Hacer negocios con los pobres no es pecado

Hacer negocios con los pobres no es pecado

28 junio 2007

No disponer de acceso al préstamo es uno de los lastres más pesados que impiden a los pobres mejorar sus condiciones de vida. A millones de personas de las zonas más deprimidas del mundo nadie les presta para ampliar sus negocios, mejorar sus viviendas, o comprar semillas para su cosecha. El microcrédito simplemente ha buscado la forma de solucionar el problema.

Durante su campaña electoral para la presidencia de la república de México, el actual Presidente Felipe Calderón aparecía en mensajes publicitarios en televisión, visitando a empresarios humildes, a los que prometía ayudar con pequeños préstamos para hacer crecer sus negocios, y crear empleo. Calderón utilizó sólamente cuatro argumentos para ganar su confianza en el electorado que se repetían una y otra vez en la campaña electoral, y uno de ellos era el de los microcréditos.

Pocos meses después, en octubre del año pasado, la Academia Sueca anunciaba la concesión del premio Nóbel de la paz a uno de los impulsores del microcrédito, el banquero de Bangladesh Mohammed Yunnus.

En apenas tres décadas, este método para ayudar a los más necesitados a salir de la pobreza ha alcanzado su madurez, y se ha ganado el reconocimiento internacional.

Para un país tan grande y con tantos problemas como México, el hecho de que el microcrédito fuera elevado a una de las cuatro soluciones propuestas por un presidente dice mucho de la confianza que en todo el mundo se está otorgando al microcrédito en particular y a las microfinanzas en general. Analicemos los motivos:

CÓMO FUNCIONA. El microcrédito es básicamente un préstamo de una pequeña cantidad de dinero que se otorga a una persona de escasos ingresos que no tiene garantías para acudir a un banco comercial.

No disponer de acceso al préstamo es uno de los lastres más pesados que impiden a los pobres mejorar sus condiciones de vida. El idioma español es muy rico en palabras que hacen referencia a esta situación. Cuando una persona no goza de confianza de nadie, decimos que está «desacreditada», o cuando un político miente, se comenta que nadie «da crédito» a lo que dice.

Siguiendo el término de forma literal, a millones de personas de las zonas más deprimidas del mundo nadie les presta para ampliar sus negocios, mejorar las condiciones de sus viviendas, adquirir un equipo de transporte, o comprar las semillas para su cosecha, son pobres que están desacreditados.

El microcrédito simplemente ha buscado la forma de solucionar el problema usando métodos originales de garantizar el dinero que se presta.

Unas veces se hace de forma solidaria, de modo que el crédito se toma por un grupo de personas que se garantizan las unas a las otras en caso de impago de uno de ellos. Otras veces se hace tomando a un familiar, un amigo, o un vecino como garante solidario del préstamo. Y otras veces se hace reconociendo como garantía alguna de las pequeñas propiedades que pueda tener el tomador del crédito; una vaca, una nevera, un televisor. De este modo se elimina el obstáculo principal para comenzar a prestar a los pobres.

Y al aplicar estás técnicas, los que comenzaron a hacerlo hace veinte o treinta años, comprobaron para su sorpresa que los pobres son honestos, que pagan bien con tasas de recuperación del préstamo iguales o mejores a las de los bancos comerciales, y por tanto son sujetos «dignos de todo crédito».

CALCULANDO EL INTERÉS. Prestar dinero debe ser una actividad sostenible, debe generar beneficios para crecer, y poder seguir asistiendo a cada vez más personas de escasos recursos. Por este motivo debe aplicarse una tasa de interés a este capital.

El valor de esta tasa debe calcularse tomando en cuenta una serie de factores como los costes administrativos, la inflación, la devaluación de la moneda, o las reservas monetarias que haya que hacer de acuerdo al riesgo de impago.

Los costes administrativos de una entidad de microcrédito son mucho más altos que en un banco comercial por una razón muy simple; la cantidad de préstamos que maneja es muy superior. Si con un millón de euros un banco comercial otorga 100 préstamos, con esa misma cantidad una entidad microfinanciera podría otorgar 1.000 préstamos, es decir 10 veces más, lo que significa multiplicar por diez el personal, el papeleo, los costes legales, y el espacio físico para archivos.

Afortunadamente, las entidades de microfinanzas han desarrollado sistemas muy eficientes de administración, reduciendo mucho esa brecha, pero los costes administrativos siguen siendo elevados.

La inflación es el aumento en el valor de los bienes y servicios en un mercado determinado, y a medida que éste aumenta, disminuye el poder adquisitivo del dinero.

Es por ello que nuestro millón de dólares, cada año valdrá menos, disminuirá exactamente lo que aumentará la inflación.

Por eso, si queremos seguir prestando en el futuro, debemos añadir el coste de la inflación a nuestra tasa de interés.

Otro de los factores que se toman en cuenta a la hora de calcular la tasa de interés es la devaluación de la moneda local con respecto a las divisas internacionales más comunes, el dólar norteamericano o el euro. Muchas entidades de microfi- nanzas toman préstamos internacionales en divisas para financiar sus carteras de crédito, lo que hace que la devaluación sea un factor a tener en cuenta.

Por último mencionaremos el riesgo, como el último de los factores que determinan la tasa de interés (hay otros pero no son tan importantes). Normalmente este riesgo se calcula aplicando los valores históricos de mora (atraso en el pago de cuotas) y de impago (no devolución del capital prestado). Lo más común es aplicar el porcentaje de impago a la tasa de interés, pues de este modo se cubre el riesgo de los que no pagan. Este dinero se guarda en una reserva de capital, algo que suele ser una exigencia legal en la mayoría de los países del mundo.

La suma de todos estos y otros factores determina la tasa de interés, y lamentablemente suele ser alta. No es raro encontrar tasas de interés anuales del 30%, 35% y hasta 45% en carteras de crédito, lo cual genera mucha confusión, pues muchos consideran que prestar a los pobres a esta coste no es ético, sobre todo teniendo en cuenta las tasas vigentes en el primer mundo.

Pero es que las tasas que disfrutamos, sí, sí, que disfrutamos en el primer mundo, son consecuencia de nuestra baja inflación, de nuestra nula devaluación (operamos directamente con divisas), del bajo coste administrativo de nuestros bancos con grandes inversiones en tecnología, y del bajísimo riesgo de impago que hay en nuestras sociedades.

Una tasa del 35% para un microempresario en un barrio pobre de un suburbio latinoamericano puede ser la correcta, y además es similar a la que aplican los bancos comerciales de ese país a los clientes más ricos que sí tienen garantías.

Aplicar una más baja por motivos éticos es engañarse a uno mismo, pues con el tiempo la cartera se iría reduciendo hasta desaparecer o hacer quebrar la entidad, como ha sucedido cientos de veces con casos muy conocidos.

Cuando decimos que el microcrédito es una gran herramienta en la lucha contra la pobreza no es por las tasas que aplica, sino por la oportunidad que le da a la persona para tomar el préstamo. Si no existiera esta posibilidad, y frente a las puertas cerradas de los bancos comerciales, nuestro microempresario se vería obligado a tomar créditos a los usureros del barrio, a tasas del 20% mensual (240% anual).

UNA MENTALIDAD EMPRESARIAL. Como en la mayoría de los sectores económicos de nueva creación, convertir el microcrédito en una operación eficaz y rentable ha sido un trabajo duro, plagado de errores y de experimentos fallidos. Desde la perspectiva del tiempo, podemos concluir que el denominador común de las iniciativas de microcrédito que salieron mal, fue la de incurrir en algún tipo de paternalismo.

El error más común que ya hemos mencionado es el de subsidiar la tasa de interés. Otro es el de aplicar amnistías de pago en caso de imprevistos (una mala cosecha, por ejemplo) sin tener un respaldo en forma de seguro o fondos de garantía. Esto no sólo descapitaliza la entidad, sino que causa un ejemplo pernicioso en cadena, que hace que otros clientes también se nieguen a pagar. Otro error que se repite con frecuencia es el de la intervención de los gobiernos locales en el sector de las microfinanzas.

La mayoría de las veces, las intenciones de los gobiernos son buenas; ampliar la base de beneficiarios o inyectar capital al sector informal de la economía. Pero la aplicación de estas políticas suele ser desastrosa, pues la alta corrupción hace que los préstamos se utilicen para ayudar a amigos o relacionados a tasas preferenciales, o para pagar favores políticos, y además los esfuerzos para recuperar las cuotas en mora o el dinero impagado son nulas, pues ningún político está dispuesto a asumir el coste en votos que significa instalar un sistema para cobrar dinero a los pobres de su país.

Para que el microcrédito funcione, debemos descartar de nuestras mentes toda relación proteccionista y benéfica. Debe ser aplicado con una mentalidad de negocio y medir sus resultados igual que se mide en cualquier empresa con ánimo de lucro, buscando unos resultados positivos al final del año.

Otra cosa será lo que hagamos con estas utilidades, si las decidimos invertir de nuevo en la cartera o en mejora de las condiciones de la entidad (en el caso de una entidad no lucrativa) o decidamos repartir dividendos entre los accionistas (en el caso de entidades financieras con ánimo de lucro). Trabajar como empresas no impide que nuestra labor contribuya al desarrollo de un país o de un sector, pues seguiremos trabajando con los pobres.

Insisto, hacer negocios con los pobres no es pecado. Es quizá la mejor forma de ayudarles a salir de la pobreza en una relación en la que todo el mundo gana, es sostenible, y puede crecer con el tiempo.

Debemos abandonar el término benefi- ciarios, que implica una labor benéfica en la que un rico se compadece y decide ayudar a un pobre, dejando a esta persona en una situación inferior. Debemos hablar de clientes, que es lo que son. Y debemos tratarlos como reyes dándoles el mejor de los servicios, pues así es como debe tratar cualquier tipo de empresa a sus clientes cuando quieren tener éxito.

A un cliente se le escucha, se le ayuda, se le cumple con lo prometido, y se le da la oportunidad de protestar si el servicio no es bueno. A un beneficiario se le ofrece una ayuda, tiene que conformarse con ello pues está en inferioridad, además debe dar las gracias.

Ser empresa significa además, atender al comportamiento del mercado, vigilar las acciones de la competencia, investigar constantemente la conducta de los suplidores (fuentes de capital), desarrollar e investigar nuevos productos, y estar al día de las mejores prácticas del sector, en un mercado global. Si al final del día (o del año) hemos conseguido crear un negocio rentable, y además estamos contribuyendo a una labor social, la satisfacción será doble.

LOS AGENTES MICROFINANCIEROS EN EL MUNDO. Esta aproximación empresarial a las microfinanzas ya ha sido aplicada por multitud de actores en todo el mundo.

Esta es la razón principal de la gran variedad de entidades que se dedican a ofrecer servicios financieros a los pobres.

Las primeras en hacerlo fueron las organizaciones no lucrativas (fundaciones, ONGs, iglesias, etc) y a ellas se les debe el crédito (una vez más el término) de haber inventado esta herramienta.

Muchas de estas entidades crecieron de tal modo que sus gobiernos les obligaron a regular sus operaciones, o actuar dentro del marco legal vigente en cada país para actividades financieras de todo tipo. Al regularse se convirtieron en entidades anónimas que se abrieron a inversionistas privados. Hoy por hoy son «bancos para pobres».

Con el éxito financiero de estas entidades y la gran cantidad de clientes disponibles, muchos bancos comerciales se han comenzado a interesar en los últimos años por este nuevo «nicho de mercado». Han comenzado a desarrollar productos financieros más pequeños, han creado entidades especializadas nuevas, o se han aliado con ONGs con décadas de experiencia.

También las entidades públicas han incursionado en esta labor. Existen agencias gubernamentales que prestan dinero a los pobres directamente, o a través de otros en un abanico de organismos de todo tipo, desde cajas municipales asociadas a ayuntamientos, hasta bancos públicos especializados, como entidades de financiamiento agrícola o hipotecario.

Igualmente tenemos todo tipo de entidades inversionistas, desde bancos denominados de segundo piso, que prestan a las entidades microfinancieras para que ellas puedan prestar a sus clientes, hasta fondos de inversión generales o especializados, que localizan e invierten en aquellas entidades de microfinanzas con mejor desempeño y rentabilidad.

Finalmente están los grandes organismos multilaterales como el Banco Mundial, el Banco Europeo de Inversiones, o el Banco Interamericano de Desarrollo, que se dedican a prestar dinero, a diseñar políticas, o a otorgar ayudas económicas no reembolsables para mejorar el desempeño del sector de las microfinanzas a nivel regional.

Esta diversidad demuestra que el sector de las microfinanzas está alcanzando su madurez, ya que se han ido creando todo tipo de organismos y organizaciones que contribuyen a su desarrollo y crecimiento. Y lo que es mejor, se han comenzado a estandarizar los indicadores que miden el desempeño de estas entidades, lo que permite comparar unas de otras con el mismo criterio e identificar las que lo hacen mejor.

ESPACIO PARA LA INNOVACION. Sin embargo, las microfinanzas están lejos de ser una actividad consolidada y accesible para todos.

Es una herramienta que se ha aplicado con éxito en todo tipo de sociedades, en oriente y occidente, en el primer mundo y en el tercero, en países musulmanes, cristianos, budistas o animistas. Cada sociedad adapta las microfinanzas a sus condiciones sociales, económicas y culturales. Disponemos de una gran riqueza de enfoques para dar solución al problema de la ausencia de capital para los pobres.

La globalización ha permitido desarrollar herramientas de levantamiento de datos a nivel internacional comparando indicadores de desempeño por todo el planeta, que lo mismo miden una entidad gigante asiática con millones de clientes, que una pequeña cooperativa africana.

La fama del microcrédito ha contribuido a convertirlo en la herramienta de moda para combatir la pobreza, como vimos al principio con los ejemplos del profesor Mohammed Yunus y del presidente Felipe Calderón.

Reunión de un banco comunal en Les Cayes (Sud-Ouest), Haití

En una de las comunidades más pobres y aisladas de Haití, en el Sur oeste del país, un grupo de mujeres acuden a la reunión semanal del banco comunal que han formado con la ayuda de la ONG especializada en Microfi- nanzas, Finca Haití.

Son 25 mujeres muy pobres, que en su mayoría se dedican al comercio de mercancías de primera necesidad o de consumo básico en mercados informales.

Venden ropa usada, pasta de dientes, peines y cepillos, cosméticos, perfumes baratos, o refrescos. Se han organizado en un banco comunal solidario, que les presta dinero para comprar mercancía. Ellas son propietarias de su propio banco y deben depositar en ahorro al menos un 10% de lo que toman prestado. La suma de los 10% de cada miembro del banco sirve de garantía para que Finca les otorgue dinero para capitalizar su banco.

Los intereses son altos, alrededor de 40% anual, pero ellas no lo ven así, pues las cuotas de pagan cada semana, y son cantidades pequeñas que ellas pueden conseguir fácilmente con la operación normal de sus negocios, ya que manejan mucho efectivo. En esta reunión se realizan los pagos de cada miembro, y la tesorera apunta en una lista lo que aporta cada una. Muchas pagan varias cuotas de una vez para no deber a nadie. Si una no paga el resto responde por ella, pero ejercen una presión enorme sobre la morosa para que la semana siguiente cancele su deuda. La morosidad en este pequeño banco comunal es de menos del 2%.

Para estas mujeres, el capital que se inyecta a sus pequeños negocios les permite vender más, y tener mejores ingresos.

Con ello mejora la comida en sus casas, la ropa de sus hijos, y en muchos casos consiguen dinero suficiente para contratar a una persona, y evitar que sus hijos trabajen con ellas, lo que aumenta su asistencia a la escuela.

El día de la reunión de su banco es un acontecimiento social para ellas. Se ponen el mejor vestido que tienen y se cubren su cabello con sombreros nuevos, como es la moda en la zona.

Son mujeres maduras, valientes, decididas. Con el banco sienten que alguien les apoya, y lo que es mucho mejor, que son capaces de mejorar sus condiciones de vida, usando simplemente la honestidad y la palabra de unas y otras como garantía.

Por Juan Manuel Díaz

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