependientes de semillas caras y variedades diseñadas para la gran distribución, reduciendo su poder de decisión. Frente a ello, defienden que el agricultor recupere un papel protagonista: que decida qué, cómo, dónde y para quién producir. Hoy, esta red agrupa a cientos de productores y ha inspirado decenas de iniciativas similares por todo el país. A nivel internacional, experiencias como el movimiento Seed Savers han demostrado que este modelo puede funcionar a mayor escala.
El mapa de bibliotecas de semillas en nuestro país muestra un tejido creciente y diverso. Según el último censo de la Red de Semillas, existen más de 50 puntos activos distribuidos por todo el territorio. Muchas funcionan vinculadas a huertos urbanos, como la Biblioteca de Semillas de Barcelona en el CCCB, donde los ciudadanos pueden llevarse semillas igual que se llevan un libro. Otras están gestionadas por asociaciones especializadas, como Llavors d’Ací en Valencia, que ha logrado recuperar más de 300 variedades de la huerta tradicional.
Las bibliotecas funcionan como centros vivos de intercambio donde las semillas no se comercializan, sino que circulan bajo un sistema de préstamo y devolución.
En 2011, la Red de Semillas de Aragón impulsó la creación de las primeras bibliotecas de semillas en pequeños pueblos, como Alcorisa, La Almunia y Morata de Jalón, integrándolas en bibliotecas públicas para facilitar el acceso a todos los ciudadanos. En el norte, varios proyectos reparten semillas por los pueblos de Asturias.
En Andalucía, la Red Andaluza de Semillas trabaja con agricultores para conservar cultivos como la berenjena de Almagro, una variedad casi desaparecida en los años 90 y que hoy vuelve a cultivarse gracias a este esfuerzo colectivo. Esta asociación ha promovido también desde 2007 la Red de resiembra e intercambio (ReI) y el Banco de semillas comunitario, con el objetivo de facilitar el intercambio de semillas entre agricultoras y agricultores dentro de Andalucía. En sus 18 años de funcionamiento la ReI ha promovido más de 12.700 intercambios de 235 especies diferentes entre 1.148 participantes.
El día a día de estas bibliotecas combina el saber tradicional con técnicas modernas de conservación. En un ejemplo típico, un agricultor lleva semillas de una variedad local a la biblioteca. Allí, los voluntarios las clasifican, documentan sus características (ciclo de cultivo, resistencia, usos tradicionales) y las almacenan en condiciones óptimas. La biblioteca de semillas de Guadalajara lo explica así: “el usuario se lleva un pequeño sobre con unas 20 semillas, las siembra, las cuida… y si todo va bien, tras la cosecha, devuelve nuevas semillas que vuelven a estar disponibles para otros. Si no puede devolverlas, simplemente lo explica en una ficha que acompaña el préstamo. Aquí, lo importante es participar”.
Muchas bibliotecas complementan este trabajo con actividades para fomentar la educación ambiental y la participación comunitaria, conectando a personas de diferentes generaciones y culturas en torno a la agricultura y la conservación de la biodiversidad. La Red de Semillas de La Rioja, por ejemplo, organiza talleres donde enseñan técnicas para extraer y conservar semillas correctamente. Estas habilidades, que antes se transmitían de generación en generación, habían caído en el olvido con la agricultura industrial.
La labor de estas bibliotecas trasciende lo agrícola para convertirse en un asunto de seguridad alimentaria. En primer lugar, representan un freno a la creciente erosión genética. Actualmente solo tres multinacionales (Bayer-Monsanto, Corteva y Syngenta), controlan casi el 60% de las semillas y el 70% de los pesticidas y productos químicos para el cultivo alimentos, además de casi todas las patentes de los transgénicos, lo que reduce drásticamente la diversidad disponible. Esta uniformidad hace que los cultivos sean más vulnerables ante plagas o cambios climáticos, ya que las variedades locales suelen estar mejor adaptadas a sus territorios de origen. Esta adaptación local cobra especial importancia en el contexto de cambio climático, donde la flexibilidad genética será clave para la adaptación agrícola.
Carlos Rubio, responsable de la Red de Semillas de Cantabria, subraya que las bibliotecas de semillas, aunque valiosas, tienen un impacto limitado si no se acompañan de una red activa que las sostenga: “Son más una herramienta de concienciación que una solución definitiva para la conservación”. En su experiencia, la clave no está solo en almacenar variedades, sino en garantizar que estas se cultiven y multipliquen de manera continuada, adaptándose así a los cambios ambientales y al clima local.
Para Carlos Rubio, de la Red de Semillas de Cantabria, la clave no está solo en almacenar variedades, sino en garantizar que estas se cultiven y multipliquen de manera continuada, adaptándose así a los cambios ambientales y al clima local. Foto: Red de Semillas de Cantabria.
En Cantabria, su red mantiene unas 190 variedades, pero el reto es lograr que más personas se impliquen en su cultivo y devolución. Rubio advierte que, sin respaldo económico ni apoyo institucional, estas iniciativas pueden quedarse en meros gestos simbólicos: “Tenerlas metidas en un sobre sin cultivar es un problema. Para que la biodiversidad agrícola se mantenga viva y evolucione, hay que cultivarlas todos los años”.
Por último, estas iniciativas fortalecen la autonomía de los agricultores. Frente a las semillas híbridas que deben comprarse cada año, las variedades tradicionales pueden reproducirse indefinidamente.
Sin embargo, no está siendo fácil. Las bibliotecas de semillas enfrentan desafíos significativos que limitan su expansión y sostenibilidad. Uno de los principales obstáculos es el marco legal vigente en la Unión Europea. La normativa comunitaria exige que las semillas destinadas a la comercialización estén registradas en catálogos oficiales, cumpliendo criterios de distinción, homogeneidad y estabilidad. Este proceso de registro implica costos elevados y trámites complejos, lo que dificulta la inclusión de variedades locales y tradicionales que, por su naturaleza, presentan una mayor diversidad genética y adaptabilidad a condiciones específicas.
Aunque existen directivas, como la 2008/62/CE, que permiten ciertas exenciones para variedades locales amenazadas por la erosión genética, su aplicación es limitada y varía entre los Estados miembros. En España, el Real Decreto 170/2011 regula el Registro de Variedades Comerciales, pero no contempla adecuadamente las particularidades de las semillas tradicionales.
La influencia de la industria agroquímica también representa un desafío. En algunas comunidades autónomas, se han implementado normativas que restringen el intercambio de semillas no certificadas, bajo el argumento de garantizar la sanidad vegetal. Sin embargo, estas medidas pueden limitar la circulación de variedades locales y el conocimiento asociado a ellas.
Actualmente solo tres multinacionales controlan el 60% de las semillas y el 70% de los pesticidas y productos químicos para el cultivo alimentos, lo que reduce drásticamente la diversidad disponible.
Además, la protección de la propiedad intelectual sobre nuevas variedades vegetales, gestionada por la Oficina Comunitaria de Variedades Vegetales (OCVV), otorga derechos exclusivos a los obtentores, lo que puede restringir el acceso y uso de ciertas semillas por parte de agricultores tradicionales.
La sostenibilidad financiera es otro reto importante. Muchas bibliotecas de semillas operan gracias al esfuerzo de voluntarios y con recursos limitados. La ausencia de financiación estable dificulta la conservación, catalogación y distribución de las semillas, así como la realización de actividades educativas y de sensibilización.
Carlos Rubio, responsable de la Red de Semillas de Cantabria, aporta una visión realista sobre los retos de mantener vivo un banco de semillas en contextos con pocos recursos. “Nuestra red es pequeña; sobre el papel hay bastantes socios, pero activos somos muy pocos. El objetivo principal que tenemos es mantener el banco de semillas que gestionamos, intentar rescatar variedades que aún quedan en huertas particulares y hacer algo de divulgación cuando nos llaman para charlas o actividades”, explica. En la actualidad, este banco cuenta con unas 190 variedades que se conservan gracias a un reducido grupo de personas, entre ellas Ana, quien coordina la conservación y la multiplicación de semillas cuando estas envejecen.
A pesar de las limitaciones, la red forma parte de la federación estatal, lo que —en palabras de Carlos— “nos da ánimos para seguir y nos aporta ideas de otras comunidades”. Sin embargo, insiste en que la falta de recursos económicos y de personal dedicado impide avanzar más rápido: “Con ir manteniendo el banco que tenemos y confiando en que la gente entienda la importancia de conservar la biodiversidad, ya nos damos por contentos”, expresa.
Los bancos de germoplasma también tienen sus limitaciones. Maialen Arrieta, una de las coordinadoras del Banco Vasco de Germoplasma Vegetal, defiende que la degradación de los hábitats representa, sin duda, una de las amenazas más críticas para la conservación in situ de las especies. A este gran hándicap, se suma el desafío de contar con información biológica básica limitada para muchas especies. A menudo los expertos carecen de datos esenciales sobre sus polinizadores específicos, sus estrategias de reproducción o incluso cómo definir y contabilizar individuos en el campo. Esta falta de conocimiento obliga, en muchas ocasiones, a establecer y validar criterios propios de gestión con el fin de diseñar estrategias de conservación viables y adaptadas a cada caso. “El trabajo con especies vegetales amenazadas y catalogadas requiere necesariamente de una estrecha colaboración con la administración competente, ya que estas especies forman parte del patrimonio natural y su gestión está sujeta a normativas específicas de protección”, señala.
Estos centros de conservación de semillas representan mucho más que nostalgia por el pasado. Son laboratorios vivos donde se cultivan soluciones para los desafíos alimentarios del futuro. Como reivindican los movimientos por la soberanía alimentaria, la agroecología y la defensa de las variedades tradicionales frente a la agroindustria, “quien controla las semillas, controla la vida”.


