<p>Foto: Ana Palacios.<p>

Foto: Ana Palacios.

Cuando cambiar es un arte (II)

Hamza vive en Kibuli, un barrio periférico de Kampala, en Uganda, con su madre y sus hermanos.

El hedor en el gueto es insoportable. La canalización de aguas fecales es deficiente y hay residuos estancados por todas partes. Son seis hermanos y viven en espacio mínimo, una caja de zapatos de metal de unos nueve metros cuadrados, con su madre, que trabaja de sol a sol y llega exhausta solo para dormir en el hueco del suelo que sus hijos le reservan. Está llena de tapetes de ganchillo, que decoran paredes y muebles, convirtiendo este cuadrado de aluminio en un hogar.

Ella solo puede pagar el colegio a dos de sus hijos así que se van turnando para ir a la escuela. A sus quince años Hamza Pirimo podría estar esnifando queroseno, tan de moda en Central Kampala, junto a otros cientos de niños en sus mismas circunstancias. Pero él quiere terminar los deberes e ir a practicar la coreografía que aprendió ayer.

Muchos de los estudiantes inscritos en los programas artísticos de Soul Xpressions, ONG ugandesa que involucra a los jóvenes con el arte y el deporte para desarrollar su identidad, habilidades sociales y económicas, viven en la extrema pobreza y son víctimas directa o indirectamente del sida, huérfanos de la reciente guerra civil en el norte de Uganda, del abuso, del abandono y del alcoholismo. A pesar de los muchos obstáculos a los que se enfrentan estos chicos y chicas, aquí encuentran un refugio y la fuerza que les empuja a construir una vida mejor para sí mismos.

Para una formación completa hace falta algo más que habilidades numéricas o conocimiento del lenguaje. Nos lo recuerda el Artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño: “Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. Los Estados Partes respetarán y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural”. Resume que, para sobrevivir y desarrollar plenamente su potencial, los niños y las niñas necesitan una educación que enriquezca sus mentes. De igual modo, deben poder vivir libres de violencia y explotación, y disponer de tiempo y espacios para el juego.

“Me sentía muy perdido cuando mi padre murió”, cuenta Hamza mientras se quita sus viejas zapatillas para entrar en la sala de baile. “Mi madre no podía pagarnos el colegio y todo me daba igual. Ahora he encontrado esa fuerza, el baile es mi vida y lucho a diario para llegar a ser un gran bailarín. Me veo como alguien que genera cambios positivos en la comunidad, que anima y apoya a los compañeros para que cumplan sus sueños”.


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Al terminar mi trabajo como fotógrafa documental en Uganda, en 2014, la actividad más inmediata de Hamza iba a ser actuar en una boda. Su sueño formar parte del ballet nacional y hacer giras internacionales, representando a su país en los escenarios de los grandes teatros. Hoy, a 2 de julio de 2024, Hamza Pirimo es coreógrafo certificado por una escuela de danza en Noruega y profesor en la compañía de danza de Göttingen, en Alemania.

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