Menos nacimientos que nunca… y a casi nadie le preocupa

Menos nacimientos que nunca… y a casi nadie le preocupa

La escasa natalidad no es un asunto nuevo en España ni en el mundo occidental desarrollado. Viene de tiempo atrás y lo más problemático es que crece con el tiempo. Es decir, cada vez que conocemos estadísticas de población se agudiza la falta de niños y, por tanto, el envejecimiento de la sociedad, con todas las consecuencias económicas y sociales que esto lleva consigo.
10 diciembre 2025

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado recientemente los datos de Movimiento Natural de Población de 2024, que muestran que la tendencia no cambia. El año pasado, el número de nacimientos en nuestro país fue de 318.005, un 0,8% menos que en 2023 y la cifra más baja desde que se empezó a hacer este registro hace ochenta años.

De esta forma, la tasa de natalidad –número de nacimientos por 1.000 habitantes– ha caído a 6,49 y la de fecundidad –número de hijos por mujer fértil– se sitúa en 1,10, frente a los 1,12 del año anterior. Como el denominado reemplazo generacional está 2,1 hijos por mujer, España necesitaría casi duplicar su tasa de fecundidad actual para asegurar que la población no se redujera, algo que es ya es imposible a corto y medio plazo.

En otras palabras, la población española se iría reduciendo en los próximos años si no fuera por la fuerte inmigración que llega al país. También con información del INE, el año pasado España superó por primera vez en la historia los 49 millones de habitantes, sumando unos 100.000 más que un año antes. Pero este crecimiento se debió a la llegada de extranjeros el año pasado. Sin ellos, la población se habría reducido en unas 130.000 personas, que fue la cantidad en la que las defunciones superaron a los nacimientos.

En el asunto de la natalidad España presenta uno de los peores registros entre los países de su entorno. Y un análisis más a fondo nos lleva a la conclusión que la situación no tiene visos de mejorar. Algunas reflexiones:

  • Las provincias más ricas, las menos natalistas. Madrid, Barcelona, Baleares y casi todas las del norte son provincias que registran tasas de fecundidad inferiores a 1,05, la mitad de la necesaria para asegurar el reemplazo. Son las provincias con mayor desarrollo económico y, por tanto, las que crean más empleo. Sería lógico que fueran las más natalistas porque generan más oportunidades para la generación joven. Pero esto no se produce.
  • El primer hijo llega más tarde. Hoy es más probable que una mujer tenga su primer hijo a los 39 años que a los 26. La edad media se encuentra en los 32,3 años, la más alta de la historia, y sigue subiendo. Es otro dato que refleja lo complicado que es un cambio en la evolución de la natalidad porque ese retraso en el primer hijo supone que se reduce la probabilidad de que llegue el segundo y los siguientes.
  • Menos madres. No solo se retrasa la edad para ser madre, sino que cada vez más mujeres deciden no tener hijos. El Indicador Coyuntural de Fecundidad proporciona un dato muy relevante. Este índice mide el número promedio de hijos que una mujer tendría a lo largo de su vida fértil asumiendo que las tasas de fecundidad por edad se mantuvieran constantes y muestra que el porcentaje de mujeres que van a ser madres será del 57% del total. Esto significa que el 43% no va a tener hijos. Hace diez años, esa cifra estaba en el 29%.
  • Las inmigrantes ‘copian’ comportamientos. Hemos dicho que la inmigración está ayudando a que la población no mengüe. Y es así en términos absolutos por los extranjeros que llegan al país. Pero en términos relativos, los que ya se han arraigado en España empiezan a asemejar sus comportamientos a los de los habitantes autóctonos. Así, por ejemplo, las inmigrantes entre 20 y 24 años tenían a principios de siglo 75 hijos más por 1.000 mujeres que las españolas y en la actualidad esa cifra ha bajado hasta 34 hijos. Esa reducción es acelerada y muestra que la participación de la inmigración en el crecimiento de la población se va a reducir en el futuro.

Hará falta mucha decisión política, mucho esfuerzo económico y estimular un cambio social para promover la natalidad en España, pero para qué preocuparse si es un trabajo cuyos frutos no se ven en una legislatura.

La prensa ha destacado que esta evolución de la población ha elevado la esperanza de vida en España a los 84,01 años, la mayor de la historia. Es una cifra positiva porque vivir más es la consecuencia de un mayor desarrollo económico y social, como muestra que los países que superan a España son Japón, Corea del Sur, Andorra y Suiza. Pero si ese envejecimiento no va a acompañado de un incremento de la natalidad, como es el caso, el país tiene un serio problema. Muy serio.

Con una pirámide de población en forma de hongo, las generaciones más jóvenes –más pequeñas– generan menos recursos –impuestos y cotizaciones– y tienen que afrontar además el incremento de gastos –pensiones, sanidad, dependencia…– que necesitan las de edad avanzada. Los presupuestos públicos llevan tiempo notándolo, por ejemplo, en el incesante aumento del gasto en pensiones, que necesita ya tirar de los ingresos por impuestos –o de más deuda– porque las cotizaciones no bastan para cuadrar las cuentas.

El problema no es de ahora, pero se está acelerando. Los políticos lo conocen. Y saben que la escasa natalidad es una cuestión económica –carestía de la vida, salarios bajos entre los jóvenes, precios de la vivienda desbocados– pero que tiene un componente cultural que es más profundo. Una conocida actriz española ha comentado recientemente que su madre le aconsejó en su momento no tener marido, hijos ni perros, ya que estos estaban reñidos con su profesión y que siguió el consejo sobre el marido y los hijos, pero que un día sintió la necesidad de cuidar a alguien y adoptó un perro. Hará falta mucha decisión política, mucho esfuerzo económico y estimular un cambio social para promover la natalidad en España, pero para qué preocuparse si es un trabajo cuyos frutos no se ven en una legislatura.

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