<p>Foto: Ana Palacios.<p>

Foto: Ana Palacios.

Esos zapatos que no son nuestros

Incertidumbre, aburrimiento, desconcierto… y un oficial gestionando el papeleo para hacerlo legal. Así es la escena minutos antes de la devolución de estos tres niños esclavizados a sus familias.
14 noviembre 2023

Lavande, Marron y Creme (nombres ficticios para proteger su identidad, elegidos por ellos mismos) esperan en la antesala del jefe del pueblo de Sedje Denou, en Benín, mientras el personal de la ONG Mensajeros de la Paz, tras un tiempo en su centro de acogida, formaliza los trámites para la reintegración de los menores en sus hogares.

Los tres fueron vendidos para trabajar en Nigeria.

Ella, Lavande, ha estado dos años trabajando como interna en una familia. Su tío la llevó hace años a Nigeria donde la vendió a una patrona que la tuvo haciendo las labores del hogar. Su vida, con ocho años, consistía en levantarse de madrugada, barrer, lavar platos, limpiar la casa, lavar el coche… y recibir palizas si no cumplía con su deber. Un día, Lavande fue con su patrona al mercado, como de costumbre, pero se perdió. Tuvo miedo de escaparse y esperó hasta la noche, pero nadie volvió a buscarla. La policía la encontró, la repatriaron a Benín y la trajeron al Centro de la Alegría Infantil de Mensajeros de la Paz en Cotonú. Hoy ha dejado el Centro y será reintegrada en su familia.

Marron, a los ocho años, fue llevado a Nigeria por una vecina con la promesa de que allí tendría una vida mejor. Fue vendido a la propietaria de una tienda de ultramarinos. Le dieron un golpe en la cabeza con una barra de metal que casi lo mata y eso le impulsó a escaparse. Tras, vivir en la calle un tiempo y ser acogido por el Centro de la Alegría Infantil, encontraron a su familia y hoy se vuelven a reencontrar.

Los menores, cuando son rescatados de la calle, pasan un tiempo (semanas, meses, años a veces) en el Centro de la Alegría Infantil de Cotonú. Allí, además de acogerles y ofrecerles lo más parecido a un hogar, se les atiende y se les procura atención médica, psicológica y jurídica, si fuera necesaria.

El objetivo final es que puedan volver a vivir con sus familias, a pesar de que muchas veces son las propias familias las que les han vendido por unas monedas o para quitarse una boca que alimentar. Es “derecho fundamental del niño y de la niña” crecer en un entorno familiar. Así reza la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, un tratado internacional de derechos humanos que hoy ya han ratificado 196 naciones. En él se exige que el niño y la niña, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia.


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Las ONG intentan localizar a sus familias, aunque no siempre es posible, y se comienza un proceso de conciliación familiar, para que comprendan que no deben vender a sus hijos, algo muy naturalizado en estos países donde la pobreza es el arrollador motivo para las vulneraciones de tantos derechos humanos. Se les explica que deben hacerse cargo de ellos, que no son de su propiedad, ni son utensilios de trabajo y que son sujetos de derechos.

Esta información que le puede parecer tan obvia a quien ahora lee este artículo, es de lo más extravagante para muchas comunidades con economía de subsistencia que, con frecuencia, no tienen luz, ni techo, ni un medicamento, ni acceso al agua potable, ni -seguramente- un poco de mandioca que llevarse a la boca en todo el día. La sombra de la pobreza es muy alargada, cuidémonos de los juicios precipitados desde nuestro sillón y probémonos esos zapatos… si podemos.

(Capítulo cuatro de cinco sobre la esclavitud infantil).

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