<p>Declaración institucional del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras cinco días de reflexión sobre su continuidad al frente del Ejecutivo. Fuente: Moncloa.<p>

Declaración institucional del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras cinco días de reflexión sobre su continuidad al frente del Ejecutivo. Fuente: Moncloa.

Qué es la desinformación

Tras los cinco días de reflexión del presidente del Gobierno, ha quedado claro que una de las principales conclusiones de su retiro ha sido luchar contra lo que considera uno de los peligros más importantes que acechan a nuestra democracia: la desinformación que se propaga desde “pseudomedios” -como literalmente ha expresado el presidente-.

Si nos atenemos a sus explicaciones, la gota que ha colmado el vaso han sido las informaciones publicadas sobre determinadas actividades profesionales de su mujer, Begoña Gómez, que podrían incurrir en un conflicto de intereses con la labor de su marido en la presidencia del Gobierno.

Pero combatir la desinformación no es un tema que haya surgido de repente para este Gobierno. Ya en su discurso de investidura pronunciado el 4 de enero de 2020, Pedro Sánchez propuso como medida de regeneración democrática una “estrategia nacional contra la desinformación”.

Era la primera vez que este concepto aparecía en un discurso tan importante como el de investidura y podía tener su razón de ser porque todavía estaban recientes en el mundo la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses de 2016 o, aquel mismo año, el triunfo del Brexit en Reino Unido. En ambos casos, según todos los analistas, las campañas de desinformación difundidas a través de las redes sociales contribuyeron a modificar la opinión pública en esos países hacia el lado que casi todos daban como perdedor antes de los comicios norteamericanos o del referéndum británico.

No creo que haya nadie que esté en contra de la erradicación de la desinformación por lo perniciosa que es para la sociedad. Pero para luchar contra ella lo primero es saber qué es desinformación y cómo funciona. El año pasado el Departamento de Seguridad Nacional de Presidencia del Gobierno elaboró un muy trabajado documento titulado Foro contra las Campañas de Desinformación en el ámbito de la Seguridad Nacional que merece la pena conocer. En sus conclusiones, los expertos recuerdan la definición consensuada en Europa sobre la desinformación: “La desinformación, tal y como se define canónicamente por la Comisión Europea, es ‘información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población y que puede causar un perjuicio público’.

Acto seguido, los autores matizan que “de acuerdo con esa definición, la desinformación como fenómeno se deslinda de la mera información errónea, fruto del desconocimiento o de la falta de diligencia en la procura de la veracidad”, porque consideran que la desinformación tiene que responder a “una clara intencionalidad de dolo o engaño por parte de sus responsables”. Por ejemplo, una información que se publica sin estar suficientemente contrastada y es errónea es una clara negligencia profesional, pero no tiene por qué ser técnicamente una desinformación.

Evidentemente que hay que actuar con el Código Penal por delante contra los medios y páginas webs que difaman o calumnian, pero eso no justifica las veladas amenazas al hacer de la prensa y de los periodistas de los últimos días.

Y, además, del ‘propósito’ de la desinformación, el informe distingue también sobre la forma de difundirla. “Cabría establecer su diferencia con la mera difusión, singular o reiterada, de noticias falsas”, al requerir la desinformación de “una dimensión estratégica, sistemática, que responde al objetivo comercial y/o ideológico de imponer un relato ‘alternativo’ al que se deriva de los propios hechos o, al menos, de generar la suficiente confusión como para sembrar la duda y la desconfianza hacia esos hechos”.  En resumen: desinformación es una información dolosamente falsa que se transmite estratégica y sistemáticamente para engañar.

La dimensión “estratégica y sistemática” la explica The Economist en una serie de reportajes que acaba de publicar sobre la desinformación y la forma de combatirla. La revista recuerda que, durante muchos años, la forma estándar de esparcir noticias falsas, era “utilizar cientos o miles de cuentas de redes sociales, controladas por una sola pieza de software, para difundir el mismo mensaje o enlace, dar ‘me gusta’ o compartir publicaciones particulares. A gran escala, este “comportamiento no auténtico coordinado” puede engañar a los algoritmos en una red social como Facebook o X haciéndoles creer que hay una oleada de interés o apoyo a un punto de vista particular”.


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La cosa ha cambiado y, desde hace un par de años las campañas de desinformación son distintas. “Dirigidas por entidades como empresas de márquetin o granjas de trolls, publican en una variedad de redes sociales y plataformas de blogs y crean sitios web falsos completos. Estos sitios presentan en su mayoría artículos inocuos, generados por inteligencia artificial, pero con desinformación mezclada. En lugar de utilizar cientos de cuentas falsas para promocionar material falso, ahora la distribución se basa en cuentas de redes sociales, llamadas ‘difusores’, con un gran número de seguidores”. Las cuentas de difusión consiguen seguidores publicando sobre temas como fútbol y otros deportes, vídeos de situaciones divertidas o trágicas o presentando mujeres con poca ropa. Y poco a poco van mezclando esos contenidos con noticias falsas sobre temas empresariales o políticos.

Entiendo que este concepto de desinformación del que hablan los expertos no tiene demasiado que ver con el que está usando estos días el presidente del Gobierno. Y es curioso que Pedro Sánchez nunca mencione las grandes plataformas por las que realmente se difunden las noticias falsas y se refiera más a medios -o ’pseudomedios’- que diseminan falsedades. Evidentemente que hay que actuar con el Código Penal por delante contra los medios y páginas webs que difaman o calumnian, como se ha hecho siempre por quien se ha considerado agredido por la prensa, pero eso no justifica las veladas amenazas al hacer de la prensa y de los periodistas de los últimos días.

Es ahora cuando Sánchez y la propaganda oficial intentan sembrar la duda en la opinión pública sobre la labor de la prensa, intentando pasar como desinformación lo que es información crítica sobre el Gobierno y su trabajo.

Vuelvo al principio. Lo único que ha cambiado en el panorama informativo español en las últimas semanas ha sido la aparición de las actividades de Begoña Gómez en las noticias. Antes de ello existían las mismas webs que ahora, y los mismos medios.

Sin embargo, Sánchez y la propaganda oficial es ahora cuando intentan sembrar la duda en la opinión pública sobre la labor de la prensa, intentando pasar como desinformación lo que es información crítica sobre el Gobierno y su trabajo. ¿De quién nos podremos fiar si la prensa solo publica bulos u noticias engañosas? María Rey, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, lo ha expresado con otras palabras: “Para acabar con la libertad de expresión basta con convencer a la sociedad de que la prensa es sospechosa”.

Conseguir una prensa libre y fuerte debe ser una aspiración de la sociedad y los propios medios son los primeros interesados en conseguirlo. Por eso hacen falta iniciativas que impulsen su verdadera misión de defensa de la democracia ante posibles imposiciones de los gobiernos. El Observatorio de Medios, promovido por las fundaciones Haz y Ethosfera, que promueve la cultura de la gobernanza y la transparencia es una de ellas, porque cuanto más transparentes sean los medios ante la sociedad, menos sospechas recaerán sobre ellos.

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