<p>Imagen: Romulo Royo.<p>

Imagen: Romulo Royo.

RUIDO

Ruido, sonido inarticulado, por lo general desagradable, en cualquiera de sus modalidades y grados...

Zumbido, crujido, chasquido, estruendo, fragor, estampido, estrépito, estridencia, alboroto, griterío, barahúnda, escándalo, bulla, bullicio, algarabía, pendencia, alboroto…. Para algunos, alteración de la paz y quiebra de la salud. Incluso en el perturbador ruido de fondo, a pesar de su baja intensidad, subyace uniforme y continuo, dolor y daño, destrucción auditiva, cardiovascular y psicológica.

Pérdida de audición, tinnitus (acúfenos), trastornos mentales (estrés, ansiedad, depresión o demencia) inhabilitan cualquier atisbo de concentración, capacidad de memorizar, aprendizaje o socialización. La ausencia de un sueño reparador convierte la vida en una pesadilla. Enfermedades respiratorias, cardíacas y digestivas son la guinda de un cóctel mortal, agresivo y violento. El ruido agita la respiración y acelera el ritmo cardíaco, produce jaquecas, los tímpanos estallan…

Hoy en día, quienes sufren hiperacusia, misofonía o fonofobia son invisibilizados. Solo se reconocen los derechos de quienes gozan de diversión o comunicación mediante el grito, el berrido, el escándalo…  Pero no hay respeto, comprensión o empatía hacia sus víctimas. No se trata de una molestia puntual. No es una rareza. No es un capricho. No es falta de flexibilidad. El ruido es una lacra. Bebés (prematuros, especialmente) y mayores sufren exponencialmente riesgo de daños permanentes; por no hablar de complicaciones en partos y disminución del desarrollo cognitivo y del rendimiento en infantes…

Ni si quiera la punta de lanza de la sostenibilidad, las Normas Europeas de Información sobre Sostenibilidad (NEIS) reconocen específicamente la contaminación acústica. En el mejor de los casos, la incorporan como un apéndice de la contaminación ambiental. No hay conciencia del impacto acústico que generan transporte, construcción, industria y obras públicas, ocio y espectáculos, dramático en el caso de la nocturnidad… No hay cultura del silencio. 65 ó 75 decibelios (dB) son los laxos límites legales cuando las recomendaciones son no superar jamás los 35 para entender que un entorno es saludable.

¿Cómo combatir el ruido?

En primera persona, la gestión de las emociones y la tolerancia a la frustración son claves para afrontar la sensibilidad a sonidos y ruidos cotidianos o específicos que provocan irritación, ansiedad, rabia, miedo, incluso pánico. También, los auriculares con cancelación de ruido pueden aportar un cierto respiro en momentos extremos, aunque queda mucho que hacer en cuanto a eficiencia o coste.


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En el ámbito laboral, las organizaciones pueden construir espacios de recuperación que mantengan niveles de sonido bajos. También, invitar a la comunicación pausada y sigilosa que mejora, sin duda, la claridad del habla. La naturaleza muestra el camino. La tecnología la imita instalando techos y paredes absorbentes, “cielos acústicos” y “paredes laterales abiertas”. El sonido escapa hacia los lados evitando la reverberación. El diseño también influye, con efectos flotantes, funcionales y de fácil mantenimiento.

Por su parte, el crecimiento de las ciudades y la mayor demanda de movilidad (tráfico) y de ocio es una bomba de relojería. Obsesionados por la huella de carbono, la planificación desprecia a la contaminación acústica. ¿Soluciones? Transporte compartido, público, racionalización de horarios o bicicletas (por sus carriles correspondientes, no por las acera amedrentando a los peatones). Bienvenida la vegetación en entornos urbanos, en forma de muros verdes o jardines en altura. Absorben frecuencias medias y altas, las relacionadas con la voz humana, específicamente a partir de los 400 Hercios.

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