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Foto: Ana Palacios.
Noir, el niño ‘brujo’
Profundicé en este concepto para mi proyecto documental Niños esclavos. La puerta de atrás y aprendí que cualquier forma de sometimiento de una persona sobre otra es una forma de esclavitud. ¿Y quién es más fácil de someter, convencer, vulnerar y manipular? Un menor y si es niña más fácil todavía. Por eso se cuentan a millones.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que más de 160 millones de niños y niñas realizan trabajos forzados o tareas inadecuadas para su edad, que ponen en peligro su integridad física o emocional y les apartan de la escuela.
La historia de Noir, un niño de once años al que conocí en Togo, me enseñó que la ignorancia unida a unas tradiciones cargadas de supersticiones son ingredientes suficientes para esclavizar a un menor.
Noir (nombre ficticio para proteger su identidad) fue acusado de brujería solo porque hubo muertes en su poblado que no sabían explicar. Alguien decidió que era porque Noir estaba poseído. Fue llevado a un brujo que le practicó un exorcismo. Tras el ritual, le ataban a diario y le pegaban para expulsar los malos espíritus de su cuerpo y le alimentaban con sangre de animal una vez al día.
En una de esas palizas, el niño quedó inconsciente y una vecina denunció la situación a la policía. El brujo fue juzgado y encarcelado durante dos semanas por malas prácticas y Noir fue trasladado a un centro de acogida de Misiones Salesianas para su protección.
Conocer a Noir y su dramático pasado reforzó mi premisa de que la educación es la gran aliada para desmantelar estas creencias sin fundamento y hacer valer los derechos fundamentales de los niños y niñas. Sin una transformación desde dentro de las comunidades no habrá cambios en estas conductas, por muchas leyes que se dicten, terminaran en papel mojado, porque los usos y costumbres se abren camino entre leyes asépticas escritas en despachos con buen aire acondicionado.