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Agricultura regenerativa: cultivar el futuro
La agricultura tradicional, en particular las prácticas intensivas que dependen del uso excesivo de productos químicos y la explotación continua de los recursos del suelo, es altamente perjudicial para la salud de la tierra y los ecosistemas. Esta forma de agricultura degrada el suelo a través de la erosión, la pérdida de materia orgánica y la contaminación por pesticidas y fertilizantes.
Según la FAO, hasta un tercio de los suelos a nivel mundial ya están degradados, lo que afecta no solo a la producción de alimentos, sino también a la capacidad de los ecosistemas para secuestrar carbono y mitigar el cambio climático. La erosión del suelo podría llevar a una disminución del 10% en la producción de cultivos para 2050, y la degradación del suelo ha liberado ya hasta 78 gigatoneladas de carbono a la atmósfera, exacerbando el calentamiento global.
El uso indiscriminado de fertilizantes y pesticidas también contamina las fuentes de agua y afecta la vida silvestre. Un informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente subraya que la intensificación agrícola ha sido una de las principales causas de la disminución de la biodiversidad en Europa, ya que altera los hábitats naturales y elimina especies nativas de plantas y animales.
En palabras de la científica y activista Vandana Shiva, «la agricultura industrializada está destruyendo la biodiversidad y creando un colapso en la cadena alimentaria. Necesitamos una agricultura que regenere los ecosistemas”. Revertir esta tendencia es la razón por la que surge la agricultura regenerativa, un concepto cada vez más popular entre científicos, responsables de políticas públicas y empresas privadas. Sin embargo, las interpretaciones del término son tan diversas como los intereses que lo promueven, lo que aumenta las posibilidades de greewashing.
En la literatura científica la agricultura regenerativa se asocia en gran medida con la restauración de los suelos, el secuestro de carbono, el aumento de la biodiversidad y el uso más eficiente del agua. Técnicos y profesionales tienden a enfatizar el uso de determinadas prácticas que se asocian con resultados específicos, como el uso de cultivos de cobertura, la rotación de cultivos, el compostaje, la reducción del uso de productos químicos y la integración de animales de pastoreo en los sistemas agrícolas. Sin embargo, lo que casi siempre se omite es el hecho de que los aspectos socioeconómicos y políticos del sistema son tan importantes como las prácticas agronómicas, si la meta es lograr impactos duraderos a medio o largo plazo.
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A nivel europeo, la agricultura regenerativa está recibiendo cada vez más atención como parte de los esfuerzos para alcanzar los objetivos climáticos de la Unión Europea. Según se recoge en el Informe del Parlamento Europeo sobre Agricultura Regenerativa de 2024, la Comisión la considera una herramienta clave para aumentar la sostenibilidad de la agricultura, y se ha fijado como objetivo que el 25% de las tierras agrícolas de la UE se dediquen a la agricultura ecológica de aquí a 2030, lo que supone un salto significativo con respecto al 10,5% de 2022.
Esta es la razón por la que, en 2023, la Comisión adoptó un paquete de medidas para un uso sostenible de los recursos naturales clave, que también reforzará la resiliencia de la agricultura y los sistemas alimentarios europeos. El paquete incluye una nueva ley sobre el suelo, que pretende ayudar a tener suelos sanos en la UE de aquí a 2050, un reglamento sobre las plantas producidas mediante técnicas genómicas y medidas para reducir los residuos alimentarios y textiles.
Otra de las iniciativas más relevantes en este ámbito es el programa Horizon 2020, que ha financiado numerosos proyectos de investigación relacionados con la agricultura regenerativa. Por ejemplo, ‘SoilCare’, que reúne a expertos de varios países para evaluar cómo diferentes prácticas regenerativas pueden mejorar los rendimientos agrícolas, al tiempo que restauran los ecosistemas. Estas iniciativas, junto con la Estrategia de Biodiversidad para 2030 de la UE, refuerzan el compromiso de Europa para transformar el sector agrícola hacia un modelo más regenerativo, resiliente y sostenible.
Norman Borlaug, científico y premio Nobel de la Paz, lo resumió así: «Si deseamos cosechar alimentos abundantes y nutritivos de la tierra en el futuro, debemos aprender a tratarla con respeto y cuidarla como nuestro mayor recurso”.
La Unión Europea se ha fijado como objetivo que el 25% de las tierras agrícolas se dediquen a la agricultura ecológica de aquí a 2030.
La agricultura regenerativa en España
También en nuestro país son numerosas las voces que piden este tipo de iniciativas. Joaquín Araújo, naturalista y divulgador ambiental, afirma que “trabajar la tierra es la mejor manera de comprender el equilibrio natural. La agricultura debe ser una alianza con la naturaleza, no una guerra contra ella”.
Afortunadamente, la situación es cada vez más prometedora. Uno de los proyectos más importantes en España es el de AlVelAl, una asociación que, mediante la colaboración entre agricultores locales, busca regenerar los suelos degradados en una zona especialmente afectada por la desertificación, mejorar la retención de agua y restaurar la biodiversidad, todo ello mientras se incrementa la productividad agrícola. Este proyecto ha sido reconocido a nivel europeo y se ha convertido en un ejemplo de cómo la agricultura regenerativa puede ayudar a combatir la desertificación y restaurar paisajes agrícolas.
Otra iniciativa en plena expansión es la de la Fundación Entretantos y sus iniciativas de pastoreo regenerativo, que ya abarca 15 explotaciones ganaderas de cinco comunidades autónomas: Castilla-La Mancha, Castilla y León, Navarra, Comunidad Valenciana y Extremadura. Este proyecto trabaja por impulsar modelos productivos sostenibles, que se alejan de la concepción del suelo como un mero espacio físico en el que crecen alimentos, sino que es el escenario en el que la interacción de especies vegetales y animales permite la regeneración natural de los recursos.
También hay en marcha iniciativas desde el ámbito empresarial. Involucrarse en proyectos de agricultura regenerativa permite a las compañías no solo cumplir con sus compromisos medioambientales y de responsabilidad social, sino también fortalecer su posición en el mercado y reducir costes.
Empresas como Florette han adoptado prácticas agrícolas regenerativas en sus cultivos de vegetales frescos, destacando la importancia de reducir la presión sobre los recursos naturales y conservar la biodiversidad. Utilizan, por ejemplo, técnicas de solarización para desinfectar los suelos de manera natural, lo que reduce el uso de productos químicos perjudiciales y fomenta la sostenibilidad a largo plazo. Además, cuentan con proyectos para minimizar las emisiones de CO2 mediante la reutilización del agua de lluvia y el uso de energía 100% renovable en sus instalaciones.
El proyecto español AlVelAl ha sido reconocido a nivel europeo y es un ejemplo de cómo la agricultura regenerativa puede ayudar a combatir la desertificación y restaurar paisajes agrícolas.
Otra empresa española, CO2 Revolution, está innovando en la reforestación con drones y semillas inteligentes. Estos avances permiten la siembra eficiente y a gran escala, ayudando a restaurar los ecosistemas y compensar las emisiones de carbono. Juan Carlos Sesma, su fundador, que cuando empezó a buscar la forma de materializar un tipo de semillas inteligentes acudió a la sabiduría del monje Enrique Carrasco, responsable de las viñas y los huertos del Monasterio de la Oliva desde hace más de 60 años, recuerda: “En el monasterio siempre decían que el único objetivo en esta vida tiene que ser dar buenos frutos y que tiene que ser en la mayor escala posible. Aquello que desarrolles tiene que generar utilidad para los demás, para el medio ambiente y para la sociedad”.
Desde 2010 Unilever y el Grupo Conesa en Extremadura, trabajan en la producción de tomates sostenibles para los productos de la marca Knorr, y desde 2021 han reforzado su enfoque adoptando técnicas regenerativas. Este proyecto se basa en la reducción de fertilizantes sintéticos y combustibles fósiles, regeneración del suelo mediante cultivos de cobertura como leguminosas y crucíferas, y el uso de tecnologías avanzadas, como la teledetección satelital para optimizar el uso del agua. Así, han logrado reducir el consumo de agua en un 35% y aumentar el rendimiento de los cultivos en un 30%, además de mejorar la estructura del suelo.
Los beneficios de la agricultura regenerativa van más allá de la simple producción de alimentos. Al restaurar la salud del suelo, se mejora la capacidad de retención de agua, lo que es crucial en un país como España, donde la sequía es un problema creciente. Además, esta agricultura contribuye a la captura de carbono, lo que ayuda a mitigar el cambio climático y mejora la resiliencia de los cultivos frente a eventos climáticos extremos.
Tal y como defiende el agricultor y filósofo japonés Fukuoka Masanobu, “el objetivo final de la agricultura natural no es cultivar cultivos, sino cultivar y perfeccionar a los seres humanos”.