<p>Los programas de convivencia intergeneracional tienen como objetivo aliviar la soledad de las personas mayores. Foto: Kuvu. <p>

Los programas de convivencia intergeneracional tienen como objetivo aliviar la soledad de las personas mayores. Foto: Kuvu.

Mayores que comparten su casa con jóvenes para paliar la soledad

En España hay varias experiencias de convivencia intergeneracional por las que personas de distintas generaciones y sin lazos de sangre comparten casa durante un periodo de tiempo. Estas iniciativas están pensadas para aliviar la soledad no deseada de los mayores y mejorar su calidad de vida, a la vez que facilitan el acceso a la vivienda de los jóvenes. Sus ventajas parecen claras, pero hay también obstáculos por superar.
31 marzo 2023

Mercedes y Souhayla son compañeras de piso y viven en casa de la primera desde septiembre. Se reparten los gastos y las tareas del hogar; a veces comen y ven televisión juntas, y, de vez en cuando, salen a dar una vuelta; el resto del tiempo hacen vida independiente. Hasta ahora, la convivencia ha transcurrido sin problemas reseñables.

“Nos llevamos bien. Poco a poco hemos ido acoplándonos. Además, tenemos aficiones parecidas: a las dos nos gusta escuchar música clásica, y vamos a conciertos y al cine alguna vez. Hasta en política estamos en el mismo ‘bando’”, nos comenta Souhayla. Hasta aquí, todo muy normal.

Mercedes, la dueña de la casa, vivía antes sola y, durante la pandemia, la soledad se hizo especialmente pesada. “Estábamos muy aislados y pensé que estaría bien tener compañía”.

A ambas les separan más de 40 años de diferencia. La primera tiene 67 y está jubilada. Souhayla, de 26, estudia Ingeniería. Esa brecha generacional y el hecho de que no les unan lazos familiares hacen que su convivencia ya no se pueda catalogar como ‘usual’.

Las dos se han acogido al programa Convive, que promueve Solidarios para el Desarrollo con el apoyo del Ayuntamiento de Madrid, y a través del cual personas mayores viven con universitarios “generando un espacio de encuentro e intercambio enriquecedor para ambas partes”, según la entidad social.

Mercedes tiene ahora compañía en casa: “La gente joven siempre te da alegría”, comenta. Y Souhayla, cuenta con un lugar para vivir por el que no paga alquiler, solo entre 70 y 90 euros para agua, luz y otros gastos. “Antes trabajaba para pagarme el alojamiento y ahora me puedo centrar en los estudios”, señala.


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Un país envejecido

España está en el pódium de los países más longevos del mundo. Con 83,6 años de esperanza media de vida (80,9, para los hombres, y 86,3, las mujeres) se sitúa solo por detrás de Japón y Suiza, y comparte el bronce con Singapur. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en nuestro país había a principios de 2022, 9,5 millones de personas mayores de 64 años, un 20% del total de la población. En las últimas dos décadas este rango de edad ha aumentado en más de dos millones de habitantes y la tendencia apunta a que seguirá creciendo.

Los datos más recientes sobre cuántos de esos mayores viven solos, como Mercedes, son de 2019. Según el INE, entonces había en España 2,1 millones que superan los 65 años residiendo solos y, de ellos, un 72% eran mujeres. Otro dato: el 44% de las mujeres mayores de 85 años viven en soledad, frente al 24% de los hombres. Cruz Roja califica la soledad no deseada como “la epidemia silenciosa del siglo XXI” y un informe de Fundación ”la Caixa” revela que la padecen seis de cada diez mayores. Varios estudios científicos afirman que esta soledad acorta la vida de los mayores al dañar su salud física y mental, y su calidad de vida.

En el otro lado de la pirámide poblacional, los jóvenes tienen problemas para independizarse. Según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (datos del primer semestre de 2022), la tasa de emancipación juvenil en España se sitúa en el 16%, muy por debajo de los niveles europeos (32%). La dificultad para acceder a una vivienda es una de las principales causas. Según la misma fuente, una persona joven debe dedicar el 85% de su salario neto anual al alquiler para poder abandonar el hogar familiar.

Para minimizar ese gasto, algunos jóvenes comparten casa con amigos o alquilan una habitación. Según el portal inmobiliario Fotocasa, esta última alternativa cuesta unos 319 euros mensuales de media, aunque en Madrid, Barcelona o Bilbao los precios se disparan.

Mayores que comparten su casa con jóvenes para paliar la soledad

En España, más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas y, de ellas, un 72% son mujeres, según los datos más recientes del INE. Foto: Kuvu.

Convive, uno de los pioneros

“Contemplamos esta iniciativa desde la perspectiva del mayor. Tienen un bagaje de experiencia vital que puede llegar a los jóvenes. Queremos fomentar esa relación intergeneracional para que los mayores permanezcan más tiempo en su domicilio y comunidad y, a la vez, solucionamos el problema de alojamiento de los estudiantes”, comenta a Revista Haz, Alfonso Fajardo, presidente de Solidarios para el Desarrollo.

Con estas ideas y la inspiración de una iniciativa similar que ya existía en Granada nació Convive en 1995 en Madrid, un programa por el que personas mayores y universitarios viven, o mejor dicho, conviven -precisan-, bajo el mismo techo: la casa del mayor. Este se vale por sí mismo para la vida cotidiana, aunque prefiere tener compañía, y el estudiante comparte las tareas y los gastos del hogar. En otras comunidades autónomas, como Cataluña, Castilla y León o Baleares han surgido en los últimos años iniciativas muy similares.

Convive suma desde su creación más de 2.000 convivencias. Con la pandemia, el programa se frenó y todavía no ha recuperado las 120/130 anuales de antes de la covid. Este curso académico cuenta con 85 en Madrid, donde se desarrolla esta iniciativa. Solidarios tiene firmado un convenio con el Ayuntamiento de la capital. A través de sus servicios sociales los mayores acceden al programa, que recibe también el apoyo de las seis universidades públicas madrileñas y una privada, la Pontificia Comillas, donde estudian los jóvenes.

Las convivencias se rigen por un acuerdo marco que contempla desde horarios de llegada de los estudiantes a casa, la prohibición de llevar gente o la obligación de que los convivientes pasen dos o tres horas juntos al día. “Pueden comer o cenar juntos, ver un rato la televisión o salir a pasear. Son normas de sentido común y hay que tener flexibilidad. Pero lo que distingue a un programa de convivencia intergeneracional es ese enriquecimiento mutuo y ese compartir y convivir”, comenta Fajardo.

“Hay que construir la relación cada día y será un éxito en la medida en que las dos personas estén contentas. El acuerdo es para que ambos sepan a qué se comprometen y los años de experiencia nos dicen que cumple con las expectativas y necesidades del mayor. No se trata de alojamiento gratuito para jóvenes, ni de ayuda y servicio doméstico para los mayores, eso está claro y tiene que quedar claro”, añade.

La edad media de las personas mayores que participan en el programa es de 86 años. “Es demasiado alta, los mayores llegan muy tarde. Se animan a estas experiencias cuando tienen miedo a estar solos o cuando sus hijos se preocupan de que les pueda pasar algo por la noche. Hemos luchado contra ello, pero hasta ahora con poco éxito”, reconoce Fajardo.

Mayores que comparten su casa con jóvenes para paliar la soledad

Convive suma desde su creación, en 1995, más de 2.000 convivencias en Madrid, donde se desarrolla. Este curso académico cuenta con 85 en marcha. Foto: Convive.

Además, se trata de un programa muy feminizado. Mas del 95% de las personas mayores y, por tanto, de los estudiantes son mujeres, ya que las primeras prefieren vivir con una joven. Según explican, la elevada feminización se debe a que las mujeres de esa generación viven más que los hombres y son más proclives a reconocer la soledad y a vivir una experiencia nueva, lo que supone una limitación para la participación de estudiantes hombres y, en general, para la ampliación del programa.

Por esto, desde hace un tiempo, Convive está haciendo un esfuerzo de comunicación para llegar a más público con otros canales y mensajes. “Inicialmente, el programa se ha enfocado en la lucha contra la soledad no deseada y el aislamiento social de los mayores, y ahora estamos tratando de llegar con un mensaje un poco diferente: vive una experiencia positiva, ayuda a otro y recupera actividades que habías dejado de hacer por estar solo”, explican desde Solidarios. La idea es atraer a un público mayor más joven porque “si los mayores llegan antes al programa, será más fácil para ellos y el estudiante realizar más actividades juntos y encontrar más cosas que compartir”, señalan.

Para seleccionar a las parejas convivientes, Solidarios realiza primero una valoración en el domicilio de la persona mayor; se analiza que la vivienda esté en buenas condiciones de habitabilidad; se le explica bien el programa y se resuelvan las dudas que puedan surgir. “Se le cuenta que no es una decisión para toda la vida; puede entrar y probar y, si resulta que la cosa no va bien, no está a gusto o no hay química con tu pareja, no pasa nada, se busca a otra persona. Una buena valoración de los candidatos y selección de las parejas, se traduce en que el 95% de las convivencias tienen éxito y duran un curso escolar o más, porque hay muchos que repiten con el mismo o con diferente estudiante”, apunta Fajardo.

Así, según una encuesta realizada por Convive, un 47% de los mayores tiene más de dos años de experiencia en el programa y un 32% entre uno y dos años. Esta misma encuesta de satisfacción -realizada en 2020/2021, es decir, en plena pandemia-, refleja la alta estima que las personas mayores tienen respecto a los beneficios del programa, otorgándole una puntuación media de 9,1 sobre 10. La valoración por parte de los estudiantes alcanza un 9,2.

Mayores que comparten su casa con jóvenes para paliar la soledad

En estos programas, además de covinvencia intergeneracional, en algunos casos puede calificarse como intercultural. En Convive, en torno a un 50% de los estudiantes proceden de otros países, la mayoría latinoamericanos. Foto: Convive.

La experiencia de Kuvu

Mucho más joven que Convive, Kuvu -creada en 2019- también lucha para mejorar calidad vida de los mayores a través de convivencias intergeneracionales, pero con una fórmula diferente. Se trata de una plataforma web que conecta a personas mayores que disponen de una habitación libre y la quieren alquilar, con jóvenes estudiantes o profesionales.

Es decir, en este caso existe una contraprestación económica, un alquiler que paga el joven por vivir en la casa del mayor y que, según Jon Ander Fernández, uno de sus fundadores “siempre intentamos que se sitúe por debajo del precio del mercado”. Los jóvenes inquilinos se ahorran una media de mil euros anuales, según sus cálculos, y los mayores pueden disponer de un ingreso extra para complementar su pensión.

Esta iniciativa cuenta en la actualidad con 80 convivencias en marcha, la mayoría en el País Vasco -donde tienen la sede-, Madrid y Barcelona, aunque dan servicio a nivel nacional. Por sus gestiones, Kuvu cobra al mayor una cantidad inicial -240 euros- y una contribución mensual del 7% de lo que recibe por el alquiler. El inquilino paga a la empresa una única cantidad, 350 euros, en el momento de firmar el contrato.

Las condiciones económicas y las normas de convivencia básica se recogen en un contrato único de alquiler en el que prima la convivencia: “En un contrato normal, si el inquilino paga religiosamente a principios de mes, no le puedes echar, pero aquí las normas de convivencia se anteponen al pago de la renta”. Los contratos se realizan por un año prorrogable.

La compatibilidad de las parejas se establece a través de unos test y un algoritmo, y Kuvu hace un seguimiento de la convivencia. “Por mucho que el algoritmo diga que A y B son compatibles, hasta la hora de la verdad no se sabe. Por eso, hay un mes de prueba y, si no funciona, ambos convivientes pueden romper el contrato sin ningún tipo de justificación. Al tercer mes, hacemos otro seguimiento para ver si la convivencia funciona de forma correcta, y, si al quinto o sexto mes no ha habido problemas, lo normal es que funcione”, explican desde la empresa social. Un dato que avala los buenos resultados de este tipo de convivencia es que, pasado el año de duración del contrato, el 90% de las personas mayores repite con el mismo inquilino o con otro en caso de que este no pueda continuar, según Kuvu.

Si se produzca un problema en la convivencia, la empresa intermedia para intentar solucionarlo. Tiene catalogadas las posibles incidencias en distintos niveles: desde los menos graves o pequeños problemas que, una vez solucionados, no suelen tener efecto en la convivencia; los intermedios, cuando no se cumplen las normas del contrato -por ejemplo, si el inquilino lleva una visita a casa sin haber avisado anticipadamente-, hasta los problemas más graves, que puedan requerir intervención policial, aunque de estos últimos no han registrado ninguno. Por incumplimiento de las normas establecidas en el contrato, solo se han roto hasta ahora dos convivencias.

A diferencia de Convive, que exige a los convivientes pasar dos o tres horas juntos al día, en Kuvu no se pide que compartan tiempo.

A diferencia de Convive, las parejas de Kuvu no tienen que pasar unas horas juntas al día. “Hemos aprendido y visto en estudios que para que exista una relación intergeneracional ‘pura’ es importante que ambos están en la misma situación y, si el mayor no cobra un precio a cambio de ‘x’ cosas, puede sentirse un poco por encima de la otra persona. El hecho de pasar tiempo juntos tiene que ser algo que crezca de la buena relación y compatibilidad que tienen”, explica Fernández.

Según sus fundadores, el proyecto ha tenido que hacer frente a alguna dificultad, como los estereotipos que existen entre generaciones, sobre todo por parte de los mayores: “Muchos tienen la idea de que los jóvenes no trabajamos y estamos todo el día de fiesta. Cuando íbamos a darles charlas a centros de jubilados, nos decían que con nosotros se irían a vivir, pero con cualquier otro, no”.

Otra valla que tiene que saltar este tipo de programas es “el miedo de las personas mayores a abrir sus casas, en muchas casos fomentado desde las instituciones públicas. Es cierto que hay robos y estafas, pero con tanta comunicación negativa, abrir las puertas les cuesta mucho, y este es uno de los mayores retos que nos hemos encontrado”, añade Fernández.

Kuvu se dirige también a dos perfiles de mayores: “Cuando uno piensa en mayores, lo primero que te viene a la menta una persona frágil, con cachava (bastón) y problemas de salud, pero hay otro perfil: los que tienen en torno a 65 años, que están en las redes, son super activos y viajan. A lo mejor no les ha quedado una pensión muy buena y necesitan ganar un dinero extra. A los primeros llegamos a través de las instituciones públicas y a los segundos, más modernos, a través de Facebook o de posicionamiento SEO”.

En materia de comunicación hay algunas lecciones aprendidas. Por ejemplo, para dirigirse a ese mayor más activo, evitan pronunciar en los anuncios la palabra ‘mayores’ o mostrar fotos de personas con bastón. En cuanto a los jóvenes, según Kuvu, acceder a un alquiler más barato no es el único aliciente: “Hay quienes prefieren vivir con mayores por la tranquilidad de la convivencia o por compromiso social”.

Mayores que comparten su casa con jóvenes para paliar la soledad

En Kuvu el joven paga un alquiler por vivir en la casa del mayor, que suele ser más bajo que los precios del mercado. Foto: Kuvu.

No son fórmulas mágicas

Mariano Sánchez, director de la cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada, está a favor de estas iniciativas, pero remarca que no son fórmulas mágicas. “La convivencia intergeneracional tiene tantos beneficios como puedan conseguir las personas implicadas; hay que trabajárselo como en todas las relaciones”, afirma.

Y cita como uno de los mayores posibles beneficios el aprender a entender qué significa la vida como una experiencia larga que puede durar ocho, nueve o diez décadas. “Nuestra esperanza de vida es alta, pero no hemos aprendido a vivir vidas largas; te pasan cosas que solo puedes anticipar o encarar cuando te las cuenta alguien que las ha vivido”.

Pero también existen riesgos: “Este tipo de experiencias puede llevar a las personas a darse cuenta de lo limitado de su mundo o mirada y puede producir una reacción tipo péndulo: que la experiencia salga mal y que te vuelvas atrás a una posición mucho más cerrada que la de partida. Por ejemplo, un mayor que ha tenido mala experiencia con jóvenes, lo que hace es aumentar su visión negativa”.

Otro riesgo, según Sánchez, es que cuando convives con personas de edad muy distinta, hay que aceptar que una serie de temas “no tan rosáceos o positivos van a entrar en la posible relación, como pueda ser que un estudiante tenga que enfrentarse o responder a cuestiones relacionadas con la muerte, la enfermedad o la dependencia”. Además, la continuidad de estas convivencias está condicionada a la fase de vida de la persona joven que “acaba sus estudios y se va, y esa relación, o la cuidas y la mantienes, o el mayor tiene que empezar de cero”, señala.

Visibilizar más estas iniciativas

En opinión de Sánchez, el aspecto más positivo de las convivencias intergeneracionales es que son una innovación, ya que vivir con un extraño de una generación distinta, no es algo que tradicionalmente haya estado encima de la mesa, y “en un mundo envejecido aprender a relacionarse con personas de edad avanzada es indispensable”. Y por eso cree que es importante visibilizar mucho más estas iniciativas para que resulten menos extrañas.

“La convivencia intergeneracional tiene tantos beneficios como puedan conseguir las personas implicadas; hay que trabajárselo como en todas las relaciones”, Mariano Sánchez.

Alfonso Fajardo, de Solidarios, está de acuerdo y cree que sería positivo tener una ley de convivencia intergeneracional que promocione e impulse estas experiencias “como algo de interés social o utilidad pública, lo que permitiría también regular aspectos como el acceso a ayudas sociales por parte del mayor; por ejemplo, que la atención a domicilio por horas, no se vean afectados por el hecho de convivir con un estudiante”, aunque precisa que, en el caso de Madrid, el Ayuntamiento, que apoya el programa, no ha reducido esos recursos (en 2023, el Consistorio tiene presupuestados 70.000 euros para Convive).

Kuvu también es partidaria de una legislación en la materia. “Una de nuestras metas es que, además del impacto directo en las personas, podamos crear un impacto más sistémico en la sociedad, promoviendo leyes en torno a estas convivencias”.

Convive ha medido ese impacto en los convivientes. Lo que más valoraran las personas mayores que participan en el programa es la compañía que les aporta la convivencia (94%) y la tranquilidad que les da el no estar solos por la noche en casa (89%). Un 42% valora la experiencia de vivir con una persona joven y un 15% estima que el valor del programa está en el apoyo que les puede aportar el estudiante en casa o fuera de casa.

Pero el gran reto para estos programas es llegar a más personas mayores. De hecho, Kuvu está eliminando los límites de edad, y aunque se orientan a mayores de 65, “si vienen una de 55, no le decimos que no”. En su plataforma, han iniciado los trámites de registro a día de hoy 495 personas mayores y 3.057 jóvenes inquilinos.

Por su parte, Convive acepta también que matrimonios de mayores puedan acoger a un estudiante. “La soledad no solo se da cuando uno vive solo; puede ocurrir que en una pareja uno de sus miembros sienta más soledad que el otro porque es menos dependiente o está al cuidado de la otra persona”. Además, se han planteado que pueda existir una contraprestación económica mayor por parte del estudiante, “ya veríamos cómo, pero esto haría más atractivo el programa para las personas mayores”. Por el lado de los jóvenes, no descartan abrir el programa a otros que no sean estudiantes.

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