El apagón como ensayo de un futuro evento Miyake

El apagón como ensayo de un futuro evento Miyake

Los eventos Miyake reflejan episodios extremos de actividad solar que, según evidencias científicas, han impactado a la Tierra en el pasado. Su magnitud podría comprometer gravemente infraestructuras eléctricas, comunicaciones y sistemas críticos. Ante su posible repetición, la preparación se convierte en un factor estratégico esencial.

Este 28 de abril, España y Portugal han vivido uno de los mayores apagones eléctricos de su historia reciente. A partir de las 12:30 horas, una serie de fallos en la red –se apunta como la causa más probable– dejó a millones de personas sin suministro eléctrico durante casi medio día. Aunque las autoridades han descartado, en principio, que el origen sean ciberataques o sabotajes, el incidente aún está siendo investigado para determinar su causa exacta y establecer medidas correctoras que reduzcan la posibilidad de nuevos episodios.

El impacto social y económico ha sido inmediato y, por el momento, difícil de cuantificar en toda su magnitud. Durante horas, personas quedaron atrapadas en ascensores, trenes detenidos o sin acceso a servicios sanitarios básicos, mientras que gran parte de los sistemas de transporte público y de comunicación se vieron interrumpidos o gravemente limitados.

La actividad comercial, administrativa e industrial también se resintió, en muchos casos de forma crítica, dejando patente la elevada exposición de las sociedades modernas a cualquier disrupción en el suministro eléctrico.

Más allá de la causa concreta de este apagón, el incidente pone de relieve la fragilidad de las infraestructuras críticas ante eventos imprevistos. En un mundo altamente interconectado y dependiente de la energía para sostener no solo la vida cotidiana, sino también la operativa empresarial, fenómenos de esta naturaleza pueden tener efectos multiplicadores que impacten en toda la estructura económica y social.

Esta situación plantea la necesidad de considerar escenarios aún más disruptivos, como los denominados eventos Miyake: fenómenos de origen solar extremo que podrían provocar daños de gran escala en redes eléctricas, satélites y sistemas de comunicación, afectando de manera profunda el funcionamiento de las economías y alterando la vida en el planeta durante años.

¿Una vuelta a las cavernas?

Un evento Miyake es una señal muy clara de un bombardeo inusual de radiación cósmica sobre la Tierra. Se detecta midiendo el isótopo carbono-14 en los anillos de crecimiento de árboles: cuando llega una oleada excepcional de partículas solares o cósmicas, la producción de ese elemento en la atmósfera aumenta de forma brusca y ese “pico” queda registrado en la madera durante ese año .

Su descubrimiento se remonta a 2012, cuando la investigadora Fusa Miyake analizó un cedro japonés y halló un salto de aproximadamente 12% en el carbono-14 C en los anillos correspondientes a los años 774–775 d.C., es decir, cerca de 20 veces más alto que la variación anual normal atribuible al ciclo solar. Pronto otros equipos confirmaron la misma anomalía en muestras de Europa, América del Norte y Oceanía, demostrando que fue un fenómeno global.

Hasta ahora solo se conocen con claridad dos de estos eventos (el de 774–775 d.C. y otro en 993–994 d.C.) lo que sugiere que ocurren con muy baja frecuencia. Además, la magnitud de estos picos supera con creces la del Evento Carrington de 1859, considerado hasta ahora la tormenta solar más intensa de la era moderna, y podría haber sido cinco veces más potente en términos de radiación recibida.

El apagón plantea la necesidad de considerar escenarios aún más disruptivos, como los eventos Miyake, que podrían provocar daños de gran escala en redes eléctricas, satélites y sistemas de comunicación, y que pueden alterar la vida durante años.

Si hoy despertáramos con la noticia de que el Sol ha disparado una oleada de partículas tan intensa como la de 774 d.C., nuestra vida cotidiana se vería desbordada en cuestión de horas.

En primer lugar, las redes eléctricas quedarían expuestas a corrientes geomagnéticas capaces de saturar y fundir transformadores de alta tensión. Sin medidas de protección adecuadas, estas corrientes inducidas podrían ocasionar apagones transfronterizos que durarían, en el mejor de los casos, meses, al tiempo que las compañías eléctricas tendrían que afrontar reparaciones millonarias y largos plazos de entrega para sustituir componentes críticos.

En paralelo, los satélites que mantienen operativos los sistemas de navegación, las comunicaciones por satélite y el control meteorológico sufrirían un aluvión de radiación que degradaría sus circuitos y les haría perder precisión o incluso dejarlos inoperativos.

Todo nuestro día a día quedaría trastocado. Desde las comunicaciones hasta los sistemas de salud, pasando por el suministro de agua o los transportes quedarían inutilizados previsiblemente, hasta que se retomara la normalidad poco a poco.

El impacto económico de un suceso de este calibre sería descomunal. Según el último escenario sistemático de Lloyd’s of London, Europa podría ver mermado su PIB hasta en 640.000 millones de euros a causa de la suspensión simultánea de industrias, servicios financieros y redes de distribución de mercancías durante los años siguientes al evento.

También, aunque la atmósfera terrestre actúa como escudo, un pulso solar extremo puede reducir la capa de ozono desde los polos hasta el ecuador, multiplicando la incidencia de radiación ultravioleta en superficie durante meses  .

Ese aumento de rayos ultravioleta implicaría un repunte de quemaduras solares y un ascenso en los casos de cáncer de piel y cataratas, con especial riesgo para las poblaciones de las regiones mediterráneas y nórdicas, donde el comportamiento de la capa de ozono es especialmente crítico.

Gobiernos, organismos reguladores y grandes corporaciones deben asumir responsabilidades compartidas, impulsando una evaluación de riesgos integral e invirtiendo en infraestructuras robustas, entre otras acciones.

Un evento Miyake no es un riesgo remoto y exótico: es la advertencia de que la variabilidad de nuestra estrella puede golpear con la misma furia que hace más de mil años, y que las consecuencias no entienden de fronteras ni de sectores.

La próxima gran tormenta solar podría estar a la vuelta de la esquina, y el mundo necesita reforzar sus redes, diversificar sus rutas de comunicación y blindar su economía antes de que el siguiente “pico cósmico” apague más que nuestras luces.

Preparación y resiliencia ante amenazas solares

Ante la constatación de que un evento Miyake podría colapsar sistemas críticos, la respuesta no recae solo en las puertas de las empresas: gobiernos, organismos reguladores y grandes corporaciones deben asumir responsabilidades compartidas.

En primer lugar, tanto Estados como grandes grupos empresariales han de impulsar una evaluación de riesgos integral que contemple tormentas solares extremas junto a otros peligros naturales. La experiencia en gestión de desastres ya sitúa al “escenario razonable de peores casos” (un pulso comparable al Carrington de 1859) como referencia obligada en la planificación de infraestructuras críticas.

Los gobiernos, a través de sus agencias internacionales, deben coordinar mapas de vulnerabilidad que unan datos de meteorología espacial con inventarios de activos eléctricos, satelitales y de telecomunicaciones, para que la industria disponga de información unificada y actualizada .

También, es imprescindible consolidar infraestructuras robustas mediante inversiones conjuntas de sector público y sector privado. Las grandes compañías energéticas pueden liderar la creación de microredes inteligentes, combinando generadores de respaldo, almacenamiento de baterías y, donde proceda, fuentes renovables distribuidas. A su vez, los gobiernos deben facilitarlo con incentivos fiscales, subvenciones y normativas que exijan estándares de resiliencia para transformadores, centros de datos y estaciones de telecomunicaciones. Programas de la ESA, como la red de alerta Vigil, demuestran el beneficio de integrar sistemas de aviso tempranos en las operaciones de los operadores eléctricos y de satélites.


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Por último, los protocolos de emergencia han de practicarse de forma conjunta, no aislada. Las multinacionales deben convocar simulacros anuales que incluyan a proveedores de red, autoridades nacionales y servicios de emergencia, comprobando la transición automática a modos offline y rutas de comunicación alternativas.

Del mismo modo, los gobiernos han de establecer mesas de crisis intersectoriales permanentes, donde se validen estos planes y se actualicen de acuerdo con los últimos avances científicos. Solo así, cuando llegue el momento, la cooperación público-privada convertirá un incidente de concienciación histórica en un reto superado con el mínimo impacto.

El apagón de abril de 2025 ha puesto de de manifiesto lo vulnerables que somos incluso ante fallos “domésticos” de la red eléctrica: 15 GW interrumpidos en un solo segundo y hasta diez horas para restablecer el servicio ilustran la magnitud de la dependencia que tiene nuestra sociedad de un suministro ininterrumpido.

Si una avería técnica basta para paralizar nuestro día a día, un evento Miyake podría sumirnos en un largo apagón global con consecuencias aún más dramáticas.

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