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Visita de los Reyes y del presidente del Gobierno a Paiporta antes de los incidentes. Foto: © Casa de S.M. el Rey.
La tragedia de la dana reclama más gobierno abierto
Este artículo solo puede empezar de una manera, y es dando el pésame a todas las familias afectadas por la tremenda tragedia que ha sacudido a decenas de municipios de la provincia de Valencia, principalmente, y de otras localidades de Castilla-La Mancha y Andalucía. En el momento en que se está redactando este texto, la alerta roja por la dana se desplaza a Cataluña, y vuelve al litoral del sur de la Comunitat Valenciana. Por el momento, no hay que lamentar una nueva catástrofe, más allá de los numerosos problemas en medios de transporte.
Las consecuencias de la dana son ya más que dramáticas y dejan una serie de cuestiones que habrá que responder. El análisis profundo tal vez deba esperar, ya que ahora lo importante y lo urgente coinciden: ayuda y cobertura de necesidades básicas. Pero ya podemos avanzar cuestiones que también serán necesarias para depurar responsabilidades cuando toque, establecer mecanismos para mejorar la respuesta a este tipo de emergencias y prepararse para la reconstrucción de una zona muy castigada que, por desgracia, es más que probable que se vuelvan a producir.
Más gobierno abierto
Ahora toca gestionar el día después de la crisis. Esta tarea corresponde al poder ejecutivo y las Administraciones públicas, muy debilitadas tras los primeros días de crisis. El descrédito de la clase política puede alcanzar (incluso superar) niveles similares a los de la crisis económica de 2008, y hoy existe un caldo de cultivo aderezado por agitadores sociales que emponzoñan más si cabe el ya enrarecido ambiente. La legítima desafección, la crítica, la indignación, incluso la ira (no la violencia) están más que justificadas para quienes han perdido a seres queridos o han perdido todo lo que han construido a lo largo de sus vidas. Y también para quienes lo observan y trata de ayudar.
En este contexto, mi propuesta puede parecer naif, pero la presento con el convencimiento de que la respuesta está en la democracia, solo dentro de ella y, es más, con mayor peso de los distintos actores que la conforman. Mi propuesta es más gobierno abierto. Vamos a verlo por partes, a través de sus pilares siguiendo el esquema clásico a partir del memorando de Obama de 2009: transparencia, participación y colaboración.
La colaboración
Empezamos por el tercer pilar, el más desconocido, el que no se sabía muy bien dónde ubicar y que algunos autores proponían incluir dentro de la participación, y otorgar ese lugar a la rendición de cuentas en unos casos, a la innovación, los datos abiertos o la integridad en otros.
Más allá de disquisiciones teóricas, la realidad ha puesto de manifiesto la necesidad imperiosa de una colaboración interadministrativa y con la sociedad civil fluida, bien organizada, flexible y de respuesta rápida. Una aclaración previa: no será este artículo el lugar para despachar culpas o señalar negligencias, que pueden encontrarse en más de un actor.
Lo evidente, sin buscar responsables, es que la colaboración ante una catástrofe natural, algo que cada vez es más frecuente por desgracia, ha sido reactiva y no preventiva. No sé cómo y no soy quién para decir cómo se deberían establecer protocolos de prevención y de respuesta, que seguro están contenidos en los planes de seguridad y emergencias estatales y autonómicos. Lo que sí puedo decir es que la negativa a asumir responsabilidades es un claro síntoma de dos cosas: no ha habido suficiente colaboración entre Administraciones (sea por demérito de una u otras o de todas), y alimenta la desafección y el desprestigio de las instituciones a ojos de la sociedad, que siente la tentación de refugiarse en espacios extremistas.
La respuesta está en la democracia, solo dentro de ella y, es más, con mayor peso de los distintos actores que la conforman. Mi propuesta es más gobierno abierto.
Los desastres climáticos no entienden de fronteras. Ni de horarios. Ni de protocolos y niveles de alerta. El peligro y la destrucción pueden afectar a muchos de distintos lugares y al mismo tiempo, y la respuesta ante ello puede depender de distintas Administraciones y no ser coherente. En este caso, la respuesta diferente de ayuntamientos, universidades, la diputación provincial y de la Administración autonómica son buena prueba de ello.
Por otra parte, la colaboración también puede y debe darse con agentes de la sociedad civil. Su grado de conocimiento del territorio pueden favorecer la gestión del voluntariado y la organización de equipos de ayuda. Para ello, aunque en primera instancia los cortes de luz y conexiones telefónicas incomunicaron a muchos de los territorios afectados, plataformas digitales pueden ser de gran ayuda para canalizar los esfuerzos y ordenar los recursos disponibles para abordar las necesidades de la población. Y hay que recordar que este proceso ha empezado ahora y no terminará pronto.
También sería bueno recordar el principio de la ética hacker de que “ningún problema debería resolverse dos veces”. Cierto es que cada situación catastrófica es un mundo de matices en el que detalles pueden cambiar la manera de enfrentar los problemas, pero hay partes del problema que requieren actuaciones similares y cuya solución (de diseño, de actuaciones iniciales) ya se ha encontrado. Aprender de las buenas prácticas, de la experiencia de agentes en cualquier parte del mundo es un activo muy valioso para dar respuesta a situaciones críticas. Y de esto las organizaciones cívicas saben mucho.
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La participación
Enlazando directamente con la colaboración con la sociedad civil, la participación a nivel individual y colectivo (asociaciones, grupos de interés, colectivos organizados) es un elemento clave en situaciones como la que vivimos, y no solo para la ayuda solidaria, que es una de las pocas noticias positivas que deja esta tragedia.
En efecto, la ola solidaria de la ciudadanía de todos los puntos de España es un hecho que hay que poner en valor. Esta forma de participación es especialmente valiosa en estos primeros días, en los que faltan manos para limpiar y asistir a quien lo necesita. Sobre esto caben al menos dos reflexiones.
La primera es que es necesario canalizar esta ayuda de la manera en que sea más eficiente y efectiva. Este es un aprendizaje que debería tenerse para el futuro. Porque lo que ya hemos aprendido es que estas situaciones pueden repetirse, y cada vez en ciclos temporales más cortos. Y relacionado con esto, no puede ser que la fuerza principal de ayuda dependa, durante varios días, de la solidaridad ciudadana.
La segunda reflexión tiene que ver con el valor de la participación para la reconstrucción. Es necesario repensar las ciudades, la estructura urbana, los lugares donde se edifica y las necesidades para evitar en lo posible que la naturaleza, cuando levante la voz, no sea destructiva. Porque, insisto, volverá a pasar, por más que haya quienes quieran negar la evidencia de la emergencia climática y la obviedad de que los planeamientos urbanísticos no han tenido en cuenta una cita, que recojo de Joan Romero, catedrático emérito de Geografía Humana de la Universitat de Valencia, de que “el agua siempre vuelve con las escrituras de propiedad a recuperar sus territorios”.
Para ese proceso de rediseño es imprescindible contar con la ciudadanía, con las personas que van a habitar y reconstruir la vida en sus territorios. Escuchar sus necesidades, atender a los problemas que ya sufrieran con anterioridad a la tragedia y los aprendizajes que hayan extraído después de ver pasar el torrente destructor del agua.
Hay que preocuparse por la manera en que reorganizaran las viviendas, los hospitales y centros de salud, los campos, los espacios de trabajo, las plazas públicas y los lugares de enseñanza, asistencia social, culto y ocio. Todo, porque todo ha sido derruido. Sería una oportunidad perdida tratar de reconstruir la ciudad sin los ciudadanos con el pretexto de la urgencia. La sociedad ha demostrado en esta tragedia lo rápido que puede actuar y lo valiosa que es su aportación. Y solo el trabajo de limpieza y rehabilitación de lo más básico llevará semanas o meses.
La sociedad también puede ser extremadamente útil para realizar una evaluación participativa de la respuesta a la crisis. Esto requiere en este momento de altas dosis de valentía política, visto el escenario y la indignación de las personas afectadas con los dirigentes, más allá de que grupos de extrema derecha hayan aprovechado la situación para generar mayor malestar del que ya hay, como se está investigando desde los juzgados. La rabia es comprensible y está más que justificada, pero ello no debe ser óbice para que, pasado un tiempo, se cuente con los afectados para evaluar la gestión pública.
Para el proceso de rediseño es imprescindible contar con la ciudadanía. Escuchar sus necesidades, atender a los problemas que ya sufrieran con anterioridad a la tragedia y los aprendizajes que hayan extraído
La transparencia
En situaciones como esta la transparencia cobra una importancia primordial desde diversas perspectivas, que abarcan el acceso a la información pública, los datos abiertos la comunicación o la rendición de cuentas.
Por una parte, será necesario conocer las actas de las reuniones y las comunicaciones entre los diversos actores institucionales para saber por qué y quiénes tomaron las decisiones sobre la gestión de la crisis, para reconstruir un relato de los hechos veraz y objetivo. Será necesario conocer los recursos asignados a la respuesta inmediata a la catástrofe, y cuando llegue el momento, los criterios de prestación de ayudas y el alcance las mismas, así como los mecanismos de colaboración entre instituciones. El Portal para la Reconstrucción, puesto en marcha por el gobierno de la Ciudad de México tras el terremoto de 2017, es un buen ejemplo.
También será conveniente contar con la mayor cantidad de datos abiertos y reutilizables para que entidades públicas y privadas puedan contribuir a la reconstrucción y el rediseño de las ciudades. Asimismo, son necesarios para desarrollar aplicaciones y herramientas digitales que pueden ser de gran utilidad para todos los agentes. Por ejemplo, para el desarrollo de alertas tempranas, como J-Alert en Japón, un país desgraciadamente acostumbrado a sufrir catástrofes naturales, que ha desarrollado este sistema a partir de datos abiertos complementado con la ayuda ciudadana, que puede retroalimentar al sistema proponiendo mejoras.
Por otra parte, porque como insistimos desde aquí una y otra vez, la transparencia también es comunicación, es imperativo mantener una información clara, inmediata, veraz y multicanal para que llegue a toda la población, para que pueda tomar decisiones informadas y con ello intentar buscar las opciones que les den mayor seguridad.
En este caso hemos tenido desde el primer momento la lacra de la desinformación y los bulos, algunos grotescos, circulando por las redes sociales y por medios de información digitales, si es que merecen tal nombre. Desde la Aemet se han esforzado en desmentir algunos de ellos, y la primera intervención del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, dedicó sus primeras palabras a desmentir bulos.
La transparencia también es comunicación, es imperativo mantener una información clara, inmediata, veraz y multicanal para que llegue a toda la población, para que pueda tomar decisiones informadas.
Esta situación es desoladora, y a ello ha contribuido la falta de comunicación por parte de las Administraciones. Se ha dado el caso curioso de que un habitual de las redes sociales y normalmente diana de muchas críticas, como es el ministro Óscar Puente, haya sido felicitado por multitud de usuarios del a red social X por informar de manera clara, inmediata y útil a través de su cuenta, que la cuenta de su ministerio ha reproducido.
Pero no es esta la manera óptima de comunicar. Un caso paradigmático de uso de redes sociales y de comunicación institucional transparente y efectiva fue el de los Mossos d’Esquadra en los atentados de agosto de 2017. Otro ejemplo a nivel internacional sería la gestión de la comunicación ante las erupciones volcánicas en Islandia, caracterizada por elementos como la multicanalidad (medios de comunicación tradicionales como televisión y radio, redes sociales y colaboración estrecha con medios de comunicación), inmediatez y multilenguaje. Estas características las comparte con Nueva Zelanda, ejemplo de comunicación transparente en la crisis del covid.
La responsabilidad pública
Recordemos que la transparencia, para ser efectiva, debe dirigirse hacia la rendición de cuentas (Alberto Ortiz de Zárate). No bastará saber las cifras, habrá que saber para qué se han usado los recursos y por qué se han tomado las decisiones para depurar las responsabilidades.
La Open Governement Partnership (OGP) dice que la responsabilidad pública ocurre cuando “las normas, reglamentos y mecanismos vigentes exigen a los actores gubernamentales que justifiquen sus acciones, actúen sobre las críticas o los requisitos que se les hagan y acepten la responsabilidad por el incumplimiento de las leyes o los compromisos”.
Habrá que elaborar informes técnicos que sirvan para documentar la gestión pública. Es lo razonable en una sociedad y una democracia avanzada. Esto es imprescindible para recuperar parte de la mucha confianza ciudadana que se ha evaporado.
También hay que huir de las respuestas simples a problemas complejos. Hay que evitar el refugio en eslóganes y explicaciones que reducen a una causa la enrevesada dificultad de factores que se agolpan en una situación así.
Cada vez más es evidente la presencia de grupos que buscan polarizar y capitalizar el descontento. Esto está claramente vinculado a la propagación de bulos. Solo hay que unir los puntos. Y conocidos los responsables, ignorar esos mensajes. Muchos, por cierto, ya han sido rotundamente desmentidos, como el número de fallecidos en el parking de Bonaire, cientos según los propagadores de bulo). Al final no ha habido ninguno, por fortuna.
Esta situación sigue alimentando la desafección política y todos pueden verse arrastrados a los límites de la democracia. Todos menos quienes quieren que así sea. Esta debe ser la llamada de atención definitiva para mostrar altura institucional.
El descrédito de la clase política está alcanzando unas dimensiones enormes. No entraré a valorarlo ni a hacer comparaciones ni a señalar culpables en este texto, como ya adelanté al principio. No es el momento y no es lo urgente. Hace falta transparencia y participación para conocer más detalles que ayuden a describir la situación, evaluarla y hacer valoraciones.
Lo que sí está claro, y esto afecta sobre todo a las principales fuerzas políticas, es que esta situación sigue alimentando la desafección política, y que en ese proceso todos pueden verse arrastrados a los límites de la democracia. Todos menos quienes quieren que así sea. Esta debe ser la llamada de atención definitiva para mostrar altura institucional, cambiar la forma de relacionarse entre fuerzas políticas rivales y aceptar las consecuencias que se deriven de ello.
Pero antes de eso lo urgente y lo importante es que cese el clima de polarización, que se establezcan canales de comunicación y colaboración fluidos entre las instituciones y los principales partidos. Que se recupere la política, que es la vía para solucionar problemas en sociedades complejas, y no para generarlos. Es el momento de un cambio de rumbo.
Puede parecer naif, infantil, voluntarista, ingenuo o excesivamente optimista. Puede ser. Lo triste y lo peligroso es que, si no es así, la respuesta se encaminará hacia donde no debe ir nunca una sociedad avanzada.
La respuesta a esta crisis está en la democracia. La respuesta es más gobierno abierto.