¿Qué pasa cuando reciclaje y movilidad sostenible son mal entendidos? El ejemplo de Barcelona

¿Qué pasa cuando reciclaje y movilidad sostenible son mal entendidos? El ejemplo de Barcelona

Las iniciativas tanto para mejorar el reciclaje de los desperdicios que generamos como para lograr una movilidad más sostenible son del todo necesarias, pero no a cualquier precio ni tampoco haciéndolo como si un elefante entrara en una cacharrería.

En la ciudad de Barcelona, la ciudadanía estamos sufriendo los efectos de experimentos del Ayuntamiento que nos acaban transportando a épocas medievales o que directamente en lugar de ofrecer una seguridad extra acaban suponiendo justamente lo contrario.

Me refiero, en primer lugar, a la implantación de un sistema que, sobre el papel, debería promocionar la recogida selectiva de residuos tanto de negocios como de particulares y basado en la realización de una selección de dichos residuos en base a si son (a grandes rasgos) orgánicos, de vidrio, de papel o cartón, plástico o de otro tipo.

¿A priori suena bien, no? ¿Quién, mínimamente concienciado por la sostenibilidad, no querría una mejora del reciclaje de sus desperdicios?

Probablemente todos diríamos que adelante con la idea ya que muchos de nosotros ya hacíamos esa selección de los residuos con anterioridad, y un buen sistema haría que otros se animaran. Pero lo que están empezando a hacer en el barrio de Sant Andreu, tras haberlo implementado anteriormente en el de Sarrià Vell, en lugar de promocionar el reciclaje está consiguiendo no solo el enfado de los vecinos sino también un sentimiento antirreciclaje entre muchos de ellos.

El ‘puerta a puerta’: todo desventajas

Partiendo de lo comentado antes de que mucha gente ya reciclaba con los anteriores contenedores, el nuevo método ha transformado las calles de nuestro barrio en un lugar sucio e insalubre.

Para empezar, el único contenedor que queda en las calles es el del vidrio, mientras que el resto han sido retirados. El sistema ‘porta a porta’ (‘puerta a puerta’ en catalán) consiste en proporcionar a cada vecino una serie de bolsas de colores semitransparentes de tres tipos (para basura orgánica, plásticos y similares, y otros residuos), un cubo de tamaño mediano para dejar la bolsa de basura orgánica a la calle, y otro cubo más pequeño para tenerlo en casa mientras se va llenando esa bolsa.

Cada tipo de residuo tiene un máximo de tres días asignados por semana para ser depositados en la calle, y mientras no se puede bajar dicho residuo se debe tener forzosamente en casa. Por tanto, primer problema: no existe la misma cadencia de recogida que había antes y además los residuos textiles sanitarios deben ser llevados a lugares concretos de recogida.

Los cubos con las bolsas de residuos orgánicos deben ser bajados a la calle y depositados en la acera delante de los portales en horario de ocho de la tarde a diez de la noche, y los vecinos deben bajar a buscar su cubo cuando el camión ha pasado a recoger la bolsa que había dentro.

Aquí al problema de no recogida diaria anteriormente citado se une tener que dejar un cubo en la calle durante dos horas (suponiendo que la recogida se acabe haciendo en ese espacio de tiempo, lo cual no suele suceder) con la exposición que el mismo tiene a todo tipo de suciedad que puede haber en el suelo, como excrementos de animales, restos de todo tipo, etc. Esto supone que, si quieres irte a dormir temprano, no puedes recoger tu cubo, quedándose en la calle hasta la mañana siguiente, suponiendo que aún esté allí y ningún incívico se lo haya llevado o lo haya roto, además de tener que desinfectar el cubo al subirlo de nuevo a casa.

Las calles los días de recogida ofrecen una imagen tercermundista de cubos y bolsas de colores y en breve, con el calor, la situación puede ser muy insalubre y no tardarán en aparecer todo tipo de insectos y ratas.

Una vuelta a la Edad Media

Las calles los días de recogida ofrecen una imagen tercermundista de cubos y bolsas de colores y en breve, con el calor, la situación puede ser muy insalubre y no tardarán en aparecer todo tipo de insectos y ratas para dar cuenta de las basuras en las aceras.

Por si fuera poco, las bolsas proporcionadas a los ciudadanos no solo son semitransparentes, dejando a la vista qué tira cada vecino en una falta total de intimidad, sino que llevan en cada una de ellas un chip que relaciona a cada vecino con su basura en un movimiento quizá no muy respetuoso con la protección de datos personales. La excusa para hacerlo es poder decirle al vecino que no está reciclando correctamente que lo haga, supuestamente sin ninguna sanción, aunque al parecer no se descartan más adelante.

En la actualidad, cuando las brigadas de limpieza pasan a recoger las bolsas, aquellas que no han sido dejadas en el día que les toca son abandonadas en la calle con una pegatina de colores, al igual que pasa con las que han detectado dentro que tienen residuos mezclados.

Ante esta nueva realidad del barrio, muchos vecinos por no pasar por todo esto, prefieren llevar sus bolsas de basura a los contenedores de calles cercanas en las que aún no se ha implantado este sistema, haciendo que dichos contenedores estén saturados y las bolsas que no caben terminen también en el suelo.

En definitiva, tenemos unas calles llenas de porquería, hemos de mantener la basura en casa más tiempo, traernos cubos a casa que han pasado horas en la calle, la información a los más mayores no se ha dado correctamente lo cual ha aumentado el desconcierto, se atenta contra la intimidad de las personas, se hace un seguimiento electrónico, se ha gastado mucho dinero en poner en funcionamiento este desastre, y, por último, las tasas de recogida de basura no han sido rebajadas. Es un sistema que no solo no facilita las cosas, sino que las complica.

Si en lugar de todo este despropósito se hubiera realizado una buena campaña de sensibilización sobre reciclaje manteniendo los contenedores existentes, los resultados hubieran sido sin duda mejores y con menos incomodidades para el ciudadano.

En lugar de eso, hay vecinos que ya se está organizando como una especie de resistencia contra el sistema para hacerlo fracasar aún más y que se vuelva al anterior. En apenas diez días de funcionamiento ya se han realizado dos manifestaciones multitudinarias delante de la sede del distrito, y creado cuentas en redes sociales para movilizar al vecindario.

Lo mejor de todo, irónicamente hablando, es que al parecer se pretende seguir implementado esto en el resto de la ciudad. ¿Se imagina el lector una ciudad del tamaño y población de Barcelona con las calles llenas de cubos de basura, uno por domicilio, más las bolsas sueltas de basura no orgánica?

La movilidad sostenible no es poner trampas mortales en las calles

Otra de las ideas de nuestro consistorio ha sido cerrar algunos carriles de circulación en diversas calles de la ciudad para que los peatones tuvieran más espacio por el que pasear y a la vez se restringe el tráfico de vehículos y por ende sus emisiones de gases.

A priori, también podría sonar como una buena idea. El problema es que dichos espacios se han delimitado por bloques de hormigón que ya han causado la muerte de algún motorista que al caer de su vehículo por un accidente ha acabado golpeándose con dichos bloques.

Más allá de su función delimitadora/protectora, los bloques deberían servir como ‘banco’ para que los peatones se sentaran, pero, me pregunto yo, ¿alguien en su sano juicio se sentaría en uno de ellos cuando los coches están pasando a poco más de un metro?

Afortunadamente, estos bloques van a ser retirados de las calles, aunque el dispendio económico de su instalación y sobre todo las lesiones y las muertes de los accidentados no van a ser resarcidas.

Aún así, las cosas se pueden hacer aún peor. Ahora la moda ha sido, aprovechando la disminución de velocidad a 30km/h en muchas calles, la instalación de los llamados ‘cojines berlineses’. Estos son unos badenes de plástico que obligan a los vehículos a reducir su velocidad, pero que también han provocado accidentes a los motoristas sobre todo en días de lluvia por ser de un material deslizante.

Encima se ha de sumar a lo anterior que esos badenes no están colocados donde deberían, es decir, antes de pasos de peatones para que los vehículos reduzcan la velocidad en esos puntos aumentando la seguridad, sino que están en medio de calles y alejados de cualquier lugar claro de peligro.

Los peatones que cruzan la calle tienen, por tanto, el mismo grado de protección o desprotección que antes, ya que los vehículos deceleran ante el badén, pero suelen circular a más de 30km/h en los otros tramos.

Gobernar una ciudad es algo complejo sin duda, implementar soluciones para hacerla más humana y fomentar su sostenibilidad también lo es, pero parece mentira que se cometan los errores aquí descritos a no ser que se hagan a propósito con el ánimo de perjudicar al ciudadano, aprovechando para autootorgarse la ‘etiqueta’ de ciudad sostenible cuando esta se convierte en lo contrario.

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