<p>Foto: Ana Palacios.<p>

Foto: Ana Palacios.

La pobreza no es sexy para los medios

La trata de personas es el tercer negocio ilegal más lucrativo en el mundo después del narcotráfico y la venta de armas y él, Wilfred, es un superviviente.

Como los medios nos hablan poco de esta lacra, para afinar en su definición hemos recurrido -y resumido- al propio texto del Protocolo de Palermo, adoptado por las Naciones Unidas en el año 2000, y que, a día de hoy, ya han ratificado 176 países: “Por ‘trata de personas’ se entiende la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad, o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación”.

Las mujeres y los menores suelen ser los grandes protagonistas de la trata. Como Wilfred, al que la policía encontró solo en las calles de Cotonú, vendiendo bolsitas de agua, y como nadie le reclamaba, lo llevaron al Centro de la Alegría Infantil de Mensajeros de la Paz que acoge a niños víctimas de trata, abandono y brujería. Han salido de excursión a la playa y es la primera vez que Wilfred ve el mar. Ningún periódico hablará de él.

Los niños y las niñas son más fácilmente manipulables. Comen menos, ocupan menos y tienen más energía. Estos son los escalofriantes argumentos que los convierten en objetos del deseo de los traficantes. Este puede ser simplemente un familiar, que no ve que esté mal “eso de vender al niño”, porque no tienen conocimiento muchas veces de que los menores tienen derechos, los entienden como objetos que hay que rentabilizar, que están a su servicio y como mano de obra barata y silenciosa.

El número de niños víctimas de esclavitud infantil se estima en 186 millones en todo el mundo. En realidad, nadie lo sabe. Es difícil de precisar debido a la invisibilidad del problema. Lógicamente no hay un registro como tal, sino unos cálculos basados en estadísticas.

A estos menores a los que se les aliena de sus derechos fundamentales. No tienen acceso a la salud, ni a la educación, ni al descanso, ni a crecer en familia ni, por supuesto, al juego. Pero usted, seguramente, esto no lo sabía. Eso es porque la pobreza no ocupa nunca las primeras páginas de los periódicos ni abre los telediarios.


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La pobreza no es un asunto atractivo para los medios. Estas noticias no generan interés, por más escalofriantes que sean sus cifras, no generan “clics” ni minutos de lectura. Usted no las va a leer ni a escuchar, porque no son económicamente rentables para los empresarios de la comunicación. Porque, en este flamante primer mundo, también adolecemos de otras formas de esclavitud y no parece que el secuestro del derecho a la información por los accionistas vaya a resolverse a corto plazo.

Como optimista, o pesimista mal informada que diría Benedetti, creo que, a pesar de la democratización de la fotografía, de la dictadura de la inmediatez y del golpe de estado de las redes sociales en el mundo del periodismo, los reportajes de investigación de largo recorrido realizados en profundidad siempre tendrán cabida en los canales de comunicación de calidad. Celebremos y abracemos estos espacios.

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