Cuando la excesiva regulación estrangula el mercado

Cuando la excesiva regulación estrangula el mercado

La excesiva carga regulatoria lastra la competitividad de las empresas europeas.

Alguien publicó hace unas semanas un post en la red social X que comparaba la innovación en Europa y en Estados Unidos. Eran simplemente dos fotos puestas una al lado de otra. La foto de Europa era una botella de plástico con su correspondiente tapón pegado al cuello de la botella para evitar que se desprenda. La foto de Estados Unidos era la del ‘Starship’, el cohete de la empresa SpaceX de Elon Musk, aterrizando en la misma torre de la que había despegado.

Evidentemente se trata de una exageración, pero a la vez es una forma de reflejar de forma gráfica que existe una enorme diferencia entre el gigante americano y la Unión Europea en el tratamiento de algunas cuestiones clave que hacen referencia a la vida de las empresas que amplían enormemente la competitividad estadounidense frente a la europea.

Dos ejemplos ayudan a conocer cómo estas diferencias lastran el desarrollo de las empresas europeas. La semana pasada la Asociación Española Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas), la patronal de las pequeñas y medianas cadenas comerciales de alimentación, daba a conocer un informe elaborado por WordLex en el que se informaba que en 2024 se había superado el récord histórico nuevas normas que afectan al sector. Según el informe, durante el pasado año se aprobaron o modificaron 1.253 textos legislativos que impactan directamente sobre el comercio alimentario, lo que equivale a ¡3,4 nuevas normas cada día!

El medio ambiente, cómo no, es la principal materia afectada por los cambios normativos y acumula más de un tercio de la nueva legislación. Se trata de normas enfocadas a la eficiencia energética, diseño ecológico, sostenibilidad y otros aspectos vinculados a la transición verde.

El segundo lugar lo ocupa la seguridad alimentaria, con 253 normas centradas en aspectos como el almacenamiento y conservación de alimentos, los controles oficiales, el transporte, la protección animal y otras áreas que buscan garantizan la calidad y seguridad de los productos para el consumidor. Y el ranking de la legislación lo encabeza la Comisión Europea, de donde han emanado 444 nuevas normas o modificaciones, un 35% del total.

El informe de Asedas también anticipa un 2025 marcado por importantes cambios legislativos. En el ámbito nacional, destacan proyectos como la Ley de prevención del desperdicio alimentario, la Ley de movilidad sostenible, la Ley de servicios a la clientela y la posible reducción de la jornada laboral. A nivel comunitario, normativas como las leyes de diligencia debida, deforestación y trabajos forzosos que están negociando prometen tener un impacto significativo debido a su elevada complejidad técnica. Las Administraciones públicas nacionales -Gobierno, comunidades autónomas y grandes ayuntamientos- dictaron 809 normas.


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Me imagino a los encargados de cumplimiento normativo de las empresas y de las asociaciones sectoriales leyendo y analizando esa cantidad de legislación, porque ni que decir tiene que no cumplirla en fondo y forma significa inmediatamente exponerse a multas y sanciones más o menos importantes.

Alberto Peironcely, director de Asuntos Regulatorios de Asedas, explica el desafío que supone para las empresas del sector alimentario español y europeo: “El incesante aumento de normas, ya sean nuevas o modificaciones de anteriores, convierte su gestión en un gran problema para las empresas, que deben dedicar muchísimos recursos solo a realizar el seguimiento de las normativas en vigor”. No se trata de que el sector alimentario sea una selva en la que las empresas campen a sus anchas sin ningún control, pero de ahí a tener que adoptar más de tres normas nuevas cada día, con lo que eso puede suponer de cambios de procesos o de modos de comercialización, hay un enorme trecho.

Si este ejemplo afecta a algunas pequeñas y medianas empresas, el segundo habla de las grandes corporaciones. Se preguntaba recientemente Financial Times -como lo ha hecho en muchas ocasiones- por qué en Europa no hay grandes multinacionales que puedan competir en tamaño con los gigantes norteamericanos y, ahora, también con los chinos. El diario recordaba cómo dos empresas europeas del acero, ThyssenKrupp y Tata Steel, acordaron fusionarse en 2018 para hacer poder hacer frente a la avalancha de acero barata que llegaba desde China. La Comisión Europea vetó la operación al año siguiente porque consideró que la unión de los dos grupos pondría en peligro la competencia y, por tanto, podría producirse un incremento de los precios que perjudicaría a los consumidores.

¿La consecuencia? Cinco años después de aquello, Tata está en proceso de cierre de su última factoría en Reino Unido y ThyssenKrupp, cuyas acciones han caído más de dos tercios en ese periodo, acaba de anunciar que despedirá a 11.000 de los 27.000 trabajadores de su negocio siderúrgico.

La pelota para iniciar ese cambio está en manos de la española Teresa Ribera, quien ya afirmó tras su nombramiento que es necesario hacer “cambios adaptados a las necesidades actuales”. Veremos.

Financial Times recuerda otros ejemplos, como las fallidas fusiones por motivos similares de la francesa Alstom con la alemana Siemens, o la de los gestores de las bolsas de Fráncfort y Londres. Mario Draghi, expresidente del BCE durante la crisis financiera, alertaba en su prolijo informe sobre el futuro de la UE de esta situación, a la que atribuía una parte del retraso europeo económico europeo frente a Estados Unidos, y animaba a los gobiernos y a la Comisión a cambiar radicalmente sus planteamientos: “Afirmamos que favorecemos la innovación, pero seguimos añadiendo cargas regulatorias a las empresas europeas”, denunciaba.

Esta vez, hay quien ha recogido el guante. “Hay que reformar el control de las fusiones en Europa. Hay que permitir que haya campeones europeos”, ha dicho Friedrich Merz, candidato del centroderecha a las elecciones generales de Alemania. Y Cecilia Bonefeld-Dahl, directora general de DigitalEuropa, la patronal europea de las compañías tecnológicas, se ha quejado de que, aunque Europa tiene “con clase mundial” en banca, conectividad, manufacturas y tecnología, se ha centrado demasiado “en regularlas en vez de promoverlas”. “No crearemos la próxima Apple o la próxima Nvidia a través de la Ley de Datos o la Ley de Inteligencia Artificial”, dos de las últimas normas aprobadas por la Comisión que siguen haciendo hincapié en una procelosa regulación protectora del consumidor más que en el desarrollo del sector.

Ahora, la pelota para iniciar ese cambio está en manos de la española Teresa Ribera, que ha sustituido a la radical Margrethe Vesteger al frente de la política de competencia europea. Ribera ya afirmó tras su nombramiento que es necesario hacer “cambios adaptados a las necesidades actuales”. Veremos.

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