<p>Foto: Ana Palacios.<p>

Foto: Ana Palacios.

Blessing, la gota en el mar

Blessing, una niña de 15 años, huérfana, prepara pasta de mandioca para su patrona. Vive en una modesta casa de Lomé (Togo) como interna desde que un familiar lejano la trajo de su pueblo hace varios años. Está a su servicio a cambio de comida y un suelo donde dormir.
19 septiembre 2023

Cuando termine las labores en la cocina, limpieza de la casa, compras, recados y atención a los familiares de su patrona, le permitirán disponer de dos horas libres algunos días para que vaya a aprender a leer y escribir. Acudirá, con otras niñas y niños que también viven solo para trabajar, a Kekeli , un centro de protección al menor, gestionado por las Hermanas Vedruna, que tiene programas de alfabetización para estos menores que son víctimas de alguna forma de esclavitud.

La Convención de Palermo define la trata de personas (ojo, muy distinto a tráfico de personas) como una forma de esclavitud moderna que abarca un espectro de abusos mucho más amplio que el que nos encorseta el estereotipo como ya apuntamos en el primero de esta serie de artículos (niños en minas, niñas en burdeles, etc.), y recorre vulneraciones diversas en las que hay un sometimiento.

Blessing es el rostro de la servidumbre. Una de esas vulneraciones, un eufemismo velado de trabajo infantil, que oprime a millones de niñas en su misma situación. Una de esas prácticas extendidas, naturalizadas y muy arraigadas en muchos países en vías de desarrollo.

Interna en esta casa, trabaja todos los días para tener techo y comida, no va al colegio y está lejos de su familia. Solo en esta frase se revela la privación de muchos de sus derechos fundamentales, desde una alimentación digna, a la educación, al amor de los padres o a la protección contra cualquier forma de explotación.

Las responsables de Kekeli tienen relación con las patronas, a menudo propietarias de algún puesto en el mercado de Hanoukopé -a pocos metros del centro- que tienen a menores trabajando para ellas. Les ofrecen clases en el propio mercado para mejorar la rentabilidad de sus negocios y les piden que permitan a las niñas y los niños asistir algunas horas a Kekeli, el centro que hace las veces de escuela, con la última intención de empoderar a los menores para que, con el tiempo, puedan liberarse de esta explotación a través de la educación.

A veces son solo dos o tres niñas o niños los que asisten a esa escuela improvisada… Es una gota en el mar, pero ya nos lo decía la Madre Teresa, que el mar sería menos si le faltara esa gota.

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