COP27: un 'dejà vu' que no por previsible es menos doloroso

COP27: un 'dejà vu' que no por previsible es menos doloroso

Una vez más, ya casi como una cita ineludible en el calendario, volvemos a quedarnos con el regusto amargo que sigue a todas las Conferencias de las Partes, con esa sensación de que nos quedamos cortos en los resultados mientras el reloj nos indica que queda menos tiempo para actuar.

De la COP de Sharm El-Sheij de estos pasados días hemos salido con un acuerdo de mínimos tras bordear el precipicio de un fracaso todavía más profundo. Lo más destacable de ese acuerdo ha sido el establecimiento de un fondo para proporcionar financiación por “pérdidas y daños” a los países vulnerables afectados por las catástrofes climáticas.

El vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea señalaba que el Plan de Implementación aprobado en la COP27 incluye peticiones que ya se habían hecho en la COP26 como las de reducir progresivamente la generación de energía a partir del carbón o abandonar gradualmente los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles.

También recalcaba que, desde la COP de Glasgow del año pasado, se ha perdido fuerza y tiempo, justo en el momento en que se deberían estar haciendo compromisos y tomando acciones más ambiciosas.

De qué manera debió de ir la negociación, que en el último día del evento los representantes europeos amenazaron con levantarse de la mesa sin firmar un acuerdo porque se veía peligrar el objetivo de mantener el 1,5oC de incremento de temperaturas como referente para la lucha climática global.

Más allá de desgranar los acuerdos o desacuerdos acontecidos en la COP27, merecedores de un artículo más técnico y completo, no está de más hacer un zoom out y visualizar de manera breve y genérica el estado de la situación no sólo de las COP sino referente a otros llamémosles jugadores en este partido, como son los activistas contra el cambio climático o la propia sociedad.

¿Son las COP un mero escaparate para quedar bien?

Tras diversos años en los que se va cumpliendo el dejà vu que señalaba en el título de este artículo, cabe preguntarse si en algún momento, quizá cuando ya sea tarde y dé igual, se llegará a acuerdos realmente ambiciosos y que contemplen acciones reales y significativas.


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Leo en diversos lugares y también oigo de boca de personas que han estado en las COP que la sensación a la que se llega en las últimas ediciones es la de que, en lugar de un sitio en el que se toman decisiones transcendentales, cada vez más parece una feria de muestras como cualquier otra en la que existen demasiados eventos alternativos que la rodean, muchos lobbies jugando sus cartas y, en definitiva, poca ‘chicha’ de la que realmente importa.

El propio evento se convierte en un inmenso generador de CO2 gracias a la gran cantidad de vuelos que los asistentes deben tomar desde lugares de todo el mundo para llegar allí.

Hoteles llenos con los séquitos de empresarios y políticos llamados a la cita anual, a la función de teatro con diferente título, pero con final ya conocido por todos de antemano.

Las fotos delante de carteles donde reza “COP x” y donde la x es el número de la edición de turno, son un trofeo más, una muesca más en el revólver o una acción más de relaciones públicas de los políticos asistentes que, lastimosamente, no llegan a acuerdos ambiciosos o que no se quedan en papel mojado, a veces incluso antes de despegar de vuelta hacia sus países de origen.

Y la próxima COP, nada más y nada menos que en Dubái, en la que auguro un gigantesco recorte de la producción de petróleo y el establecimiento de otros grandiosos compromisos climáticos. Todo ello, comentado con ironía, claro está.

La COP, cada vez más, parece una feria de muestras en la que existen demasiados eventos alternativos que la rodean, muchos 'lobbies' jugando sus cartas y poca ‘chicha’ de la que realmente importa.

Y el activismo juega a tirar pintura y cortar autopistas

Coincidiendo con la celebración de esta última COP, hemos sido testigos de multitud de acciones de activistas contra el negocio del petróleo y el cambio climático que se pueden enmarcar entre la más completa inutilidad y la generación de aversión por parte del resto de la sociedad.

Entre esas acciones están el lanzar sopa a obras de arte o pintura a fachadas de bancos, pegarse a los marcos de los cuadros con pegamento, tirar aceite encima de vehículos de lujo, o cortar autopistas.

El objetivo de estas acciones se supone que es que el espectador medio, que no se preocupa mucho o nada por el cambio climático, sienta curiosidad por las proclamas que se hacen en esas acciones vandálicas, se interese por ello y tome parte proactiva en la protesta y en la exigencia de un cambio en la actual situación, y también cambie sus propias acciones cotidianas.

Pero no se pueden abordar problemas relevantes como el cambio climático mediante acciones banales que nada tienen que ver con lo reivindicado.

De muy poco o nada sirve perpetrar actuaciones que se parecen más a los típicos y absurdos retos de Instagram o TikTok que a una reivindicación con fundamento.

Atentados contra obras de arte de unos autores que no estaban vivos cuando se inició el cambio climático provocado por el ser humano y que por tanto nada tienen que ver con este. Obras que, por tanto, nada reproducen en ellas vinculado a nuestra situación climática actual.

Cortes de carreteras, que han causado hasta heridos en accidentes, realizados por activistas a los que se ha investigado en redes sociales y que no tenían una vida muy acorde con lo que reivindicaban, realizando viajes a lugares muy lejanos o utilizando en su día a día vehículos de combustión.

En definitiva, acciones todas ellas que parecen más diseñadas a poner en contra a la sociedad que no a favor de la causa.

Incluso se ha llegado a rumorear la posibilidad de que estos activistas y acciones estén promocionados por aquellos lobbies que no quieren que la situación cambie, para provocar antipatías en gran parte del público y así conseguir la reacción contraria a la supuestamente esperada por la acción llevada a cabo.

Atentados contra obras de arte de unos autores que no estaban vivos cuando se inició el cambio climático y que nada tienen que ver con este… Acciones que se pueden enmarcar entre la más completa inutilidad y la generación de aversión en la sociedad.

Y, por último, la sociedad a verlas venir

El resto de los ciudadanos, los más comunes mortales, actúan como espectadores de la función de teatro de unos y otros, sin saber muy bien qué hacer o qué pensar, o tomando la vía de en medio, que no deja de ser la de seguir haciendo lo que se hacía hasta ahora, sin darle muchas vueltas al tema hasta que no se vea una salida clara y esta sea, además, factible para ellos.

Una sociedad que acaba de salir de una pandemia, afectada de manera directa o indirecta por la guerra en Ucrania y una inflación galopante, agarrotada en parte a la espera de la tan cacareada gran crisis que espera agazapada al mundo para el año que viene.

Ciudadanos que, en el fondo, bastante tienen con pagar sus recibos y seguir viviendo como para preocuparse de mucho más. Personas que, eso sí y como ya hemos comentado en ocasiones, contestan encuestas en las que se postulan como consumidores responsables y comprometidos con todo lo sostenible.

Una sociedad de la que, en vista de lo que no hacen los políticos, debería surgir y materializarse la idea de cambio respecto a lo que ahora tenemos, pero que está por un lado demasiado ocupada en su día a día y problemas actuales, y por otro está pensando que el problema climático, si es que existe, se lo comerán los que vengan detrás, por lo que despotricar en las redes sociales se ve ya como algo suficiente.

En definitiva, entre los políticos que no se comprometen, los lobbies que defienden sus propios intereses, el activismo radical enfocado en acciones que no van a ninguna parte, y los activistas de salón (véase #Jesuis… activistadesofá), estamos “apañaos”.

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