Teletrabajo: un nuevo reto para la igualdad

Teletrabajo: un nuevo reto para la igualdad

“Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa”. Simone de Beauvoir (1908-86). Novelista, profesora y filósofa francesa.

Cuando el 20 de enero de este año la Organización Internacional del Trabajo (OIT), publicó sus Perspectivas sociales y del empleo en el mundo. Tendencias 2020, nadie podía imaginar el gran reto que nos iba a acechar dos meses después.

La pandemia que estamos viviendo, una pandemia que no entiende de fronteras, ni de género, ni de clase social, cambia por completo esas perspectivas del empleo como ningún otro fenómeno lo había hecho hasta la fecha.

Quizá uno de los fenómenos más importantes e impredecibles ha sido el desarrollo exponencial del teletrabajo o, para ser más correctos, del trabajo no presencial.

El teletrabajo en perspectiva

En mayo de 2007, el entonces Ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, anunció la puesta en marcha del Plan Concilia. Un acuerdo firmado con los sindicatos para extender el teletrabajo en la Administración General del Estado.

Desde 2007 hasta la actualidad: poco o nada. Este anuncio parecía hacer modernizar nuestra Administración pero ya entonces se alertaba que su uso, que parecía ser opción mayoritaria para las mujeres, podría resultar en una mayor “confinación femenina de las tareas domésticas”. Flaco favor en los avances de conciliación y corresponsabilidad.

El ejemplo de la Administración pública es extrapolable al sector privado; muchos hablan de sus oportunidades, pero pocos han sido los casos exitosos en su implementación y desarrollo en las dos últimas décadas.

De repente nuestro mundo ha cambiado, la sociedad y la economía no van a volver a ser las mismas. Tras la crisis sanitaria de la pandemia sucumbimos a una crisis económica que, de largo, parece ser más agonizante que la de 2008. Frente a ello solo nos queda un paliativo para intentar no sucumbir a un descenso productivo sin precedentes: la apuesta por el teletrabajo.

Veremos cuáles acaban siendo los números, pero de repente un importante volumen de profesionales viene realizando sus funciones de este modo no presencial. De la noche a la mañana hemos ‘pasado a la mayoría de edad’ en la modalidad de trabajo no presencial y el reto no es menor. La Administración no estaba, en su mayor parte, preparada pero la empresa privada tampoco.

La Administración pública no estaba, en su mayor parte, preparada para el teletrabajo, pero la empresa privada tampoco.

El teletrabajo como oportunidad

El contexto actual nos arroja una gran certeza: en esta crisis no ha ganado un país o una coalición de estados (como venía ocurriendo), los grandes ganadores son las plataformas digitales y la tecnología. Hace tres meses pocos conocían Zoom, Webex, Jitsi Meet, Teams… hoy forman parte de nuestro día a día. La era del teletrajo ha llegado, el trabajo no presencial es la gran oportunidad y el gran desafío para el futuro del trabajo.

No debemos olvidar una realidad categórica: el teletrabajo es una oportunidad única pero necesita, al menos, una regulación básica. Hagamos de este desafío una oportunidad, pero hagámoslo con sentido común.

El teletrabajo es oportunidad, pero también puede implicar un aumento de la carga de trabajo doméstico y de cuidados para las mujeres, lo que implica un desarrollo de la doble o triple jornada: la laboral, la doméstica y la de cuidados.

Las jornadas prolongadas, la falta de descanso o realizar nuestra actividad laboral en entornos no adecuados pueden aumentar nuestro estrés e incluso hacer empeorar nuestras condiciones de salud.

A todo ello se le une una insuficiencia crónica de servicios e infraestructuras adecuados de atención y cuidado a menores y personas dependientes con lo que el teletrabajo deberá venir de la mano de acciones en esta dirección.

El teletrabajo con perspectiva de género

En el ámbito del género existen dos grandes desafíos: Por un lado, sin una regulación básica, el teletrabajo puede conducirnos a crear trabajos de primera y de segunda, según sean presenciales o no. Una especia de ‘desvalorización social’.

Si finalmente es mayoritariamente la mujer quien acaba teletrabajando será ella la que quedará estigmatizada y la brecha de género acabará por perpetuarse. Los muchos o pocos avances logrados hasta la fecha quedarán en nada.

El segundo lugar, si el trabajo no presencial es la opción tomada por las mujeres por la decisión mayoritaria de combinarlo con una mayor atención a las tareas domésticas y familiares, el teletrabajo puede contribuir a perpetuar los techos de cristal. A nadie se les escapa que son precisamente las relaciones interpersonales las que, habitualmente, procuran la promoción profesional.

En definitiva, el trabajo no presencial es una oportunidad para ambos: trabajadores y empresarios, pero sin una regulación adecuada, el teletrabajo puede ser la nueva esclavitud del siglo XXI. Tomando a Simone de Beauvoir el trabajo puede garantizar a la mujer “una libertad completa” pero no estigmaticemos y logremos regular las bases o la trampa de nuestro modelo productivo estará al acecho.

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