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Ilustración de la portada del libro ‘La gran caída de Max’, de Àlex Martínez y Matías Tolsá (GP Ediciones).
Lo que de verdad importa sucede dentro de tu cabeza
Al despertar de una pesadilla, ese ensueño angustioso y tenaz, todos sentimos, sin duda alivio tras regresar a la realidad. Pero ¿y si el recuerdo de ese sueño no lo sintiéramos como producto de la imaginación sino como la realidad? La angustia sería mayúscula. Hay sueños tan reales que se confunden con vivencias. Incluso, en ocasiones, la realidad debe ser reconstruida ante la imposibilidad de ser entendida. La imaginación como salvavidas. Cada pequeño mundo, como vínculo con el pasado, como fortaleza, como deseo.
La desrealización es un trastorno disociativo que lleva a determinadas personas a confundir realidad y sueños. Pueden presentar alucinaciones al despertar (hipnopómpicas) o al inicio del sueño (hipnagógicas). Y padecer delirios que implican creencias falsas, aunque firmemente arraigadas a pesar de las tozudas evidencias en contra.
La ensoñación excesiva (maladaptive daydreaming) es casi vivida, palpable e impide tener consciencia de que es una fantasía. O produce una mezcla entre lo onírico y lo real, mixtura trufada de fenómenos visuales, táctiles y auditivos. Esta condición se caracteriza por sentir que el mundo físico que nos rodea no es real, como si estuviera distorsionado o en medio de una neblina. El mundo parece irreal, artificial. Se observan objetos, animales o personas distorsionados, nebulosos, o carentes de vida. La percepción del tiempo se altera, como a cámara lenta o a doble velocidad… Una barrera invisible separa a uno mismo y del resto del mundo, como una pared de vidrio, como un espectador que ve una película. También los sonidos pueden ser más o menos intensos de lo habitual.
Como le sucede al protagonista de La gran caída de Max (Álex Martínez Ruano y Matías Tolsá Montedoro, GP Ediciones), un gigantesco joven que se siente desconectado de su entorno.
La búsqueda de la felicidad onírica puede resultar poética, pero, sin duda, es dramática al darnos de bruces contra la realidad, la incomprensión y la exclusión, cuando no el miedo y el rechazo abiertamente. Por eso, escapar de la realidad es adictivo y, a menudo dramático: a diferencia de otros trastornos, la persona con ensoñación excesiva suele ser consciente de que sus fantasías no son reales. Solo hay una posibilidad de supervivencia. En el caso de Max, encontrar el amor de Alma. Para lograrlo, un imaginario (también) pajarico azul revolotea a su alrededor y le alerta de los peligros y de la violencia. La huida, la deshumanización, la incomprensión, el dolor. Y es que, lo que de verdad importa sucede dentro de tu cabeza.
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En los trastornos psicóticos (bipolaridad, esquizofrenia…) convivir con las habituales alucinaciones generan un factor extra de ansiedad que distorsiona los límites entre los estados cognitivos sumiendo al protagonista en la confusión.
El estrés y la ansiedad, traumas profundos o insomnio agudo puede empeorar los síntomas. En el cerebro hay un pliegue llamado surco paracingulado. Pues bien, quienes lo tienen menos pronunciado experimentan más alucinaciones y tienen más dificultades identificar eventos reales e imaginarios (La Neurociencia del sueño y los sueños, Patrick Mc Namara, Cambrige Universuty Press).
El estigma y la discriminación persiguen a todas las personas con enfermedad mental, sea cual sea la que padezcan. No solo en el mundo laboral, también en las relaciones afectivas o en cualesquiera otros aspectos de la vida. La sociedad no está preparada y desde el Gobierno de la nación, más allá de brindis al sol y de palabras rimbombantes hacen elusión de sus funciones. ¿No dejar a nadie atrás? Ja, ja, ja. Permítanme que me ría. El círculo vicioso está servido. A menores relaciones sociales, más riesgo para la salud mental, más abatimiento y más pesimismo.