<p>El economista Gastón Vigo Gasparotti ha llevado a Argentina el modelo de abordaje de la pobreza de Pedro Opeka, levantando una población con familias vulnerables, e impulsando la educación y el trabajo compartido. Foto: Akamasoa Argentina.<p>

El economista Gastón Vigo Gasparotti ha llevado a Argentina el modelo de abordaje de la pobreza de Pedro Opeka, levantando una población con familias vulnerables, e impulsando la educación y el trabajo compartido. Foto: Akamasoa Argentina.

Akamasoa: el modelo para reducir la pobreza mediante esfuerzos compartidos

La experiencia de urbanización comunitaria iniciada en Madagascar por el sacerdote Pedro Opeka hace 35 años está siendo replicada en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, en Argentina. Se trabaja en tres pilares: trabajo, educación y vivienda digna como solución para salir de la pobreza extrema.

Karina, Mariana y Alejandra son vecinas del pueblo rural de Lima, ubicado en Zárate (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Las tres mujeres provienen de un contexto de pobreza, arrastrando traumas muy profundos. Ninguna pudo terminar la escuela durante su infancia y adolescencia, y enfrentaron situaciones de violencia, abuso, exclusión y abandono.

En 2019 el economista Gastón Vigo Gasparotti se acercó a la comunidad de Lima, de la que forman parte las tres mujeres, con una propuesta para salir de la pobreza. Se reunió con un grupo de vecinos en un club social de la zona y les planteó la posibilidad de conseguir un campo, construir viviendas, instalar un invernadero comunitario y establecer una escuela. La comunidad creyó en esa propuesta y así surgió Akamasoa Argentina, una réplica de un modelo ya desarrollado hace más de 35 años en la isla de Madagascar, frente a la costa sureste de África.

Akamasoa surge para dar respuesta a una problemática vigente en el país latinoamericano: la pobreza. En lo que respecta a Buenos Aires, según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) de Argentina, en el segundo semestre del 2023 el nivel de la pobreza en la región alcanzó el 41%. Además,  presenta la mayor tasa de desempleo del país con 5,5% de personas desocupadas.

Desde que arrancó el proyecto de Akamasoa en Argentina, ya se han construido 14 viviendas, dos invernaderos hidropónicos, once módulos habitacionales para situaciones de acogida y un jardín infantil Montessori.

El sacerdote argentino que llevó una solución a Madagascar

A los 25 años, Vigo Gasparotti, doctor en economía y autor de cinco libros, empezó a trabajar con organizaciones dedicadas a combatir la desnutrición infantil. “Un día me encontré la obra de Pedro Opeka. Empecé a leer sobre su trabajo y pensé que ese hombre había encontrado una solución innovadora para ayudar a las personas”, relata.

Pedro Opeka es un sacerdote argentino que se instaló a finales de la década de los setenta en Madagascar impactado por su pobreza. Fundó Akamasoa en la capital, Antananarivo, hace más de 35 años. Construyó con comunidades vulnerables 22 barrios, 4.000 casas, escuelas de todos los niveles, maternidades e infraestructura para una ciudad de 30.000 habitantes. La organización afirma en su página web que sacó de la extrema pobreza a medio millón de personas. En 2021, fue candidato al Premio Nobel de la Paz en reconocimiento por su obra humanitaria.

La solución impulsada por el sacerdote trabaja con la comunidad en tres pilares: techo, trabajo y educación. Cada pueblo que acompaña tiene escuelas, ambulatorios médicos y lugares de trabajo en áreas como la construcción, carpintería, agricultura, arte y artesanía.

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Pedro Opeka fundó hace 35 años la ciudad de Akamasoa sobre un basusero de Madagascar, sacando de la pobreza extrema a sus habitantes. Foto: Madagascar Foundation.

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Pedro Opeka fundó hace 35 años la ciudad de Akamasoa sobre un basurero de Madagascar, sacando de la pobreza extrema a sus habitantes. Foto: Madagascar Foundation.

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Pedro Opeka fundó hace 35 años la ciudad de Akamasoa sobre un basusero de Madagascar, sacando de la pobreza extrema a sus habitantes. Foto: Madagascar Foundation.

Según el Banco Mundial, en 2022 el 75% de la población de Madagascar era pobre. Múltiples privaciones explican una pobreza monetaria y no monetaria persistentemente elevada. En primer lugar, la mayoría de las personas trabajan en la agricultura de subsistencia de baja productividad (en este sector, el 90% de los hogares son pobres). En segundo lugar, la lenta acumulación de capital humano ha impedido a la gente salir de la pobreza mediante empleos más productivos y mejor remunerados. La vulnerabilidad infantil es extremadamente alta, con una elevada desnutrición entre los niños (40% de retraso en el crecimiento), trabajo infantil y altas tasas de matrimonios precoces y embarazos de adolescentes. Todo ello refuerza la transmisión intergeneracional de la pobreza.

Fue en 1989 cuando Opeka comenzó esta obra humanitaria en el basurero de Antananarivo. Este lugar era el refugio de personas pobres expulsadas de los campos y ciudades, que buscaban allí su sustento para sobrevivir al día a día. Como primer paso para desarrollar su modelo creó lazos de confianza y amistad con sus habitantes. “Empezamos a crear entre nosotros una fraternidad evangélica, que significa amistad y una relación sencilla y profunda de servicio”, explica Opeka en múltiples entrevistas.

Una estrategia del religioso para ganarse la confianza de la comunidad fue el fútbol. Los domingos después de misa los vecinos lo iban a buscar para ir a jugar. También, el sacerdote tuvo que aprender el idioma y entender su cultura. Después de varios meses logró convencer a 70 familias para que abandonasen el vertedero y así comenzar la aventura de crear un nuevo pueblo a 60 kilómetros de la ciudad, cedido por las autoridades locales.

“Para iniciar el proyecto, Pedro se ocupó de conseguir un terreno fiscal en el campo. Las primeras familias que se instalaron se ocuparon de cultivar la tierra y comenzar a construir las casas”, relata Jesús María Silveyra, autor del libro Un viaje a la esperanza, basado en la historia de Opeka.

Al ser preguntado sobre las claves que impulsan a las personas a involucrarse en su proyecto , Opeka dice: “Lo primordial es el amor por sus hijos. Buscan que tengan un futuro mejor y una vida más digna”. Además, se sintieron “respetadas y bien recibidas”, añade. Opeka enfatiza que el trabajo es la base del progreso: “Todos deben participar en la construcción de la comunidad”, expresa.

Sin ayuda del Estado, el sacerdote y los vecinos fueron construyendo calles, sistema de cloacas, red eléctrica y de agua. “Cuando llegó un Gobierno más democrático, el sacerdote logró que se pagara parte del sueldo a los maestros de la escuela”, agrega Silveyra. El modelo fue estudiado en una tesis para la Universidad Pontificia Comillas por Pilar Ramos. Según esta licenciada en Relaciones Internacionales, “la fe católica fue algo que unió mucho y ayudó a hacer comunidad. Otro punto importante fue el hecho de devolver a la gente la confianza en sí misma y generar autoestima. Cuando hay un sentimiento de comunidad se cuida más al otro y se visualiza un futuro mejor”, asegura.

El padre Opeka identificó una cantera de granito cercana al basurero y propuso que quien estuviera dispuesto a trabajar allí, podría producir ladrillos para luego venderlos. “Así sería suficiente para comprar alimentos para las familias”, explica Ramos en su tesis sobre cómo se empezó a generar trabajo. Las actividades económicas que se fueron desarrollando en la zona se basan principalmente en la cantera, construcción, agricultura y artesanía.

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Vigo Gasparotti viajo a Madagascar a finales de 2018 para trabajar en el proyecto del sacerdote Opeka y extrapolar Akamasoa a su país. Foto: Akamasoa Argentina.

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Vigo Gasparotti viajo a Madagascar a finales de 2018 para trabajar en el proyecto del sacerdote Opeka y extrapolar Akamasoa a su país. Foto: Akamasoa Argentina.

Akamasoa no acepta voluntarios externos ni el envío de mercancías desde otros países, las personas beneficiarias del proyecto son las que principalmente deben colaborar para que funcione. Todo proyecto social debe estar centrado en la contraprestación, salvo cuando se trate de casos extremos, es decir, “ayudar sin generar dependencia”, explican.

En cuanto a la financiación de la construcción de hogares, Opeka comenta que la ayuda proviene principalmente de Europa, donde muchas personas están dispuestas a contribuir. Sin embargo, destaca que “los beneficiarios deben cooperar y participar de una manera u otra durante al menos cinco años pagando una suma de dinero a su alcance”. Enfatiza que “en Akamasoa todos deben trabajar y participar”, ya que “no se regala nada”.

Las personas que reciben una casa firman un contrato de adhesión a una asociación. “Se asumen una serie de compromisos: la obligatoriedad de educar a los hijos, trabajar y tener disciplina, así como evitar llevar drogas al barrio”, relata Silveyra. En 2014, la obra de Akamasoa fue reconocida por el Estado de Madagascar como un proyecto de interés público. “De este proyecto se destaca el elemento identitario y religioso, donde la gente participa y contribuye por el bien común”, explica Ramos.

Opeka se formó en filosofía y teología, en Liubliana (Eslovenia) y en Francia. Finalizó sus estudios en el Instituto Católico de París. Allí, se vinculó con el hijo de la ex primera dama francesa Danielle Mitterrand. Ella, a través de su fundación, contribuyó con donaciones para comprar los primeros ladrillos. Akamasoa se sostiene gracias a las donaciones públicas y privadas que llegan de todas partes del mundo (Francia, España, Eslovenia, Alemania y México, entre otros). Benefactores creyentes y no creyentes, bancos, gobiernos, multinacionales, la comunidad europea durante un tiempo y artistas que confían en la obra de Akamasoa. En su página web se pueden encontrar los socios que actualmente apoyan la iniciativa. Por ejemplo, están las asociaciones de ‘Amigos del Padre Pedro’ (en Francia, Italia, Argentina, Suiza y Mónaco), que realizan una labor esencial de apoyo.

“Opeka tiene cerca de 500 colaboradores que lo acompañan, algunos asalariados y otros voluntarios. Él quiere que la obra la desarrolle la gente del lugar, incluso cuando quieren ir misioneros para quedarse, solo los deja visitar el lugar, porque está convencido que el proyecto debe ser llevado adelante por gente del país. Lo mejor es que se done dinero para comprar ladrillos para seguir haciendo casas o escuelas”, explica Silveyra.

Al hablar de las limitaciones para potenciar la escala del proyecto, Opeka menciona: “Nos faltaría tierra para seguir construyendo nuevas casas. La tierra es muy cara”. También, reconoce que hay dificultades burocráticas causadas por la corrupción y la indiferencia de las autoridades locales. Opeka señala “la insensibilidad e indiferencia social” como una de las mayores enfermedades actuales que obstaculizan el progreso de las comunidades marginadas.


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Cómo replicar el modelo en Argentina

Tras investigar sobre el modelo de Opeka desde Argentina, Vigo Gasparotti contactó con el sacerdote y le dijo que quería ir a trabajar a su lado para extrapolar Akamasoa. El primer viaje a Madagascar fue a finales de 2018.

Respecto al aprendizaje en terreno y sobre la factibilidad de replicar la experiencia de Madagascar en Argentina, Vigo Gasparotti cuenta: “Hay pilares en los cuales apoyarse para replicar en nuestra comunidad: la educación en todos los niveles, la atención primaria de salud, la urbanización digna y generar trabajo. Pedro me hizo entender que el trabajo compartido es la única forma de que te respeten y te crean”.

En agosto de 2020, Gasparotti alquiló cuatro hectáreas en Lima, Zarate. En diciembre de ese año, se compró el terreno y en enero de 2021 empezaron a edificar. El objetivo de la iniciativa era crear una urbanización nueva y sin pobreza. “En el proyecto participaron personas que no eran obreras y que hoy en Lima todos las miran con asombro”, dice el fundador de Akamasoa Argentina. Uno de los motivos por los que Vigo Gasparotti emprendió el modelo en Lima fue por su cercanía a dos polos industriales. “Me pareció un lugar estratégico para replicar la primera comunidad”, expresa.

Su hermano Joaquín, que es arquitecto, fue quien creó los renders o modelos gráficos de las casas y de toda la urbanización. Se estimó que la inversión por cada casa de 78 metros cuadrados sería de 27.000 dólares (unos 25.200 euros). Una de las condiciones para recibir una vivienda fue el compromiso para colaborar en la construcción de todas las demás.

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En enero de 2021 se empezó a edificar el Akamasoa argentino. Ya se han construido 14 viviendas, de las 69 planeadas. Foto: Akamasoa Argentina.

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En enero de 2021 se empezó a edificar el Akamasoa argentino. Ya se han construido 14 viviendas, de las 69 planeadas. Foto: Akamasoa Argentina.

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El objetivo es crear una nueva urbanización sin pobreza. Actualmente, hay cien familias involucradas y 4.000 voluntarios colaborando con el modelo. Foto: Akamasoa Argentina.

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Son los propios habitantes de Akamasoa los que colaboran en la construcción de sus casas y otros servicios de la comunidad. Foto: Akamasoa Argentina.

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Son los propios habitantes de Akamasoa los que colaboran en la construcción de sus casas y otros servicios de la comunidad. Foto: Akamasoa Argentina.

Entre los resultados del modelo, se observa que ya se han construido 14 viviendas, de las 69 que tienen planeadas. De media, se edifica una casa cada cuatro meses. Además, se han creado dos invernaderos hidropónicos, que producen 6.000 kilos de verdura mensuales y se ha comenzado a desarrollar una cocina industrial. También, se han levantado once módulos habitacionales para situaciones de acogida y un jardín Montessori. Se han consolidado espacios para brindar apoyo escolar, talleres de oficios y una sala de salud. Al mismo tiempo, se ha construido un comedor para dar asistencia alimentaria.

“Estamos planificando un barrio que se terminará en los próximos diez años. Será la primera experiencia de muchas que trataremos de hacer”, asegura Vigo Gasparotti.

Según el fundador de Akamasoa Argentina, uno de los desafíos más significativos consiste en garantizar que los miembros de la comunidad cumplan con sus responsabilidades laborales y educativas. “Hacer comprender la importancia de cumplir con los horarios es una tarea ardua, incluso más complicada que obtener donaciones para adquirir terrenos y conseguir voluntarios”, señala.

Uno de los requisitos de la organización es que todos los mayores de edad terminen la educación secundaria. El predio cuenta con una escuela de secundaria de adultos aprobado por el Ministerio de Educación argentino. También, deben trabajar algunas horas en las distintas tareas que se desarrollan en la urbanización: huerta hidropónica, huerta clásica, fábrica de velas, comedor… Parte del dinero recaudado con estas actividades económicas se destina a la compra de los materiales de construcción para las casas. La organización pasó de tener siete familias y 25 voluntarios a tener casi cien familias involucradas y 4.000 voluntarios colaborando con el modelo.

El objetivo para este año es entregar cuatro viviendas más, terminar una cocina industrial de 95 metros cuadrados, crear otros dos módulos de acogida, reacondicionar un nuevo cobertizo de 1.000 metros cuadrados y, por último, poner los cimientos de un colegio de casi 1.300 metros cuadrados.

“Con Akamasoa he aprendido a salir de ese lugar donde uno viene y a ofrecer algo a una comunidad. Allí, dividimos por igual la carga de las cosas que hay por hacer. También empecé a contar sobre mis traumas, mis dolores y mis tristezas porque he aprendido que hermanados con el dolor podemos progresar. Mi relación con las familias es muy fraternal y humana. Ellos me han enseñado a abrirme y a romper silencios”, reflexiona Vigo Gasparotti.

Akamasoa: el modelo para reducir la pobreza mediante esfuerzos compartidos

Uno de los requisitos de la organización es que todos los mayores de edad terminen la educación secundaria. También, deben trabajar algunas horas en las distintas tareas que se desarrollan en la urbanización. Foto: Akamasoa Argentina.

Un punto clave del modelo, que fue aprendido de la experiencia a Madagascar, es la importancia de devolver a la gente la confianza en sí misma y generar autoestima. Cuando se construye un sentimiento de comunidad, se considera más al otro.

Otro aprendizaje del fundador de Akamasoa Argentina en estos años fue entender que la pobreza, según dice, no se puede erradicar. “Hoy estamos en el porcentaje de pobreza mundial más bajo de la historia. Eso quiere decir que mucha gente emerge, que mucha gente avanza. Sin embargo, en Argentina las cifras aumentan. Por eso busco transmitir a las familias que, si están dispuestas a abrazar el trabajo, la educación y la disciplina todos los días, hay posibilidad de salida. Este modelo de trabajo implica esfuerzos compartidos”, agrega.

En cuanto a la financiación del modelo, Akamasoa cuenta con donaciones de numerosas empresas, tanto nacionales como internacionales. Este respaldo ha sido fundamental para avanzar en la misión y ampliar el impacto de las acciones. “Cuando en Lima se hayan construido unas 40 viviendas y tanto el colegio como el centro de salud estén terminados, vamos a poder pensar en escalar el proyecto y generar otra comunidad. Esa es la intención de cara a futuro”, dice Vigo Gasparotti.

La experiencia de Mariana

Mariana Molina es parte de Akamasoa desde hace tres años y pudo mudarse a su casa en diciembre de 2023. Con 32 años, y dos hijas de 15 y 10, Mariana pasó de vivir en una casa familiar que quedaba a unas siete cuadras (manzanas) del terreno de Akamasoa, a cumplir el sueño de tener un hogar propio.

Molina cuenta que inicialmente era escéptica sobre este proyecto: “Al principio nos parecía humo porque uno está acostumbrado a las falsas promesas de la política”. Sin embargo, pronto vio que todo era muy transparente. “Se nos detalla todo lo que ingresa el proyecto y lo que se gasta”, explica. “Cuando llegamos era un campo pelado, en menos de un año se compró el terreno y se empezaron a materializar las primeras construcciones”, añade.

Molina destaca el impacto transformador que ha tenido Akamasoa en su vida personal y familiar. Afirma que ha aprendido a dejar de limitarse por ser mujer y a superar desafíos, como aprender a usar herramientas de construcción y realizar tareas que antes creía imposibles: “Fue muy motivador cuando me di cuenta de que podía revocar o arreglar cosas en mi casa”, expresa.

“Al principio nos parecía humo porque uno está acostumbrado a las falsas promesas de la política. Cuando llegamos era un campo pelado, en menos de un año se compró el terreno y se empezaron a materializar las primeras construcciones (...). Nos une el querer salir adelante”, Mariana Molina, habitante de Akamasoa Argentina.

Además, resalta un cambio en su mirada hacia la comunidad y la solidaridad: “He dejado de pensar solo en mí; he crecido como persona”. La participación en la comunidad no solo ha implicado recibir ayuda material, sino también crecimiento personal y apoyo en su educación. Mariana relata su lucha por terminar la secundaria, un objetivo que finalmente ha logrado gracias al apoyo y flexibilidad de la Fundación Akamasoa, que le permitió estudiar durante el día mientras cuidaban de sus hijas.

A pesar de los desafíos iniciales de convivencia y violencia entre las residentes, Mariana enfatiza el propósito común que los une en Akamasoa: “El querer salir adelante”. Ella explica que antes “ante cualquier discusión se generaba violencia. No sabíamos sentarnos a dialogar para resolver un problema. Queríamos ‘ir a las piñas’. Gastón nos tenía que separar. Naturalizamos que esa era la forma de resolver un problema. Hoy nadie golpea a nadie. Todo se resuelve hablando”.

Akamasoa ha impulsado el diálogo y el trabajo compartido. Todas saben que para lograr construir su casa necesitan de la participación de sus vecinas. De esa forma se mejoró la convivencia. Mariana ya cumplió el sueño de tener una casa propia. Su próximo objetivo es alcanzar la estabilidad laboral.

Terminar con el ciclo de la pobreza

“Cuando se comprende que la pobreza va más allá de la escasez de recursos monetarios, se percibe su verdadera dimensión, que tiene que ver con la falta de servicios básicos como saneamiento, electricidad, agua potable, educación y atención médica adecuada. Aunque el dinero es importante, es solo un pequeño eslabón de una gran cadena. Por eso, despertar el coraje es una tarea diaria, que solo puede lograrse al enfrentar cara a cara la realidad de la desigualdad y la necesidad”, explica Vigo Gasparotti.

Desde que se creó Akamasoa, Karina terminó la escuela primaria y la secundaria, dejó atrás el analfabetismo y se convirtió en una gran obrera. Mariana completó la secundaria y se convirtió en una persona muy calificada para trabajar en los invernaderos hidropónicos. Alejandra superó la educación secundaria y sacó a sus seis hijos de situaciones de desnutrición con su trabajo como obrera. Las tres mujeres construyeron sus viviendas y están afrontando sus primeras experiencias laborales.

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