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La economía del cuidado: el sector invisible que sostiene el mundo
El trabajo de cuidados, tanto el que se hace sin recibir un salario (cuidar a un familiar en casa) como el que es remunerado (el que realizan enfermeras o trabajadoras domésticas), es esencial para el bienestar de las personas y para garantizar empleos dignos en el futuro. Sin embargo, sigue siendo poco valorado, cuando no invisible.
La invisibilidad estadística y política del trabajo de cuidados no remunerado sigue siendo una de las grandes paradojas de nuestro tiempo. A pesar de constituir el andamiaje oculto que sostiene el funcionamiento de las economías modernas, estas labores permanecen sistemáticamente ausentes de los indicadores macroeconómicos convencionales y de los diseños de políticas públicas. Esta ceguera institucional refleja un sesgo histórico que equipara valor económico únicamente con actividades monetizadas, ignorando los fundamentos materiales que hacen posible la reproducción y el bienestar social.
Sin embargo, en los últimos años se observa un cambio de paradigma significativo en la comprensión de estas dinámicas. El creciente cuerpo de investigación académica y los esfuerzos de organizaciones internacionales han ido desvelando la naturaleza esencial y el papel estratégico de este trabajo invisible. Este reconocimiento progresivo ha cristalizado en un hito fundamental: la inclusión explícita en la Agenda 2030 de una meta específica (5.4) dedicada a valorar y promover la responsabilidad compartida en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, dentro del Objetivo 5 de Desarrollo Sostenible sobre Igualdad de Género.
La incorporación de esta meta representa un avance conceptual de primer orden en el marco del desarrollo global. Al elevar los cuidados no remunerados a la categoría de prioridad política internacional, la comunidad de naciones ha reconocido formalmente su carácter de condición necesaria para el crecimiento económico inclusivo y el desarrollo sostenible.
La meta 5.4 opera así como un mecanismo de doble efecto: por un lado, visibiliza estadísticamente estas actividades mediante la promoción de sistemas de medición más explícitos; por otro, impulsa a los Estados a desarrollar políticas públicas que aborden las desigualdades estructurales en la organización social del cuidado. Este reconocimiento institucional marca un punto de inflexión en la larga lucha por sacar a la luz lo que la economista Marilyn Waring denominó “el trabajo que nunca se cuenta”.
Porque lo que nos depara el futuro es revelador. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se espera que para el año 2030, el número de personas que necesitarán cuidados llegue a 2.300 millones, incluyendo 100 millones más de niños y otros 100 millones más de personas mayores. Además, entre 110 y 190 millones de personas con discapacidades necesitarán cuidados de por vida.
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Al mismo tiempo, las familias han cambiado: son más pequeñas, hay más hogares monoparentales —de los cuales el 78,4% están encabezados por mujeres— y cuentan con menos apoyo de parientes cercanos. Esto hace que haya más demanda de cuidados, y sin políticas públicas adecuadas, la carga seguirá cayendo sobre las mujeres, limitando su participación laboral.
La paradoja es evidente: mientras dependemos absolutamente de estos cuidados para nuestra supervivencia como sociedad, seguimos tratándolos como una mera extensión ‘natural’ del rol femenino, no como el pilar económico que realmente son. Las cifras son elocuentes: en nuestro país, según el estudio de la Fundación BBVA liderado por la investigadora del CSIC, María Angeles Durán, si cuantificáramos el total del trabajo no remunerado en España, el “gigante escondido” de la economía, el PIB crecería un 53%. Y de aquí al año 2050 se prevé que crezca un 50%. Este incremento tendrá especial incidencia en el segmento de personas mayores, que ocupan actualmente el 27,5% de la demanda de cuidados, pero que se prevé lleguen al 46% en 2050.
si cuantificáramos el total del trabajo no remunerado (Fundación BBVA).
Para enfrentar estos desafíos, se necesita una transformación profunda. Según estimaciones de la OIT, si se duplica la inversión en la economía del cuidado, podrían generarse hasta 475 millones de empleos para el año 2030, lo que incluiría 269 millones de nuevos puestos de trabajo. Esto beneficiaría tanto a quienes reciben los cuidados como a quienes los prestan.
La desigualdad de género
Este desequilibrio tiene un claro componente de género. Los datos del Instituto Europeo de Igualdad de Género revelan que el 92% de las mujeres de la UE llevan a cabo con regularidad labores asistenciales, lo que significa que prestan cuidados no remunerados al menos varios días a la semana, en comparación con el 68% de los hombres. El 81% de las mujeres y el 48% de los hombres efectúan labor asistencial diariamente. El porcentaje se eleva hasta el 88% en el caso de las madres y el 64% en el caso de los padres de hijos e hijas menores de 18 años.
En nuestro país, según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en un día laborable, las mujeres dedican más tiempo a las tareas del hogar (limpiar, cocinar, compra…) que los hombres, ellas ocupan 172 minutos (casi 3 horas) de media al día y ellos 126,76 minutos (2 horas). Pero al preguntar por el cuidado de los hijos durante un día laborable la distancia entre ambos sexos aumenta, mientras las mujeres dedican 412,25 minutos (6,7 horas) a sus hijos, ellos ocupan unos 228,88 minutos (3,7 horas) de su tiempo.
La sobrecarga de trabajo de cuidados no remunerado no solo se mide en euros perdidos o en oportunidades laborales truncadas, sino también en horas robadas a la vida misma. Esta “pobreza de tiempo”, como la han bautizado algunas economistas feministas, es una forma sutil pero devastadora de desigualdad que condiciona cada aspecto de la existencia de millones de mujeres.
Mientras las mujeres dedican 6,7 horas al cuidado de sus hijos al día, los hombres ocupan 3,7 horas de su tiempo, según el CIS.
Profesionalizar el sector
Más allá de la toma de conciencia, ¿qué modelos concretos están demostrando que otra forma de organizar los cuidados es posible? En Cataluña, la cooperativa Suara ofrece un ejemplo de cómo hacer las cosas de manera diferente. Con más de 2.800 trabajadoras, han profesionalizado el sector estableciendo salarios dignos, formación continua y planes de carrera. Como explica Yolanda Pérez, una trabajadora de un servicio de Atención Domiciliaria gestionado por Suara Cooperativa, “es un sector que no se valora, pero cuando entro a domicilio y veo que la persona me recibe con una sonrisa, el resto se olvida totalmente”.
En muchos casos se trata de iniciativas puestas en marcha por las propias cuidadoras, como Maitelan, en Guipúzcoa, una cooperativa integral de iniciativa social que pusieron en marcha un grupo de mujeres cuando decidieron organizarse para mejorar sus condiciones laborales en el sector de los cuidados y atención a las personas. Según sus responsables, “buscamos mejorar la calidad de vida de las personas a las que atendemos. Y a su vez, que nuestro trabajo sea reconocido y valorado y que podamos trabajar en las mejores condiciones”.
La tecnología plantea también oportunidades por explorar. En Japón, el envejecimiento de la población ha impulsado el desarrollo de robots asistenciales diseñados para reducir la carga física de los cuidadores. Un ejemplo destacado es el Hybrid Assistive Limb (HAL), desarrollado por Cyberdyne. Este exoesqueleto detecta señales bioeléctricas del usuario para asistir en movimientos como levantar y trasladar pacientes, reduciendo la carga en la zona lumbar y previniendo lesiones en los cuidadores.
Las coopeerativas Suara y Maitelan son dos buenos ejemplos de profesionalización del sector, a través de la mejora las condiciones laborales de las trabajadoras.
La cooperativa Suara también ha apostado por la innovación tecnológica en el ámbito de los cuidados. En 2025, presentó en el Mobile World Congress una prueba piloto desarrollada conjuntamente con Oroi para introducir la realidad virtual en el servicio de atención domiciliaria y en pisos para personas mayores. Esta iniciativa busca reducir la brecha digital y de género en ámbitos laborales altamente feminizados y a menudo precarizados, como la atención domiciliaria.
Pero dejemos de lado la técnica y volvamos a la ética, ya que la pregunta que debemos hacernos como sociedad es: ¿qué valor damos realmente al trabajo que nos mantiene vivos?
En su ya mencionado estudio, María Ángeles Durán concluye que “el cuidado puede transformarse, pero no suprimirse, y cada sociedad tiene que encontrar el mejor modo posible de conciliar los derechos y obligaciones de quienes necesitan los cuidados y de quienes de un modo u otro han de proporcionárselos. De ello tienen que ocuparse las políticas públicas, que en el caso del cuidado son claramente transversales; no solo afectan a las funciones más evidentes (políticas educativas, sanitarias y sociales) sino a las políticas laborales (conciliación), de urbanismo y vivienda (ubicación de servicios, accesos y remodelación de viviendas), fiscales (deducciones por atención a dependientes, seguros de dependencia y planes de pensiones), etc.”.
En España, en 2023 se presentó la Estrategia Estatal de Cuidados como parte del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, pero su implementación efectiva requerirá inversión, voluntad política y coordinación entre Administraciones. Además, es necesario impulsar marcos laborales que aseguren condiciones dignas, formación continua y estabilidad para las personas trabajadoras del sector. Porque invertir en los cuidados no es un gasto, es una inversión en el futuro.