<p>Foto: Ana Palacios.<p>

Foto: Ana Palacios.

Cuando cambiar es un arte (III)

En casa de Frank están de limpieza. Makindye es una barriada de la periferia de Kampala (Uganda) especialmente bulliciosa y alegre. La visión de decenas de niños jugando y divirtiéndose entre escombros y basura es una radiografía de la falta de justicia social que se respira en este lugar.

Frank se pone su jersey rojo de Mickey Mouse y caminamos hacia la antigua estación para hacer las fotos de sus saltos. Estoy haciendo saltar a todos los protagonistas de mi libro Art in Movement y por supuesto Frank tiene que estar en él. Quiere ser abogado y hombre de negocios, que “eso del arte está muy bien”, pero él quiere luchar contra la corrupción, ganar dinero y viajar a América.

Frank Mughisa, de origen ruandés, empezó a participar en las actividades de In Movement cuando tenía unos 10 años. Una ONG ya desaparecida y reconvertida en Soul Xpressions, un proyecto que tiene el mismo espíritu de entender el arte como una herramienta de transformación y empoderamiento.

Entonces era un niño tímido, mal estudiante, con desidia y sin ningún interés por nada en particular: “Somos doce hermanos de distintas madres y, bueno, nunca he recibido mucha atención en casa, somos tantos…”, cuenta Frank.

“A través de las actividades artísticas en las que participa desde hace varios años, se despertó su curiosidad y ha desarrollado una gran capacidad de análisis. Hoy le gusta charlar sobre el neocolonialismo y leer sobre las nuevas leyes que se están aprobando en Uganda”, apunta Rachelle Sloss, directora de In Movement en esa fecha, al hablar de Frank.

“He observado que para mejorar necesito orientación de otros, crítica constructiva y, gracias a eso, aquí también estoy aprendiendo a ser autocrítico. Creo que ahora soy mejor persona y siento que le soy útil a la comunidad”, reflexiona Frank de diecisiete años durante el intermedio de la clase de música.

Las vidas de los niños se ven afectadas por el número de familiares y hermanos con los que conviven, según el Mapa de los Cambios en la Familia y Consecuencias en el Bienestar Infantil. En Uganda cada mujer da a luz a una media de 4,4 niños y un 45% de su población es menor de catorce años, convirtiéndolo en uno de los países más jóvenes del mundo.


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La tasa neta de matriculación de niños en primaria es del 84%, muy similar al resto del África subsahariana. Pero en la letra pequeña de este éxito encontramos que muchos niños abandonan la escuela antes de terminar el curso (por falta de salud, escasez de recursos económicos, distancia a la escuela…). También está en entredicho la calidad de la educación recibida y la capacitación profesional de algunos maestros.

Además, el Gobierno ugandés reaccionó a la covid-19 con el cierre de las escuelas durante casi dos años, el periodo más largo registrado en todo el mundo, manteniendo a los menores fuera de las aulas. Una carrera de obstáculos que no termina.

Lo que está claro es que esos niños y niñas, si nada lo impide, llegarán a adultos, serán ciudadanos que conformarán el futuro tejido político, económico y social del país. Necesitan la educación formal, pero también la informal porque el sistema educativo tradicional no fomenta el debate, ni la duda, solo verbaliza axiomas que les hacen “tragar sin masticar”. No les incita a pensar de una manera creativa, ni promueve la individualidad ni la iniciativa. El arte y en general la educación no formal, funciona como catalizador, como herramienta para el crecimiento personal y, posteriormente, como instrumento para el cambio social.

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