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La tormenta Boris, que afectó a Budapest entre otras, y la dana de Valencia son dos de los episodios que condensan con especial crudeza la nueva realidad climática europea.
De Valencia a Budapest: por qué Europa necesita un escudo frente al agua
Las lluvias torrenciales asociadas a tormentas persistentes desbordaron miles de kilómetros de cauces fluviales, con un balance humano y económico profundamente alarmante.
Al menos 335 personas murieron en episodios relacionados con tormentas e inundaciones, y se estima que los daños materiales alcanzaron los 18.200 millones de euros, según recoge el informe European State of the Climate 2024 (ESOTC 2024), elaborado por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Las cifras hidrológicas registradas durante el año evidencian el alcance de esta crisis. Un 30% de la red fluvial europea superó el umbral de caudal considerado “alto”, y un 12% alcanzó niveles clasificados como “severos” (es decir, con una recurrencia estadística de 20 años o más). Se trata del mayor porcentaje de cauces en situación de desbordamiento desde 2013 y el quinto más elevado de toda la serie histórica desde 1992.
Estos datos confirman una tendencia inquietante. El informe destaca que las lluvias intensas se están haciendo más frecuentes en buena parte del continente, en especial en su mitad occidental. La combinación de temperaturas más altas, mayor capacidad atmosférica de retención de humedad y patrones de circulación que favorecen episodios de lluvias persistentes está contribuyendo a un cambio en la naturaleza del riesgo hídrico en Europa. Las inundaciones, lejos de ser eventos aislados, se consolidan como una amenaza estructural para la seguridad de las personas, las infraestructuras y la economía.
El año 2024 no solo se caracterizó por la magnitud acumulada del fenómeno, sino también por su repetición y distribución geográfica. Desde los primeros episodios en enero hasta los más devastadores en otoño, el continente vivió una sucesión casi ininterrumpida de eventos extremos que, en un contexto de calentamiento acelerado, ya no pueden considerarse excepcionales.
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Dos símbolos del desastre
En 2024 hubo dos episodios que condensaron con especial crudeza la nueva realidad climática del continente. Por su extensión, duración e intensidad, la tormenta Boris y las lluvias torrenciales de finales de octubre en Valencia fueron los eventos hidrológicos más representativos del año.
La tormenta Boris se gestó durante la segunda semana de septiembre y afectó a una amplia franja del centro y este de Europa. Originada por una configuración atmosférica de gran escala, el sistema arrastró aire cálido y húmedo desde el Mediterráneo y el mar Negro hacia el interior del continente. Este aire, al chocar con masas más frías, desencadenó precipitaciones continuadas que elevaron los niveles fluviales en numerosas cuencas.
Las crecidas se propagaron por los principales ríos de del centro de Europa, alcanzando máximos excepcionales en muchos tramos. Según el ESOTC 2024, se trató del evento con mayor número de kilómetros de cauces en situación de caudal elevado desde las inundaciones de 2002, con episodios que obligaron a declarar alertas durante varios días consecutivos en distintas regiones.
Tan solo unas semanas después, a finales de octubre, una DANA mediterránea descargó precipitaciones sin precedentes sobre la Comunidad Valenciana. La estructura de baja presión aislada, al recibir alimentación constante de humedad cálida desde el mar, generó lluvias torrenciales que afectaron en particular a las provincias de Valencia y Castellón.
Los desbordamientos de los ríos Turia, Cabriel y Magro provocaron inundaciones súbitas con fuerte impacto sobre zonas urbanas, vías de comunicación y explotaciones agrícolas y con un altísimo precio en víctimas mortales. El episodio también alteró de forma significativa el funcionamiento de los sistemas de emergencia regionales.
Estos datos confirman una tendencia inquietante (...) Las inundaciones, lejos de ser eventos aislados, se consolidan como una amenaza estructural para la seguridad de las personas, las infraestructuras y la economía.
Ambos fenómenos se produjeron en contextos climáticos diferentes (uno continental, otro costero), pero comparten elementos estructurales: una atmósfera más cálida y cargada de humedad, su carácter súbito y su dificultad de gestión operativa.
Una tendencia creciente y desigual
Los fenómenos registrados en 2024 no pueden entenderse como episodios aislados. El informe del Servicio de Cambio Climático de Copernicus señala una tendencia clara y sostenida al alza en la intensidad de las precipitaciones extremas en buena parte de Europa, especialmente en su mitad occidental y central.
Desde principios de los años noventa, se observa un incremento gradual en la frecuencia de años con precipitaciones superiores a la media en sectores amplios de Alemania, Países Bajos, Bélgica, el norte de Italia y regiones del centro de Francia. Este patrón ha ido acompañado de un aumento en la recurrencia de inundaciones fluviales y urbanas, en paralelo con un descenso de eventos de sequía prolongada en esas mismas zonas.
Sin embargo, este comportamiento no es uniforme. Mientras que el oeste y centro del continente muestran un aumento en lluvias totales y en acumulaciones intensas, regiones del sur de Europa como el sureste español, partes de Grecia y zonas interiores de los Balcanes han experimentado una tendencia opuesta: menor volumen anual de precipitación, pero concentrada en menos días y con mayor agresividad.
Las diferencias regionales también se reflejan en los mecanismos atmosféricos que predominan en cada área. En el centro y norte, las lluvias intensas suelen estar asociadas a frentes atlánticos activos y a sistemas de baja presión persistentes. En cambio, en el Mediterráneo, son más frecuentes los episodios de origen convectivo y las situaciones de bloqueo atmosférico, como las DANA, capaces de generar acumulaciones extremas en pocas horas.
Estas disparidades obligan a reconsiderar las estrategias de adaptación climática a escala regional y local. El riesgo hídrico no responde ya a una lógica uniforme de frecuencia y magnitud y la planificación territorial y gestión de infraestructuras deben integrar esta variabilidad para anticipar escenarios cada vez más complejos y asimétricos.
El riesgo hídrico no responde ya a una lógica uniforme de frecuencia y magnitud y la planificación territorial y gestión de infraestructuras deben integrar esta variabilidad para anticipar escenarios cada vez más complejos y asimétricos.
Los fenómenos extremos registrados en 2024 no fueron una anomalía puntual, sino una manifestación clara de una transformación estructural del clima europeo. Europa se está calentando al doble de la media mundial desde los años ochenta, un ritmo que ya está alterando de forma visible los patrones de temperatura, precipitaciones y humedad del suelo.
Esta aceleración del cambio climático está generando nuevas combinaciones de factores de riesgo, con impactos directos sobre ciudades, sistemas hidráulicos y redes logísticas. El calentamiento no solo intensifica las olas de calor, sino que potencia la capacidad de la atmósfera para retener vapor de agua, aumentando el potencial de lluvias extremas.
En paralelo, el récord alcanzado por la temperatura del agua en mares y lagos europeos fuera de las zonas polares refuerza los mecanismos convectivos responsables de precipitaciones muy intensas en zonas costeras.
El informe plantea que esta superposición de anomalías (temperatura, humedad, intensidad y persistencia) incrementa la imprevisibilidad y la presión sobre los sistemas de alerta y prevención. Los episodios de 2024 no deben leerse como eventos excepcionales, sino como el síntoma de una transición climática en curso, en la que los extremos dejan de ser desviaciones para convertirse en parte del nuevo régimen.
Este cambio no se manifiesta solo en las estadísticas, sino en el deterioro tangible de la seguridad física, económica y territorial de millones de personas en todo el continente.
Infraestructuras bajo presión: el reto de adaptarse
El informe ESOTC 2024 destaca que, si bien se han producido avances en predicción meteorológica y en la difusión de alertas tempranas, las infraestructuras físicas y los marcos urbanos continúan anclados en parámetros de diseño propios de un clima pasado.
En muchas ciudades, los sistemas de drenaje no están dimensionados para absorber los volúmenes de agua que hoy pueden caer en pocas horas; en zonas rurales o industriales, la impermeabilización del suelo y la ocupación de cauces naturales agravan aún más la exposición.
El informe advierte de la necesidad de reformas físicas profundas como el rediseño de sistemas de evacuación, suelos más permeables, corredores verdes urbanos y sistemas híbridos que combinen infraestructuras grises con soluciones basadas en la naturaleza.
Esta vulnerabilidad estructural no es homogénea. Algunas regiones han reforzado sus capacidades con inversiones sostenidas, mientras que otras aún carecen de planes integrados de adaptación. Incluso en países con recursos técnicos avanzados, la falta de coordinación entre niveles administrativos o la inercia normativa siguen limitando la eficacia de la acción preventiva.
El documento pone en valor herramientas como el Servicio de Gestión de Emergencias de Copernicus, que permite monitorizar en tiempo real eventos extremos y generar productos de apoyo a la toma de decisiones. Sin embargo, advierte que estas soluciones deben ir acompañadas de reformas físicas profundas: rediseño de sistemas de evacuación, restauración de espacios de laminación natural, suelos más permeables, corredores verdes urbanos y sistemas híbridos que combinen infraestructuras grises con soluciones basadas en la naturaleza.
La conclusión es clara: el modelo actual no basta y Europa necesita redibujar su escudo frente al agua. No se trata solo de mejorar lo existente, sino de reimaginar cómo se diseñan las ciudades, cómo se ocupa el territorio y cómo se gestiona la relación con los ríos y las lluvias.
Las inundaciones de 2024 no fueron una excepción ni una anomalía: fueron una señal. Una Europa que se calienta al doble del ritmo global no puede permitirse aplazar la transformación que su geografía y su clima ya exigen.